Amnesia VI
Relatos Cortos / 12 marzo, 2019 / Mario GrageraAl apresurar el paso viendo que se me hace tarde para ir al comedor para tomar el desayuno me cruzo con un tipo alto y corpulento, de poco pelo, barba de varios días, me lanza una mirada matadora que por poco me deja petrificado.
Me doy media vuelta haciéndome el despistado. De nuevo en mi pequeña celda respiro profundamente, intento tranquilizarme delante del espejo – bueno este atractivo rostro de momento sigue intacto – me digo en voz baja con el ánimo de olvidarme del susto que acabo de sufrir.
No sé que me que preocupa más si la privación de la libertad a la que me veía sometido, o a la sensación de pavor por pensar que mi integridad física estuviese en peligro. Sabiendo que hay mucho sujeto violento en estas cárceles, y que a la más mínima pueden intentar agredirte con cualquier escusa, por estúpida que sea. Quizás mi angustia es del todo innecesaria, e imagino peligros que no existen, salvo en mi mente.
La última conversación que tuve con mi abogado me dejó algo más tranquilo. Me dijo que pronto recibiría buenas noticias, pero que no me quiso explicar nada más por mucho que le insistí, no me quiso adelantar más acontecimientos.

Después del desayuno, un amable carcelero me da el aviso para que vaya a una sala de reuniones. Alguien me está esperando, no me dice de quién se trata. Algunos funcionarios de prisiones son un pozo de simpatía y amabilidad, si el pozo lo contemplamos desde la zona de sus asentaderas.
Al entrar en uno de los locutorios. una pequeña habitación veo sentada junto a una pequeña mesa gris repintada a mi policía preferida Lidia Garmendia.
-Cierra y siéntate Diego- me dice con la voz un poco ronca, como si viniese de gritar en un partido de futbol.
– Buenos días –le digo mientras me siento frente a ella, me alegra verla y eso debió notarlo en mi expresión.
-Te veo bien, parece que no te está sentando muy mal esto de la reclusión- sigue con el gesto serio la eficiente policía.
-Bueno lo llevo bien, soy persona que se sabe adaptar a las nuevas situaciones por muy jodidas que sean, y esta es por descontado es la más jodida que me ha pasado en mi vida – le contesto también con seriedad, mostrándole que no estoy para mucha bromas.
-Bueno voy al grano, este caso es tan sumamente raro y desconcertante que ya no sabe una como actuar. Me estoy pasando por el forro ya todos los procedimientos y demás gaitas. Diego solo quiero llegar a encontrar la verdad. Tu abogado sabe que estoy aquí y ya tiene toda la información necesaria.
Mi atención no podía ser mayor hacia la mujer que tenía delante. Compruebo la certeza de los sabios, quienes escribieron la frase: de cómo perderse en la mirada. Es en ese mismo instante cuando estoy totalmente sumergido en sus ojos y con todos mis sentidos abiertos.
-Tengo información que voy a compartir contigo Diego- continúo hablando.
-Yo también tengo información que me gustaría que viese y puede ayudarle a esclarecer los hechos – la interrumpí, al recordar todo lo que había averiguado con respecto a Emma.
-Sí ya conozco por su abogado esa teoría, y lo estamos viendo – me contesta con el ceño fruncido.
Decido no interrumpirla más, ya volvería luego a insistir con el asunto de Emma y el extraño del bigote. Me centro de nuevo en los oscuros ojos de la mujer policía; cada vez me resulta más interesante y atractiva, sentimientos, supongo que producidos por querer verla como mi dama salvadora. Se echa hacia atrás intentando acomodarse.
-Diego, los datos que me proporciona la Policía Científica son de lo más sorprendentes: todos los cadáveres tenían restos en sus uñas y algunos en sus dientes de tejidos y bello de los otros. Nos induce a pensar que parece como si se hubiesen dedicado a darse de golpes, arañazos, mordiscos y cuchilladas entre ellos.
-De ser así, demostraría que soy inocente – digo ya más alterado, alzando la voz.
– O que alguien, después de matarlos brutalmente, hubiese preparado así la escena del crimen. La verdad es que todo esto es muy desconcertante, y tu memoria no nos aporta nada más por lo que veo – no está mi guapa policía por darme toda la felicidad que necesito.
-De cualquier forma sigues bajo sospecha – continúa mientras mira fijamente a mis ojos – pero es cierto que si tu abogado mueve bien sus fichas, puede que convenza al juez para que te deje en libertad bajo fianza – oírla decir esto sí que de nuevo me da esperanzas y me alegra.
“A eso se refería mi abogado al decirme que pronto tendría buenas noticias” – pienso al poco de verla marchar de nuevo camino de su comisaría a la concienzuda subinspectora.
Siento como si acabase de bajarme de una atracción de feria: la montaña rusa de las sensaciones.
El resto del día transcurre con normalidad. Al volver hacia mi celda, después de la cena, percibo miradas de varios reclusos, esta vez no son imaginaciones mías, estoy seguro de que me están escudriñando y hablando de mí. El miedo vuelve a invadir todo mi cuerpo, y acelero el paso en dirección a mi celda, único lugar en el que me siento seguro dentro de todo este edificio.

Ya casi llegando a mi pequeño reino de diez metros cuadrados me encuentro con el calvo de la mirada asesina delante de mí.
-Tú eres el periodista ese que se ha cargado a cuatro ¿no?- Me quedo de nuevo petrificado al escuchar a mi compañero de “hotel”, de metro noventa y corpulento, con pinta de matón de discoteca.
Mi primer impulso es contestarle diciendo que yo no maté a nadie y mandarlo a la mierda, pero la prudencia impulsada por mi miedo hace que permanezca mudo. Bajo la cabeza y me marcho con celeridad, casi de puntillas, hacia mi celda. Dejo al mastuerzo allí plantado en medio del pasillo, con su cabeza ladeada y una leve sonrisa que no me gusta en absoluto. Noto como su mirada me atraviesa la espalda, lo que me produce un escalofrío que recorre todo mi ser.
-¿Cómo coño lo sabe? -Ya me estarán linchando en todos los medios de comunicación.
Aquella noche mientras duermo oigo ruidos y me despierto sobresaltado, me parece ver unas sombras y luces que se filtran por debajo de la puerta de mi celda, oigo susurros. Siento un pánico que me paraliza como nunca antes, ni el hecho de saber que la maciza puerta de mi celda estaba perfectamente cerrada consigue tranquilizarme.
-”Tengo que salir de esta puta cárcel, he de ponerme en contacto con Jaime urgentemente”- mi corazón no deja de latir a toda velocidad.

SUSCRÍBETE A MI BLOG