Otro nuevo día comienza en la casa de curas. Hugo Reismen, esa mañana despertó un poco más tarde de lo habitual, durmió plácidamente.

Después de sus ejercicios matutinos, rutina que lleva realizando varios años, se toma un café gracias a la pequeña cafetera que por fin llegó, su insistencia obtuvo sus frutos. De este modo ya no debe bajar las escaleras para llegar al salón comedor y molestar a la cocinera cada vez que tuviese la necesidad de un poco de cafeína o alguna infusión.

Mientras saborea su café recién hecho se acerca a la ventana para contemplar el jardín y el cielo azul poco nublado que se pintaba aquella mañana en el exterior.

En su rostro aparece una leve sonrisa de satisfacción.

– Parece que el sujeto amaneció hoy contento – una voz entre las sombras al otro lado del cristal habla, nadie le escucha.

Jerónimo acaba de entrar en la sala de vigilancia donde dos guardias uniformados vigilan todas las dependencias, gracias a múltiples monitores que reciben las imágenes de las cámaras colocadas dentro y fuera de la casa de curas y reposo.

– Jerónimo no deberías estar aquí, este no es tu sitio – le dice uno de los guardias al bueno de Jerónimo.

– Lo sé, pero necesito ver unas imágenes por favor tengo unas sospechas – les dice Jerónimo un poco alterado y nervioso.

Después de mucho insistir y tras varias indicaciones del lugar que quiere ver, consigue que le muestren las imágenes de la zona exterior del día anterior, intentado ver si Hugo tras el árbol estaba hablando por un teléfono móvil.

– No se ve nada, es una zona muerta – Es la contestación que recibe por parte de uno de los guardias que maneja el control de las cámaras colocadas en el exterior.

 

 

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– La paciencia se le está agotando al ministro y me dice que está recibiendo presiones de mucho más arriba, del CFR, a estos sí que les temo. Algo debemos hacer, habla con el puto siquiatra y le apriete las tuercas al sujeto ya estamos hartos de tanta milonga – el nuevo jefe de proyecto se dirige a sus adláteres con vehemencia y determinación.

 

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Cuando todavía el reloj colocado encima de la mesilla de noche de Hugo no había marcado las diecisiete horas sonó la puerta de su habitación casi cerrada, el doctor en siquiatría Jaime Cabezuela solicita permiso para entrar.

– El buen doctor, pase y acomódese que ahora con la nueva maquinita de café que amablemente me han traído puedo preparar unas buenas infusiones a demás del liquido oscuro –  sonriente, Hugo conecta la pequeña máquina de café para calentar agua.

Hugo había colocado en una de las repisas de su habitación varios tarros de cristal lleno de hierbas cultivadas y otras especies salvajes que él miso recogía de la zona ajardinada del exterior de la gran casa que ahora ya se había convertido en su hogar. Hacía tiempo que le habían permitido sembrar en un pequeño terreno junto a los almendros sus plantas para hacer infusiones que antes amablemente se las cocinaban, y ahora podría hacerlas él mismo al contar con su nuevo aparato de hacer café, que estaba diseñado para que pudiese hacer todo tipo de bebidas calientes de una manera cómoda y eficaz.

– ¿Le apetece una infusión de las que suelo hacerme? Sientan muy bien ya verá – Hugo le ofrece al doctor una pequeña taza que contiene un líquido color verdoso caliente, hecho con varias hierbas que previamente había introducido por un pequeño orificio superior de la máquina.

El doctor se acomoda en una de las viejas sillas y coge la taza dejando sus libros y libreta de apuntes encima de la mesilla junto a la cama.

Ambos degustan el brebaje hecho por  Hugo y el doctor al  poco tiempo comienza con sus preguntas para comenzar otra sesión de terapia.

 

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En un viejo y poco iluminado apartamento en la ciudad, dos hombres de unos treinta y pocos años vestidos con vaqueros y sudaderas negras están sentados uno frente a otro, una mesa de madera los separa. Están echando un pulso, mano a mano izquierda y la derecha pegada a sus espaldas. Se miran muy serios fijamente, la tensión circula en aumento por todos sus músculos. Hasta que uno de ellos vence al otro y una gran risotada sale de su abierta boca, continua riendo ostentosamente y da un brinco, luego comienza a bailar en círculos gritando: – ¡He vuelto a ganarte y ya van seis, me debes ya una pasta, haber cuando la sueltas tío roñas!

– ¡Vete al oscuro agujero del culo del que te parieron puto cabrón me has hecho daño! Has hecho trampas, he visto como te sujetabas con las piernas a la mesa, así haces palanca – le increpó visiblemente enfadado su contrincante y compañero de piso.

– ¿Pudiste hablar con él ayer? – Le preguntó a continuación.

– Sí, pero apenas unos minutos, alguien le interrumpió y poco pudimos concretar, y deja de mirar así, no te preocupes por el dinero mañana estará ingresado en la cuenta, ¿nos ha fallado alguna vez? – Le contestó el otro joven mientras se colocaba la capucha de su sudadera negra y con un gesto invitó al salir del apartamento a su compañero – venga que tenemos trabajo – dijo con la mirada al frente dispuesto a bajar las viejas escaleras del edificio.

 


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