Intento descansar en la pequeña cama de mi calabozo, coloco con suavidad mi cabeza en la dura almohada, me sigue doliendo la herida que no acaba de ir cicatrizando.

Procuro no pensar en caminos sin salida. No recrearme con las espeluznantes fotografías, y darle vueltas a lo que pudo o no haber ocurrido. Todo esto que me tiene allí retenido, privado de total libertad, algo que nunca antes había experimentado.

Me centro en la imagen de Lidia, la policía que me debe ayudar, es la única persona junto con mi abogado, por el interés del dinero claro, que puede conseguir algo, alguna prueba de que yo no he tenido nada que ver con todo aquel abominable crimen. He visto en la profundidad de sus oscuros y brillantes ojos que es alguien en la que se puede confiar. Me parece una buena profesional y honesta con su trabajo, suelo tener buen ojo con la gente.

Me trasladan a los juzgados para tomarme declaración, lo que me sirve para poder hablar de nuevo con mi abogado Jaime Santos García, así se llama, es el nombre que aparece en la tarjeta de visita que me dio la primera vez que nos vimos, tuve que volver a mirarla para recordar su nombre.

-Diego han registrado tu apartamento y encontraron ropa manchada con sangre- me dice el leguleyo, lo que me deja en principio un poco asustado.

-¿Había sangre de otras personas aparte de la mía?-le pregunto de manera atropellada.

-Pues no, al parecer toda la sangre es tuya.

-En el viejo edificio sin ascensor encontraron también restos de tu sangre en las viejas escaleras, en uno de los techos tan bajos. Probablemente volviste a subir a por algo que se te olvidó.

– Seguramente mi teléfono móvil- interrumpí al abogado.

-Sería eso y al subir a toda prisa por las viejas escaleras debiste golpearte fuertemente,  caíste y probablemente perdiste la consciencia durante un tiempo. El ordenador portátil que llevabas debió salirse de su maletín, no lo llevarías bien cerrado, y fue a parar varios pisos más abajo, por lo que quedó hecho añicos, irrecuperable para la policía.

-Sí, eso explicaría la abundante sangre que me brotaba de la hermosa brecha que me hice –  le contesto, mientras pongo mi mano derecha sobre mi cabeza y la acaricio con cuidado, pasando mis dedos por la herida que me sigue doliendo.

Camino a la comisaria, después de declarar y contar la misma historia, lo poco que recuerdo y ya expliqué a la Policía, me comunican que me va a dar traslado a la cárcel, tal y como ha ordenado el juez que me tomó la declaración.

Me convenzo de que debo actuar rápido si quiero evitar pasarme los próximos años entre rejas. Siempre fui una persona muy independiente, me gusta actuar rápido e intentar no dejar que las cosas sucedan al azar, no soy de los típicos que no toman las riendas de su vida, no dejo que la deriva me lleve de un lado a otro como le ocurre a mucha gente. Soy de los que se asegura, como siempre decía en mis charlas, de que el punto A llega hasta el punto B.

Mientras vamos de camino a comisaria, mi abogado y yo, pienso en que no tardarán mucho para que me metan en un furgón de la Policía y llevarme a mi nuevo destino.

Convencido de la necesidad de diseñar un plan de acción, para no quedarme de brazos cruzados comienzo a hacerme preguntas.

-“¿Si fuese el policía que se encarga de investigar este caso que debería hacer? Si me descarto de la ecuación, claro… ¿Debería investigar a todos los que asistieron a la comida maldita? Cabe la posibilidad de que alguno de ellos o puede que todos juntos hubiesen hecho algo para que derivase en toda aquella tragedia que ahora me tiene recluido” – pensaba a toda prisa.

Mi cuenta bancaria es la que aparece ahora en mi mente, lo suficientemente saneada, creo. Como no me fio de mi memoria, intento recordar mi última conversación con Pablo acerca de los impuestos que me tocaría pagar en mi próxima declaración de la renta y que estuvimos hablando de mis ingresos y de todo lo que tenía de patrimonio.

-“Por otra parte, el juez es posible que congele todas mis cuentas y fondos, y no pueda nadie hacer uso de mi dinero” – al pensarlo cambia el gesto de mi cara, tornando de nuevo a serio, me veo en el espejo del conductor, muestro la angustia que no me deja en ningún momento – “bueno olvidemos las finanzas” – pienso de nuevo suspirando, lo que atrae la atención de mi acompañante, mi abogado, que convenció a los policías para que dejasen que me acompañase a comisaria. 

Llego a comisaría y me comunican mi traslado al centro penitenciario número 7, está a las afueras, a no demasiados kilómetros del centro de la ciudad.

Nos sentamos a esperar a que esté listo todo el papeleo para que me lleven a mi nuevo hogar, miro mis manos esposadas, no termino de acostumbrarme. Privado de libertad.

Policías de un lado a otro, dos policías junto a nosotros. Uno me vigila, mientras el otro pregunta al compañero que está sentado en la mesa, justo en frente, para recibir instrucciones supongo.

Vuelvo a mirar mis manos esposadas, vuelvo a sentir ansiedad, noto mi corazón como se acelera sin poderlo remediar.

-¿Señor Santos conoce usted a algún detective privado de confianza?- Le pregunto a mi abogado en voz baja, prácticamente susurrándoselo al oído.


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