
Vanidades sin esquinas II
Relatos Cortos / 8 noviembre, 2019 / Mario GrageraTodos en el partido andaban algo agitados y nerviosos, esa misma tarde debían enfrentarse a su primera reunión plenaria ante la oposición y el público asistente que se preveía numeroso y expectante.
Gracián había estado reunido con sus fieles allegados y después marcharon a comer al restaurante San Lorenzo a las afueras de la ciudad, intentando evitar miradas y oídos indiscretos.
Dieron buena cuenta de una copiosa paella, y varios whiskys después regresaron al Ayuntamiento.
A las veinte horas y seis minutos da comienzo el pleno en el salón de actos del Ayuntamiento, una sala no muy grande y poco iluminada, con viejos asientos para el público y una gran mesa en la que se distribuyen alcalde, ocupando la posición central, edil-teniente alcalde y el secretario a ambos lados. Bajo la única ventana, que ofrece poca luz al dar a un patio interior, unas viejas sillas de madera sirven para el resto de concejales.
Se aprueba por mayoría el primer punto del día, que son las retribuciones de todos los concejales ante el murmullo generalizado de los asistentes.
-Sí, eso que no se olvide – se oye una voz al fondo de la sala en los últimos asientos, es Fulgencio Carrascosa, hombre de campo y tabaco de liar, que enviudó hace meses y casó a su hija cuarentona recién pasado el día de todos los santos.
Sara, la hija de Antonia del Álamo la peluquera del céntrico barrio de Los Rosales y Pedro, el hijo mayor de María Sánchez la estanquera de la Calle Santo Espíritu cerca del Ayuntamiento, que ocupaban sitio también en la parte de atrás, se besuquean y ríen a carcajadas. Allí estaban, al no contar con dinero para ir al cine.
Gracián el nuevo alcalde, algo nervioso y en estado de notable embriaguez decidió dar paso a los siguientes asuntos del día, previa indicaciones al secretario para que le diese la documentación, la que contenía la programación prevista para festejos y eventos lúdicos, además de la oferta de trabajo para nuevos puestos a ocupar.
– Estimados asistentes varios y variopintos, y concejales; como no podía ser de otra manera hoy comienza una nueva época que se aleja de la oscura etapa gobernada por tristes conservadores y guardianes del viejo régimen. Hoy la nueva luz va a iluminar esta ciudad haciéndola más amable y feliz – dicho esto cae de un manotazo el vaso de agua que tenía junto a sus papeles.
Continua con su exposición el alcalde – vamos a sacar una amplia oferta de nuevos puestos de trabajo, trabajo digno por supuesto, no como en la etapa pasada que parecía esto la casa de Hitler más que un Ayuntamiento – al hablar de manera aun más acalorada y haciendo múltiples aspavientos provoca otro derrame del agua, que se había servido después de caer el vaso anteriormente.
Los concejales de la oposición se levantaron del asiento y no se hizo esperar la respuesta de los concejales del nuevo gobierno local. Reproches a voces y total barbulla la que se formó en unos minutos. El resto de asistentes, unos a favor otros en contra, también se manifiestan voz en grito.
El joven Pedro le introduce la mano por debajo de la camisa a Sara aprovechando el guirigay.
– Calma por favor, silencio les ruego – José Luis, el secretario, intenta apaciguar los encendidos ánimos de la concurrencia. Nadie le escucha, el alboroto y descontrol va en aumento.
– ¡Ustedes nos han tenido durante años en el más absoluto ostracismo. Esto parecía una cueva de ladrones y fascistas, me cago en la guardia de Pilatos! – Grita fuera de sí Gracián, subido en lo alto de la mesa que presidía.
Los jóvenes, que antes se besaban, ahora bailan en el pasillo riendo sin parar. El joven se detiene y comienza a tocar las palmas, mientras Sara baila y levanta la falda con toda su gracia.
Dos policías municipales entran en el salón de actos sorprendidos por el estruendo que resuena en todo el viejo edificio, intentan calmar a todos los bullangueros pero con poco éxito.
– Parece mentira que sea usted alcalde, cómo se atreve a insultarnos de esa manera, no tiene usted vergüenza, y los demás son una panda de resentidos. Pobres muertos de hambre que pena dan – Una voz se alza entre el gentío, proviene de Amancio, el antiguo alcalde, que ya perdió la poca compostura que le quedaba.
Fermín uno de los policías que intentaba restablecer el orden, cae al suelo a causa del empujón que Luisa la oronda panadera le propinó, sin querer como luego explicó, lo que hizo que el guardián del orden se diese con la cabeza en una de las sillas. El golpe le produce un repentino estado de cólera y enajenación, desenfunda su arma reglamentaria y la dispara contra el techo.
La mayoría de los allí presentes se agachan de inmediato y otros muchos se lanzan al suelo con las manos en la cabeza, unos gritan y otros lloran.
El silencio se hizo en el salón de plenos.
Y una voz grave surge desde la última fila de asientos, en la zona menos iluminada, lo que atrae la atención de todos.
– ¿Acaso alguien nos puede decir dónde está Romero?
Una señora de pelo gris recogido, vestida con chaqueta y falda negra sujeta un bastón con sus huesudas manos, apenas se distingue su rostro arrugado. Nadie la conoce…
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