Esa misma mañana, Hugo Reismen aprovecha el tiempo para afeitar su poco poblada barba de varios días, observaba bien el contorno de su cara frente al espejo que oculta las sombras que permanentemente le observan noche y día.

Tararea una canción que no llegan a adivinar los hombres del Gobierno, los oscuros y grises advenedizos a sueldo del Poder, que forman parte de un proyecto secreto en busca de la eterna juventud.

Una extraña mueca forma al torcer sus labios mirando al espejo, una leve sonrisa, y da por terminada su tarea de afeitado.

 

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Se procede a precintar la zona para que nadie ajeno al cuerpo policial pueda contaminarla y eliminar posibles pruebas.

Desde la ventana se puede observar a gente de un lado para otro, uniformados unos y otros con ropa corriente de calle. Una ambulancia con las luces centelleantes en su parte superior se ve alejándose a poca velocidad.

A muchos kilómetros del centro de descanso donde Reismen y los demás pacientes pasan sus días con el fin de recuperarse de sus diferentes dolencias, dos trajeados a ambos lados de una gran mesa de madera brillante y ovalada permanece sentados en cómodas sillas de gran respaldo, leen documentos en silencio, hasta que uno de ellos, el de mayor edad de pelo gris, chaqueta marrón oscura, corbata color granate, algo desanudada sobre una bien planchada camisa azul que parece mostrar sus galones al resto del personal, que hormiguean por aquellas oficinas tras la puerta del despacho en que se encuentran.

– No parece por los datos de los que disponemos que tuviese algún motivo. He leído su informe sicológico y el buen doctor parecía una persona muy cabal… equilibrada.

– El informe financiero tampoco muestra ningún problema, y su entorno era de lo más normal, era un buen profesional con suficientes méritos y experiencia para llevar a cabo su misión en este proyecto – le contesta el otro trajeado, algo más joven sin apartar la vista de los papeles que luego guardó en una carpeta que tiene a mano sobre la mesa.

– Esperaremos al informe de los forenses. Hace apenas unos minutos he hablado por teléfono con el mando policial, no han observado ningún signo de violencia como para sospechar de que se tratase de un asesinato – dicho esto le hace señas a su subordinado para que se retire y vaya a seguir con sus rutinas.

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Jerónimo, cariacontecido, entra en la habitación de Hugo previa solicitud para pasar a su interior.

– Adelante Jerónimo, hoy, como puede usted comprobar, tengo todo muy ordenado y limpio – dice un sonriente Reismen al tiempo que abre sus manos, como un presentador de circo que muestra a todos sus artistas.

– ¿Supongo que sabe lo ocurrido con el doctor Uribe señor Reismen?

– Sí amigo Jerónimo, un fatal desenlace ha puesto fin a la vida de un buen hombre, a veces los caminos del Señor nos conducen a destinos no deseados y crueles, ¿Es usted creyente amigo Jerónimo? – Le pregunta un distraído Hugo, que parece contemplar el exterior al acercarse a su ventana de vieja madera.

– No mucho la verdad, mi mujer sí lo es. Suele ir a misa los domingos y arrastras se lleva a los chiquillos, sabe que conmigo no cuenta.

– El caso es que, de extraña manera, esta situación tan desagradable y trágica me trae al recuerdo otro de mis amores, Sara Lesmes, mujer exuberante de generoso busto y aún mayor corazón. Se dedicaba al difícil mundo del teatro. Entre acto y acto, a veces, algún pequeño papel en películas de poca monta la tenía ocupada el tiempo del que disponía, cuando no debía cuidar a su madre enferma. Apareció una mañana un hombre colgado de unos cables en el viejo teatro donde trabajaba en una época mi querida Sara, pero eso es otra historia.

– A ella la recuerdo muy bien a pesar del paso del tiempo, debió ser…por el año…Mala memoria, ahora no sabría precisar, como sí sitúo cada uno de sus besos la noche que pasamos juntos por primera vez en la habitación del hotel Rich Palazzo de Venecia. La experiencia de saborear un buen vino tinto, contemplando entre caricias, luces y reflejos de un canal, del que emergían  cánticos de los avezados gondoleros. Sara, no pasaban los años por ella, recuerdo que era varios años mayor que yo, pero su apariencia mostraba una vital juventud que la hacía brillar como una veinteañera.

Los ojos de las sombras ensanchan el foco de atención – ni se te ocurra moverte –  una grave voz se comunica a través del pequeño auricular con el dúctil Jerónimo.

– Puede que este viejo chiflado y desmemoriado nos conduzca esta vez hacia nuestro objetivo y no a otra vía muerta como en anteriores ocasiones – se escucha otra voz desde otro micrófono que también conecta con el oído del bueno de Jerónimo, más nervioso…

 

 


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