-Koji: el nacido como segundo hijo que es afortunado – Esto significa el nombre de nuestro amigo japonés, es lo que veo en mi teléfono al buscar por internet los significados de los nombres nipones.

Hemos parado a las afueras de la ciudad, no estoy muy seguro de dónde nos encontramos con las prisas y el miedo a ser tiroteados por los esbirros del mal que nos persiguen. Hemos aparcado en un pequeño acceso a un camino que debe conducir a alguna finca privada, al menos estamos rodeados de bonitos árboles y se ve mucho verde a nuestro alrededor, lo que consigue, en parte, levantar mi ánimo.

-¿Cómo coño han dado con nosotros? ¡No me lo explico!- Clamo al cielo cuando salgo de la furgoneta a estirar un poco las piernas.

-No te preocupes Jaime, todo saldrá bien. Seguimos de una pieza – me dice Alicia acariciando mi hombro.

Koji sigue en la parte de atrás de la furgoneta lo veo hablando por su teléfono móvil muy acalorado, por supuesto no entiendo nada de lo que dice, ni sé con quién está hablando.

Lo señalo con el dedo y Alicia me sonríe – tranquilo ahora averiguaremos con quién está hablando déjamelo a mí.

Al poco tiempo el joven de los pequeños ojos sale algo ofuscado, con el semblante serio y comienza a gritar en japonés. Tanto grito incomprendido logra causarme irritación y estoy a punto de soltar alguno de mis múltiples y muy bien ensayados improperios, lo que consigue normalmente granjearme grandes “amistades”.

Alicia se coloca frente a él y lo sujeta de los brazos. Al instante el joven se calma y le da un abrazo.

-Bueno ya nos vamos tranquilizando, eso está bien vecinillo – le digo al nipón que sigue abrazado a Alicia.

De repente se separa de la bella morena y comienza a gritar de nuevo muy nervioso, palabras en japonés y otras en español que no las entiende ni la madre que lo trajo a este mundo loco.

Alicia vuelve a darle un cálido abrazo para intentar calmarlo, entiendo yo que no debe estar acostumbrado a que le disparen y se vea secuestrado por su vecino.

-Creo que ya sé donde podemos refugiarnos sin que nos vuelvan a descubrir, acabo de recordar que mi familia tiene una pequeña casa de campo no muy lejos, a las afueras de un pequeño pueblo que no recuerdo ahora su nombre, pero dadme un poco de tiempo hasta que lo averigüe – les digo mientras ellos siguen de abrazos y consuelos. 

Busco a través de mi teléfono móvil nombres de pueblos que me vienen a la memoria, hasta que dé con el que nos interesa.

Al levantar la vista debido al ruido de un motor lejano, veo una furgoneta color negro que brilla a lo lejos, se acerca a gran velocidad.

Justo paran en seco a nuestro lado, salen dos hombres con traje negro y cara de pocos amigos ¡ojos achinados, orientales!

Me colocan una capucha negra y me introducen de mala manera dentro del oscuro vehículo, junto con Alicia y nuestro joven amigo nipón.

Me atan las manos con unas bridas pero no me las colocan por detrás de la espalda, un alivio, es más cómodo. Me sientan en la parte posterior y me hablan, en lo que supongo debe ser idioma japonés, luego oigo algunas palabras sueltas en inglés.

Arrancan a toda prisa, no sé a dónde nos llevan.

Cuando llevamos un rato de camino, todos muy callados, oigo voces, golpes, quejidos y al joven nipón chillando, no consigo ver nada.- ¿Qué coño pasa?- Grito algo histérico, no voy a ser menos que mi vecino Hikikomori.

Meneo la cabeza de un lado a otro bruscamente para desembarazarme de la capucha, en esas estoy cuando oigo golpes encima de mi cabeza.

Consigo que la capucha caiga y puedo ver a mi joven vecino japonés que está con el rostro al descubierto y sin las manos atadas.

– Por favor dile a la muchacha que se tranquilice, antes llamé a mi padre para que nos ayude – me dice de manera atropellada.

-¡Coño si hablas en cristiano!- pensaba que eras Hikikomori cerrado. Veo que unos de los trajeados que no acompaña está tirado en el suelo de la furgoneta inconsciente, oigo a los de delante hablar muy acalorados en japonés. Decido asomarme por la pequeña ventana que comunica con el espacio del conductor y acompañante. Para mi sorpresa veo la cara de Alicia, boca abajo sonriendo y saca la lengua; está encima del techo de la furgoneta negra que nos conduce  a toda velocidad, y su cara pegada al parabrisas. No sé si reír o gritar.  

El joven nipón grita a los de delante y paran en seco. Alicia cae hacia adelante culpa de las leyes de la inercia. Yo me asusto no la veo hasta pasados unos minutos, se levanta justo delante del vehículo, sonríe y se sacude el polvo. Koji sale para hablar con ella, al cabo de unos minutos, otra vez, se están dando un abrazo, situación que comienza a incomodarme y me da por pensar en los ancestros nipones del Hikikomori.

Aprovecho esos momentos de confusión y que el que nos vigilaba sigue de siesta para salir a pasear mis pies y comprobar que Alicia se encuentra bien, le toco los brazos y las piernas mientras ella mira con curiosidad.Ya más calmados nos adentramos de nuevo en la furgoneta.Consigo que me quiten las ataduras.

El vecino nos explicó que su padre es un alto gerifalte en Japón y que la conversación que mantuvo a través de su móvil era con él para pedirle socorro. Nos quieren ayudar para que estemos todos a salvo, nos explica hablando un raro español.

-Pues no hace falta que nos traten como a reos encapuchados – le digo con el ceño fruncido.

-Es por nuestra seguridad – me dice sonriendo Alicia.

-¿Y nos llevan al Japón? – pregunto algo desconcertado mientras me toco mi puñetera oreja izquierda con disimulo para comprobar que sigue en su sitio. Una estupida canción me viene a la mente…


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