-“Todo el tiempo intentando dar con el paradero del desconocido de bigote y el destino nos está llevando hacia él, todo esto es de locos” – mis pensamientos se van agolpando en mi mente mientras viajamos en el coche de Lidia Garmendia, la subinspectora de policía con mas reaños que cualquiera de sus compañeros, no me cabe ninguna duda – podría escribir una novela con ella como protagonista – al pensar en ello sonreí sin poder evitarlo y no estaba el asunto para bromas.

-He metido la ubicación que me ha facilitado en mi navegador, todo indica un lugar en la montaña cerca de un pequeño pueblo – me dice Lidia muy atenta a la carretera mientras sujeta su volante con la mano izquierda y me señala con la derecha la pantalla del navegador.

Veo que mi corajuda policía no parar de mirar por el espejo retrovisor – ¿alguien nos sigue? Le pregunto algo nervioso.

-No, parece que todo está bien, permanece tranquilo lo peor ya ha pasado. Espero obtener más respuestas a partir de ahora, porque estoy muy cabreada. El no saber qué coño está pasando me crispa sobremanera.

-No tengo ni puta idea en qué tipo de lio estás metido, lo único que sé que dos de mis compañeros están ahora muertos… ¡y dejan viuda e hijos joder! – Acaba de pronunciar la última silaba y la unió a un fuerte resoplido, buscando calmar su ira.

No puedo evitar sentirme culpable, la angustia por seguir sin poder recordar nada aflora en mi interior, permanezco en silencio cabizbajo, con mis manos entrelazadas como un chiquillo asustado.

Al cabo de hora y media más o menos llegamos a una pequeña población, el paisaje que se dibujaba en la oscuridad de la noche era montañoso, la Luna estaba prácticamente llena y había buena visibilidad. Atravesamos el pueblo, apenas se veía gente por las calles, a unos cientos de metros más adelante del termino de San Marcos del Ras, así se llama el pueblo, me fijé en el cartel a la salida; el navegador nos conduce hasta un camino que sale a la derecha de la carretera, al poco de avanzar sobre el abrupto recorrido notamos como se empina cada vez más, el vehículo en el que vamos se tambalea como una barca de feria, me agarro a dónde puedo.

Por fin comenzamos a ver unas luces en lo alto del monte, nos acercamos a un lugar en el que se ven varias cabañas de madera. Lidia y yo ya no estamos seguros de ir en la buena dirección, el navegador se ha vuelto loco y no nos indica nada. Decidimos parar cerca de una de las cabañas, la que parece más grande.

Vemos otra cabaña más arriba y una luz que se mueve, es como si nos hiciesen señas. Lidia agarra de nuevo su pistola y me hace señas para que le siga por detrás de ella, avanzamos con cuidado hacia la luz que hace movimientos a un lado y a otro muy despacio.

-Subinspectora Garmendia, por aquí por favor – una persona en la oscuridad nos habla en voz baja con acento anglosajón, sostiene un pequeño candil que contiene una vela encendida, casi consumida.

Accedemos al interior de la cabaña, nuestro anfitrión entra justo detrás de nosotros y enciende otra pequeña lámpara de gas, que coloca sobre una vieja mesa de madera que ocupa el centro del salón con chimenea, a la que apenas le quedan unos pequeños troncos que consumir.

-Me he instalado aquí en esta pequeña cabaña de un amigo que la usa para refugio después de sus cacerías. Por suerte mi familia está en sitio seguro fuera del país pero yo he preferido esconderme aquí – Nos habla con su acento extranjero pero con bastante fluidez. Con la poca luz que hay no lo distingo bien, tiene su cabeza afeitada y barba de varias semanas.

-Si quieren ustedes un té o un café con mucho gusto se lo preparo – nos dice a continuación muy amablemente.

-No gracias – le contestamos a la misma vez Lidia y yo, ella me mira de reojo, la veo que todavía sujeta su pistola.

-Deduzco que es usted la persona que me ha llamado y me ha dado esta ubicación, ¿cómo ha contactado conmigo? – Le pregunta Lidia con gran curiosidad, supongo, yo desde luego si la tengo.

-Sí, al saber que usted estaba encargada del caso de la muerte de Emma Vaughan y las otras personas hice todas las averiguaciones posibles hasta que di con su número, pero eso no importa ahora, lo importante es que tienen que saber lo que está ocurriendo – al decir esto último se levanta y se sirve un café en una vieja taza de latón magullada.

Al mencionar a Emma, me doy cuenta de que el hombre que nos ha invitado a la cabaña en el monte no es otro que el extraño del bigote, que aparecía en las fotos que me dio mi abogado.

Se sienta en el sillón frente a nosotros, que previamente nos habíamos acomodado en un viejo sofá con pieles de animales que cubrían el respaldo.

-Me llamo Gabriel Clark soy de Estados Unidos y trabajaba hasta hace muy poco en la compañía norteamericana que adquirió los terrenos de Emma. La empresa pertenece a un entramado de otras empresas, un grupo de empresas. Esta compañía de nombre Pick Green Components, que en apariencia fabrica componentes electrónicos de última generación, no es más que una tapadera de lo que realmente allí se cocina por así decirlo – respira y durante unos segundos permanece en silencio con la mirada perdida, le da un sorbo a su café y nos mira, sus ojos brillantes parecen llorosos, su gesto triste no hace atraer aun más nuestra atención.

Tranquilo míster Clark si está de nuestra mano lo ayudaremos, siga con su explicación – Garmendia le anima a continuar.

-Yo conocí a Emma en una de sus charlas de la asociación para chicos disminuidos físicos y psíquicos, mi hijo Paul tiene una minusvalía, tiene síndrome de Down. Emma me ayudó mucho, me dio muy buenos consejos y me facilitó contactos de muy buenos especialistas para mejorar la educación de mi hijo, por lo que le estaré eternamente agradecida, Dios la tenga en su reino. Emma, no sé el por qué, sospechó desde el principio que aquella empresa ocultaba algo y siempre me intentaba sacar información. Yo por secreto profesional no podía, ni debía contarle nada, hasta que me di cuenta que aquellos horribles experimentos con fármacos fueron probados con humanos. Más tarde pude averiguar que la CIA y los servicios secretos españoles (el CNI) estaban al tanto de todos estos experimentos, por lo que deduje que ambos gobiernos aprueban y financian todas estas prácticas como nuevas armas bélicas. Drogas de alto potencial que convierten a los seres humanos en autenticas bestias, máquinas de matar…

Lidia y yo no podíamos estar más atentos, mis ojos estaban abiertos como los de un gran búho en la oscuridad, totalmente absorto ante todas las explicaciones de Gabriel, hasta que unos perros comenzaron a ladrar.

To be continued…


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