Hoy me he levantado muy temprano, sobre las diez y cuarto de la mañana. No soy de los que les gusta madrugar para aprovechar el día sino porque soy un ser insomne. He leído acerca del tema lo suficiente como para llegar a la conclusión de que por esta razón tengo carencias a la hora de restaurar la homeostasis del sistema nervioso central y del resto de los tejidos, mis almacenes de energía celular están totalmente desabastecidos y mi memoria maltrecha.

Voy a la cocina a calentarme unas finas rodajas de pan para hacerme unas tostadas de mermelada de fresa, no me gustan las mermeladas pero es que me la regalaron el otro día en el supermercado cuando fui a por cerveza y vino. Una chica joven, muy amable y guapa, me ofreció probar una nueva marca de este producto, yo cogí 25 más de aquellas pequeñas cápsulas que estaban muy bien colocadas en un cesto de mimbre sobre una pequeña mesa; aproveché cuando la joven azafata se giró para ofrecérsela a una señora mayor que pasaba por el mismo pasillo en el que nos encontrábamos del local autoservicio (para servirse uno mismo y eso hice yo).

Después de desayunar me doy una refrescante y espabilante ducha de agua caliente y me pongo ropa cómoda, mis pantalones gastados, camiseta negra y sobre ella mi camisa de cuadros grises y rojos que tan repasada la conservo. Siempre tengo la costumbre de atarme los cordones comenzando por los del zapato derecho.

Voy a mi banco y solicito hablar con el director al que conozco hace ya varios años. Tengo que esperar, está atendiendo a otra clienta, maruja que no se entera de nada por lo que puedo oír al acercar mi condenada oreja izquierda.

– Don Federico pero cómo es posible que ayer tuviese 600 € en mi cuenta, y hoy voy  a sacar del cajero automático y me dice el hijo de su madre, por muy puta que sea, que no tengo saldo suficiente – la veo muy acalorada a la buena señora.

-Doña Josefa ya le he dicho que alguien ha sacado el dinero, sino ha sido usted, y le ha dejado la cuenta en números rojos. ¿No habrá sido su sobrino Luis? Al que acogió cuando murieron sus padres.  No me extrañaría, no sería la primera vez que le hace alguna faena – por el contrario la serenidad de Federico, el director, es digna de admiración. Santa paciencia tienen estos bancarios, he de reconocer.

Sale la señora Josefa muy a prisa con cara de pocos amigos y casi se tropieza conmigo, cuando me disponía a entrar en el despacho del director de la sucursal bancaria.

-Buenos días Jaime, ¿qué te trae por aquí?

Me siento frente a Federico Sánchez Castellón, director de la sucursal 2875 del Banco Mediterráneo, en la calle Jacinto Benavente, regordete y buena gente en el fondo, a pesar de ser bancario chupasangres, como todos cuando le tiran de la oreja sus superiores, para que nos cuelen algún plan de pensiones de escasa rentabilidad, o nos vendan algún fondo de inversión de dudosa estabilidad y poco beneficio.

– A ver vengo cómo van mis fondos, porque he escuchado por la radio que la bolsa está de capa caída últimamente. Estoy pensando en sacar parte de mi patrimonio para invertir en oro y diamantes de inversión, que unos brillan y otros no, como los pimientos del Padrón que unos pican y otros no – le digo al paciente director con una de mis sonrisas mientras alzo mi ceja derecha.

La falsa sonrisa de director sin argumentos ya me indica que va a soltar otra de sus trolas para que me temple y deje el dinero a su recaudo.

-Tranquilo es normal que se produzcan, en estos momentos de tensiones entre los grandes mercados, vaivenes bursátiles, pero no te preocupes que tu dinero está bien donde está. De todos modos estaré pendiente por si nos ofrecen otros productos con mejor recorrido, rentabilidad y menor riesgo, de ser así te lo comento Jaime, de verdad no tienes por qué preocuparte. Ahora si me disculpas he de marcharme a la central, tengo una reunión con otros directores – me habla al levantarse, dejando descansar a su asiento, que forma parte del cómodo sillón de oficina negro de cuero, al librarse de su orondo trasero. Esto me dice cuando coloca su mano sobre mi hombro mientras me acompaña a la salida de su oficina.

Veo que es la hora de mi vermut, por lo que decido acercarme al bar de mi amigo José Luis, junto a la plaza del mercado, al que acostumbro a ir casi todos los días al medio de ellos (de los días me refiero). 

Saco la gorra del bolsillo, hace un poco de frío, y me la coloco bien en la cabeza, la gorra con orejeras que mi trabajo me costó encontrarla en unas rebajas del centro comercial.

-Buenas, artista, ¿lo de siempre no?- Me esperaba José Luis, el dueño de tan noble establecimiento, el bar más guarro de toda la plaza junto al mercado de abastos, todavía cuelga de una de sus paredes una hogaza de pan de enormes dimensiones y más mierda que el palo de un chatarrero. Me sirve mi bebida con la justa dosis y su aceituna sodomizada por un palillo cordobés (me enseñó una vez la caja de los palillos y se fabricaba en tan ilustre ciudad).

Veo a un joven de largas greñas discutiendo acaloradamente con otro individuo enchaquetado, de unos cuarenta tantos años, a unos escasos metros en la barra.

Me acerco con disimulo y agarro el periódico de ayer, deposito con cuidado mi jodida oreja izquierda encima de un plato de panchitos, que algún otro cliente habrá dejado por estar revenidos, para oír la conversación, soy un alcahuete sin remedio he de confesarlo. Me retiro a mi lugar de barra.

-Necesitamos un gobierno progresista, que mire por los intereses del pueblo, basta ya de hacerles el juego a los banqueros y los del Ibex 35 – La voz del joven es enérgica.

-Pero si al final los vuestros lo único que hacen es vivir del cuento, en cuanto cogen el cargo son más de lo mismo. Ante nuevas elecciones siempre veo lo mismo: muchas nuevas promesas y buenas intenciones, pero al final siempre gana la banca, como en los casinos, chaval no comas flores – el enchaquetado se queda tan a gusto con la intentona de perorata, la cara del joven es todo un poema de malos humos, motivo por el que creo que calla el de la chaqueta gris, no querrá enojarlo más.

Me acerco de nuevo a recoger mi oreja pero en ese momento José Luis al ir a recoger los vasos vacíos cae uno de ellos que hace volar el plato de panchitos, y mi oreja salta junto a los cacahuetes, dando volteretas por el aire. Yo intento atraparla al vuelo sin conseguirlo, mis movimientos con las manos más bien parecen los de un chino haciendo Kung-Fu, que alguien con la destreza suficiente como para atrapar, de un rápido movimiento de manos, un objeto  surcando por el aire.

Veo como cae en una mesa en la que acaban de sentarse dos individuos a los que no había visto antes, uno de ellos deja una carpeta encima de mi oreja sin darse cuenta, y le piden al amable José Luis unas cañas. Los veo muy serios, visten con chaquetas militares y vaqueros, pelo muy corto y barba de varios días. Uno de ellos tiene la dentadura hecha un cisco, es algo en lo que me suelo fijar, en los dientes ajenos.

-¿A qué hora hemos quedado con los padres para la recogida? Espero que le dejases bien claro las instrucciones y las consecuencias de no cumplirlas – me cuesta oír lo que dicen, casi le susurra el uno al otro. Permanezco muy quieto, aparento leer el periódico de ayer mientras saboreo mi bebida y pongo toda mi atención a la conversación de aquellos dos individuos, esperando no descubran mi apéndice auditivo de última generación.


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