Vanidades sin esquinas X
Relatos Cortos / 24 enero, 2020 / Mario GrageraA las ocho de la mañana en punto suena el teléfono en la casa de Antonio Palacios.
-¿Sí, dígame?
-En cinco minutos un coche le estará esperando bajo su vivienda, sea puntual por favor.- Le contestan al otro lado de la línea telefónica, una voz con acento extranjero.
Antonio apresuradamente se toma su café caliente, lo que le ocasiona una quemadura en su lengua. Se coloca la gabardina y baja las estrechas escaleras del viejo edificio a toda prisa.
Sale a la calle mirando a todas direcciones, hasta que divisa un vehículo negro, es un utilitario de escasa dimensiones, no reconoce la marca. Le hacen señales con las luces y Antonio se encamina hacia los ocupantes del vehículo que le aguarda.
Se introduce en la parte de atrás sin mediar palabra, el coche se pone en marcha en dirección al domicilio del desaparecido Romero Villafaina.
Antonio, permanece en silencio, no necesita preguntar, ya sabe que van al domicilio del desparecido en busca de alguna pista, o con suerte encontrar la documentación que buscan. -“La organización funciona como un reloj suizo de precisión” – piensa y una leve sonrisa aparece en su rostro que la cambia de inmediato por un rictus serio, al percatarse de los oscuros ojos que ve por el espejo retrovisor, el conductor lo observa – “con la seriedad propia de un forense a punto de abrir un cadáver con el fino bisturí”- pensamientos productos del estados de tensión. Antonio siente un leve escalofrío y temor.
Salen los dos ocupantes del vehículo mirando a todas partes, le hacen señales a Antonio para que baje del coche.
Apenas hay gente deambulando por la calle. En la puerta del domicilio de Villafaina uno de los silenciosos acompañantes del periodista consigue abrir la puerta con unas ganzúas o algo parecido, es lo que Antonio puede observar colocado justo tras los dos circunspectos enchaquetados.
Entran con sigilo en el interior de lo que hasta hace poco fue hogar del controvertido Villafaina.
Los dos trajeados de la organización y el periodista comienzan a registrar entre los enseres y pertenencias que allí había, esperando encontrar la importante documentación que la oscura organización necesitaba con tanto interés.
Después de varias horas de búsqueda infructuosa, oyeron como la cerradura de la puerta de acceso a la vivienda crujía, alguien estaba al otro lado intentado entrar. Los esbirros de la organización se escondieron en la habitación situada al final del estrecho y largo pasillo, detrás de la puerta. Antonio, dubitativo y nervioso, siendo observado por sus acompañantes de registro, decide esconderse bajo la cama en la misma habitación.
Se escucha la voz de una mujer, habla con una de las vecinas que aprovecha la ocasión para fisgonear en el interior de la vivienda de su vecino desparecido.
– Pues sí yo le venía a ver una vez por semana, a limpiar, era un poco abandonado este hombre. A veces le dejaba en la nevera algo de comida, algún guiso de sobra o croquetas, que poco agradecido era el sieso de Romero.
– Está todo un poco revuelto – le dice la vecina.
– Ya le digo que era poco ordenado y limpio, no me extraña. Mira por donde… aquí está donde me lo dejé. Yo sin paraguas con este tiempo no puedo estar doña Remedios – cogió el paraguas y se marcharon para alivio de los tres escondidos.
Antonio se estremeció, al ver a uno de los de traje oscuro detrás de la puerta de la habitación sosteniendo una pistola a la altura de su sien.
Continúan con el registro, unos de los esbirros de la organización coge el perchero que está colocado en la entrada de la vivienda y lo parte por la mitad, esta hueco y de su interior salen unos papeles y unas fotografías.
¿Conoces a alguien? – Le pregunta al periodista el serio trajeado, mostrándole las fotos que acaba de sacar del mástil hueco del perchero. Antonio se encoje de hombros y niega con la cabeza. Los papeles que había junto a las fotos deben ser de algún oscuro tejemaneje de los muchos que se Romero Villafaina se traía entre manos.
Cansado de tanta búsqueda sin resultados, Antonio, se sienta en el sillón del despacho que ocupaba una parte del salón. De nuevo mira en el interior de todos los cajones de la mesa de madera envejecida y gastada sin encontrar nada relevante.
Al reclinarse hacia atrás resoplando de resignación Antonio advierte la existencia de un pequeño cajón,muy plano, justo debajo del tablero de la mesa que al sobresalir no dejaba verlo, estaba cerrado con llaves.
Consiguen abrirlo de nuevo con la ayuda de las ganzúas “mágicas” que con gran habilidad manejan estos tipos.
Antonio coge del interior del cajón pequeño y de poco fondo una agenda de escasa dimensiones con tapas de plástico negra. Al abrirla nota la atenta mirada de sus dos acompañantes. Pueden ver varios números de teléfono apuntados con un bolígrafo de fina línea, y al final en la última hoja unos números tan pequeños que necesitaron encender el flexo de luz y coger la lupa que estaba apoyada en uno de los extremos de la mesa.
Varios números, junto a ellos: indicaciones y flechas hacia un lado y otro.
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