Amnesia III
Relatos Cortos / 20 febrero, 2019 / Mario GrageraDespués de que me permitiesen llamar a mi amigo y asesor Pablo, me encuentro en una celda de pocos metros cuadrados, sentado en una pequeña cama. Sigo en la misma comisaría de Policía, esperando a que llegue el abogado que me ha recomendado Pablo, que es de su confianza y experto en este tipo de causas penales. Me han obligado a darles todo lo que llevaba en los bolsillos y me ha hecho quitarme los cordones de los zapatos, deben pensar que me puedo suicidar ahorcándome con ellos, no le veo otra explicación. Estoy solo, no tengo compañeros de calabozo, no sé si alegrarme por ello o no, algún consuelo podría encontrar con otro reo o deprimirme aun más. En menudo lio estaba metido.
No soy capaz de cerrar los ojos, sé que necesito descansar, estoy agotado, pero los nervios me pellizcan los párpados, mi cabeza no para de dar vueltas.

Un sanitario me colocó puntos de aproximación en la herida, al menos ha dejado de sangrar, aunque el dolor no desaparece.
Pero lo que más me duele es que mi maldita memoria me ha traicionado, y no puedo recordar nada de lo que ocurrido en aquel piso del demonio. Donde horas antes había estado por invitación de la anfitriona, ahora imagino, que su moribundo cadáver estará siendo sometido a toda clase de pruebas para la autopsia.
Querrán saber la hora de las muertes y lo que realmente las mató, si fueron consecuencia de las heridas de los objetos punzantes o por los brutales golpes que recibieron. Al recordar las imágenes de las fotografías que la subinspectora Garmendia me enseñó, un escalofrío recorre todo mi cuerpo.
Es imposible Diego – me digo a mí mismo – es imposible – yo no he podido perpetrar tales crímenes – cómo iba yo a perder los estribos de tal manera, y por qué motivo, para cometer tal barbaridad.
Comienzo de nuevo a sudar y ponerme muy nervioso, me falta el aire, estoy experimentando contra mi voluntad un ataque de pánico, mi corazón se está acelerando cada vez más y no lo puedo controlar.
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GARMENDIA
Como luego pude saber, después de toda una seria de acontecimientos que todavía no quiero adelantar, la subinspectora Lidia Garmendia no llevaba mucho en su nueva plaza, en otra comisaria, distinta y muy diferente a donde trabajó en los últimos cinco años. Sus méritos, a consecuencia de su buena labor como policía, le habían hecho ascender de categoría. Trabajadora incansable y concienzuda, acostumbrada a los casos difíciles y el mío lo era.
De atractivo rostro, gestos duros y serios, mirada penetrante de ojos oscuros, voz algo ronca, de una ambigüedad debido a esa cierta masculinidad que mostraba, lo que me hacía mirarla con más atención e interés.
Su esbelta figura la enseñaba con paso firme allá por donde pasaba, no dejaba a ningún compañero indiferente. Siempre fui muy observador; me daba cuenta, por múltiples detalles que no se me escapan, que despertaba unas veces celos, otras admiración, y a veces irritación entre compañeros y superiores.
La subinspectora Garmendia apareció de manera inesperada, bajó al lugar donde se encuentran las celdas donde estoy recluido. Viene sola y no deja de mirar hacia atrás. Me pone al corriente de los resultados de la autopsia de los cadáveres, su superior se lo comunicó.
Fue muy breve y se marchó deprisa. En la soledad de mi triste y oscuro calabozo mi imaginación no dejaba de volar por mi atormentada cabeza.
Recreo en mi mente lo que supongo pudo ser la conversación con su superior, hablarían en estos términos:
-“Ya tenemos los resultados de los médicos forenses. Como era de pensar muertes producidas por heridas de arma blanca y politraumatismos en los otros dos casos, una salvajada – le diría el inspector Jaime Ramiro, superior de Garmendia.
-¿Nada más? – Le preguntaría Garmendia, con la mirada fija en las fotos que sostendría en sus manos.
-¿No te parece suficiente? – le contestaría Ramiro”.
Toda esperanza de salvación la iba a depositar en Lidia. Quiero pensar que ella no lo tiene tan claro, como el resto de sus compañeros. Por lo que pude observar, sabía que algo le decía que le faltaba alguna pieza.
Supongo que solicitó hablar de nuevo con el único sospechoso de tan brutales asesinatos, o sea yo, porque de nuevo me reúno con ella.
Me encuentro otra vez en la sala de interrogatorios, la puerta se abre tras de mí y entra la seria policía dejando sobre la mesa el expediente del caso.
-Le habrá puesto al corriente su abogado de cuál es su situación, señor Marcial, ¿o prefiere que le llame Diego? – Sus ojos oscuros me penetraban como afilados cuchillos. Suponía que buscaban que me derrumbase y terminase por confesar aquellos horribles crímenes.
Pero todo lo contrario, aun no sé cómo saco fuerzas, me tranquilizo, y me sincero todo lo posible. Miro fijamente su marcado rostro que cada vez me resulta más atractivo, me comienza a ofrecer confianza, no debido a sus gestos hacía mí, en realidad es algo que yo encuentro en su mirada.
-¿De verdad me ve usted capaz de cometer tal barbarie? Supongo ya habrán indagado lo suficiente en mi pasado como para saber que no soy un tipo violento, nunca lo fui. Soy un buen amigo de mis amigos. Créame de verdad, yo no he podido cometer tal atrocidad, se lo juro por lo que usted más quiera en esta vida señora Garmendia – digo esto y veo un cambio en el gesto serio de la policía que tengo delante, ahora veo a la mujer que esconde, noto una mirada diferente.

-Todos los indicios apuntan a ti Diego, todos los hechos no dan lugar a pensar en que otra u otras personas hubiesen entrado y salido sin ser vistos del edificio. Como ya sabes hablamos con los vecinos y hemos visto las cámaras de seguridad del edificio. Me gustaría poder creerte pero me resulta muy difícil ante tales evidencias, cuéntame todo Diego, o al menos dime algo más, ayúdame a aclarar todo esto.

-Le juro que no me acuerdo de nada, ya sabe lo del fuerte golpe que sufrí. Yo también soy una víctima créame.
La policía se levantó con la intención de abandonar la sala, cogió la subcarpeta marrón que contenía el manoseado expediente y lo golpeó por su canto contra la mesa varias veces, permaneció por un instante mirándome fijamente sin decir nada, pensativa. Luego salió y a mí me condujeron de nuevo a la pequeña celda en la que me veía recluido y desesperado.

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