Yolanda se puso sus sandalias con marcas en las suelas, un relieve que va dejando una particular huella a cada paso, por la arena del paseo en el interior del parque de las lechuzas ciegas, de esta manera lo nombraban los vecinos del barrio, no era muy popular el nombre oficial, el de un viejo político. Aquel parque estaba situado cerca de donde había estado viviendo hasta este momento.

Sequere me (sígueme). Las palabras latinas quedaba inscritas en el polvo al caminar, de esta manera captaban la atención de sus clientes las meretrices de la antigua Roma

Es el procedimiento establecido para contactar con sus protectores. Los Tutela Animorum, así se hacían llamar.

Llevaba algunas horas dando vueltas por los pequeños caminos de arena que rodean la abundante vegetación compuesta en su mayoría por pinos, olmos, eucaliptos, chopos y una diversidad de arbustos altos y bajos, bien cuidados. Pisaba con fuerza a cada paso que daba, ya algo cansada decide sentarse en uno de los pequeños bancos de madera, junto a muro construido con viejos ladrillos rojizos, que protege del siempre ruidoso tráfico que abunda en el exterior, repleto de avenidas transitadas por multitud de vehículos que no dejan de circular.

Pensativa mira hacia unos pájaros que revolotean por entre las ramas de un eucalipto de gran tamaño, justo frente a ella.

 

 

 

– ¿Qué ocurre Yolanda, en qué podemos ayudarte? – Una persona se ha sentado junto a ella, un hombre de mediana edad, le habla casi susurrando, sin girar su cabeza, con la mirada perdida al frente, parece contemplar el pequeño estanque de los patos, también delante de ellos a unos pocos metros.

– Me han estado siguiendo, he podido escapar por muy poco. Tengo mucho miedo, sé que si me atrapan me meterán en una sala de experimentos, y me harán todo tipo de pruebas, como si fuese un conejillo de indias o una rata de laboratorio – se dirigió al hombre discreto de chaqueta gris y corbata granate, sentado junto a ella. La voz salía de su boca atropellada por los nervios.

– Yo no elegí esta vida – Termina de hablar entre sollozos tapando su rostro con las manos.

Pasan unos minutos en silencio.

– No te preocupes ya sabes que siempre puedes contar con nosotros, y que siempre estaremos ahí para protegerte – su acompañante le sujeta de la mano mientras habla mirando al frente.

Al poco tiempo ambos se levantan y caminan en dirección a la salida del parque, Yolanda va delante y el hombre de traje gris detrás, como si no se conociesen. Un vehículo oscuro de grandes dimensiones con cristales oscurecidos los está esperando y se introducen en la parte trasera, no sin antes mirar a todas partes asegurándose de que nadie los está siguiendo.

 

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Jerónimo sale en dirección al jardín para terminar de regar el césped que tanto trabajo le da y recoger hojas secas. Debe actuar con premura porque luego debe de terminar de limpiar y ordenar otras dependencias de la casa, está haciendo turno completo. Había expirado el contrato con la empresa encargada de estas labores, sabía que no debía demorarse demasiado la negociación y firma de otro nuevo, pero mientras tanto debe responsabilizarse de este trabajo.

Al mismo tiempo que termina de recoger hojas secas y ramas caídas observa a Hugo, se acaba de dar cuenta que está junto a un chopo apoyado en su tronco, de espaldas, con la cabeza gacha. Tiene la extraña visión de Hugo hablando por un teléfono móvil, pero sabe que eso no es posible, no le tienen permitido tener ningún dispositivo, ni telefónico ni de cualquier otro tipo que le permita conectarse con el exterior.

Decide acercarse hasta él con cautela sin que le vea.

Justo se encuentra a unos metros Hugo se da la vuelta, se muestra sonriente,  Jerónimo busca con la mirada las manos de Reismen, las tiene tras su espalda y sospecha que esconde algo.

– Amigo Jerónimo acabando las faenas del jardín supongo, ¿cómo estamos, y sus hijos se encuentran bien? Me comentaste no hace mucho que el pequeño estaba algo enfermo.

– Sí, están bien, todo bien señor Reismen – Le contesta un Jerónimo que no mira hacia el rostro de Hugo sino que intenta averiguar que escode en sus manos que no las deja ver tras la espalda.

– ¿Acaso ha perdido algo, qué busca mi buen Jerónimo? – Le pregunta al avezado trabajador al servicio del gobierno justo cuando muestra sus manos vacías y lo agarra de los brazos, posicionándose frente a él sonriente.- ¿Puedo ayudarle a encontrar lo que esté buscando?

– No, no, no es nada, es que ando algo despistado, no se preocupe – le contesta Jerónimo al darse cuenta que no tiene nada en las manos Hugo Reismen.

Ambos caminan tranquilamente hacia el interior de la gran casa de cuidados.

– Otro día cuando las tareas así me lo permitan puede usted contarme otra de sus historias, ya sabe que me gusta escucharle – le dice Jerónimo.

Junto al tronco del viejo chopo en el que Hugo había estado apoyando su espalda, entre hojas secas y las finas hierbas del césped algo pelado se oculta un pequeño teléfono móvil que se enciende y parpadea…

 

 

 


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