El aviso del Sol (X)
Relatos Cortos / 3 septiembre, 2020 / Mario Gragera– ¿Señor Reismen recuerda como vino a parar aquí? – El doctor ha sido puntual en su cita con el paciente, se ha sentado frente a él en una de las viejas sillas de madera que hay en el dormitorio de Hugo.
– Algunas lagunas no me dejan recordar todo con la debida exactitud, pero en líneas generales le respondería que sí – Hugo Reismen contesta de manera pausada, ya había pasado con anterioridad por este tipo de interrogatorios para valorar el estado mental.
– Me gustaría que haga memoria y me cuente hasta el más mínimo detalle de la noche que sufrió aquel ataque al corazón y perdió el conocimiento. – Le vuelve a insistir Jaime para rememorar los acontecimientos del pasado, que otras veces tuvo que describir tirando de su maltrecha memoria a sus predecesores, anteriores doctores que lo trataron en el pasado.
Tan solo una sombra en la oscuridad, tras el espejo, observa la escena.
– Accidente cerebro vascular me diagnosticaron en realidad, si mal no recuerdo mi apreciado doctor – Reismen habla con la mirada fija al doctor en psiquiatría, una leve sonrisa se adivinaba en su rostro. A su vez Jaime le escudriña mientras sujeta el pequeño cuaderno de notas.
Otra sombra entra en la habitación contigua, tras el espejo que sirve para observar día y noche al más que centenario personaje que ha superado cualquier expectativa de vida entre los seres humanos.
Al cabo de un tiempo oyendo la conversación entre paciente y doctor una de las sombras pregunta.
– ¿Hablan del infarto cerebral cuando entró en coma en el hospital? Allí detectamos el caso, supimos de su edad y su extraña naturaleza.
– Sí, aquello despertó todas nuestras alarmas. Activamos el protocolo para estos casos, por eso lo tuvimos que manipular y convencerlo de que su familia quería que estuviese aquí con nosotros – le contesta el observador que se sienta cerca del cristal junto a un micro colocado en una mesa alargada, que sirve para enviar precisas instrucciones a todo aquel que entra en contacto con Hugo Reismen dentro de su habitación dormitorio.
– ¿Sabe que en realidad no tiene familia? – Le pregunta el otro observador que acaba de entrar en la sala de vigilancia.
– Si te digo la verdad yo a estas alturas ya no sé lo que sabe y lo que no. Su memoria parece que cada vez está peor y su salud se ve resentida por el paso de los años, aunque parezca lo contrario. El caso es que nunca pregunta por nadie, y nosotros no le hablamos de este asunto. En realidad, nunca hemos encontrado familiar cercano ni lejano. Personas que un principio él nombraba; suponemos que su memoria los ha borrado de su pensamiento. Es difícil saberlo.
– Ha recibido intensas sesiones de terapias y medicamentos, para conseguir inducirle los pensamientos y recuerdos que mejor nos convienen. Por eso digo que es difícil saber qué recuerdos son realmente suyos y cuáles no lo son, probablemente le hemos frito la mente con tanto medicamento, su mente ha sido muy manipulada. – continúa con la explicación sin apartar la vista del cristal. Una mueca, una sonrisa, aparece en el rostro de aquel hombre cuya expresión apenas puede contemplar su compañero en la penumbra.
El teléfono suena en ese momento, a través de un pequeño altavoz pueden escuchar lo que serán nuevas directrices por parte del alto mando.
– Activamos el protocolo 4 – Escuchan atentamente la voz al otro lado de la línea y a continuación salen de la sala de observación.
En el dormitorio, Jaime le ofrece a Hugo unas pastillas para que descanse y se relaje.
Al poco tiempo Hugo se tumba en su cama y se duerme plácidamente. No tardaron en hacer efecto las pastillas que el doctor le acababa de suministrar como tratamiento.
En ese momento entraron varias personas con batas blancas y una camilla móvil, trasladaron a Hugo hasta una sala con monitores.
Conectaron al paciente a una máquina con electrodos colocados en su frente, que monitoriza toda su actividad cerebral mientras le suministran medicamentos por vía intravenosa, algunos de ellos todavía en fase experimental, pero el tiempo apremia.
– Los de arriba, los altos cargos tienen ya poca paciencia – dice uno de los enfermeros de bata blanca, que termina de inyectar en el cuerpo del inconsciente Reismen la última dosis.
– ¿Sabes lo del jefazo? – le pregunta su acompañante.
– Sí, es todo muy extraño, me han dicho que tiene poca explicación su muerte. La de Uribe tampoco tiene mucho sentido
– Dejemos que le haga efecto luego vendrán los médicos, te invito a unas birras, tenemos tiempo hasta el próximo turno – Habla el enfermero más joven sonriendo a su compañero.
Ambos enfermeros dejaron a Hugo dormido en su cama con ruedas, totalmente conectado por cables a varios pequeños monitores que muestran señales, números, líneas que parpadean.
Transcurridos unos minutos el rostro apacible del inconsciente Hugo cambia, abre un solo ojo que observa todo a su alrededor…
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