Suena el despertador no me acordé de quitar la alarma de mi teléfono móvil, pero me desperté con una sonrisa, estaba en mi habitación, en mi apartamento. No tenía nada que hacer. En mi trabajo me habían obsequiado con unas “vacaciones”.

Decidí tomarme el día con toda la tranquilidad que mi atribulada cabecita dispusiese.

Mientras desayunaba lo poco que pude aprovechar que había encontrado el interior de uno de mis muebles de la cocina, recordé lo que solían hacer en las películas de policías, y decidí quitar los cuadros de la pared de la habitación de invitados.

No deben haber transcurrido más de treinta minutos dedicados a observar con detenimiento el bonito collage que he hecho en un improvisado mural, en la pared de la habitación que no suelo usar. He colocado todas las fotos que me proporcionó el detective.

De nuevo me fijo detenidamente en la fotografía que aparece el extraño del bigote. Debo averiguar todo lo que pueda sobre este personaje que no para de dar vueltas en mi cabeza, incluso cuando intento desconectar y relajarme viendo la televisión o escuchando la radio.

-“Emma, Emma, que te traías entre manos”- al pensar en mi desaparecida amiga decido fijarme en el resto de las fotografías, observo a los demás invitados. Alguno puedo conocer, y quizás me ayude a encontrar al desconocido de bigote y chaqueta hortera.

Decido tomar un buen café caliente que reactive mis todavía dormidas neuronas, doy un sorbo y me asomo por la ventana. Veo un coche color oscuro con dos individuos dentro, aparcado en la cera de en frente. El que está sentado en lado del conductor no deja de mirar hacia arriba.

-¡Me ha visto, coño! – Corro la cortina y me alejo de la ventana, de nuevo la sensación de pánico me encoje el cuerpo.

Intento calmarme – deben estar esperando a alguien – me digo. Luego estuve unas horas dedicado a leer viejos artículos relacionados con actos de las distintas asociaciones de Emma. Recordé que en la nube de internet había guardado material en los que se encontraban los mencionados artículos, y pude acceder a ellos con el viejo ordenador de mesa que tenía en mi despacho y apenas usaba.

No encuentro nada relevante que me pudiese proporcionar algún dato para poder seguir la pista. Necesito salir e ir donde se celebró el acto en el que aparece el extraño del bigote. Tengo la esperanza que haya alguien que pueda saber de quién se trata.

Me doy una ducha y me visto deprisa, mis ganas por intentar averiguar cualquier cosa que me sirva de hilo del que poder tirar acelera mi corazón. Justo voy salir por la puerta recuerdo el coche frente a mi ventana. Me asomo y no veo el vehículo oscuro que pensaba me vigilaba. Suspiro al tocar el botón del ascensor, me pongo en marcha, paso a la acción y eso me hace sentir vivo. Me sirve como terapia para olvidarme de miedos y angustias que llevan demasiado tiempo viviendo conmigo.

Me dirijo hacia mi aparcamiento y cojo mi coche con destino al salón de actos del Banco Central.

Al poco tiempo miro por el espejo retrovisor y veo el mismo coche de antes, el vehículo que horas antes estaba estacionado frente a la ventana de mi apartamento. Me están siguiendo dos individuos a los que no consigo ver sus rostros.

Mi corazón de nuevo se acelera al ritmo del motor de mi coche, al que inconscientemente le piso un poco más el acelerador. Giró con brusquedad en la siguiente calle a la derecha, con toda la intención de desembarazarme de mis perseguidores.

Ya no los veo, creo que la maniobra ha funcionado. Consigo aparcar cerca del Banco, toda una suerte a esta hora de la mañana. Antes de entrar miro a mi alrededor por si aparecen los dos individuos que me persiguen. No veo a nadie, en principio, hasta que me decido a entrar, justo en ese momento aparece un coche oscuro por la avenida. El copiloto está mirando a todas partes, yo entro a toda prisa creo que no me han visto. Con suerte pasarán de largo y los perderé de vista para el resto del día.

Una vez en el Banco me dirijo a un señor uniformado que debe trabajar allí, me presento y le pregunto amablemente, sin que se me note demasiado el nerviosismo, si puedo entrar en el salón de actos con la excusa de que estoy haciendo un reportaje y necesito sacar algunas fotos.

Me coloqué justo donde se ve a Emma y el extraño que le susurraba al oído. Sabía que no iba a encontrar nada, había pasado mucho tiempo y esa sala la limpian constantemente, pero aun así di vueltas e hice fotografías. Luego decidí volver a las oficinas y preguntar a los trabajadores del banco.

Después de preguntar a varias personas, quedé un tiempo de pie sin saber a quién más preguntar. Miré a todo el mundo que entraba y salía del banco, la mayoría parecían robots cabizbajos. Mi mirada se cruzó con la una joven que estaba tras un mostrador del banco, me acerqué atraído por su bonita sonrisa.

-Disculpe me Llamo Diego y soy periodista estoy haciendo un reportaje sobre los actos que se dan habitualmente en este sede central del banco, necesito saber si conoce a este hombre.

-Sí, hace unas semanas estuvo aquí me comentó que quería abrir una cuenta, se llevó documentación para ello y ya no le he vuelto a ver. Oiga, igual no debería contarle nada no quiero problemas.

-No se preocupe es amigo mío, hace tiempo que no sé nada de él y me gustaría verle, ha debido cambiar de teléfono- le contesté con esa mentira para ganarme su confianza.

-Ese día asistí a aquel acto benéfico, yo también tengo un hijo con discapacidad psíquica como él – me añadió cambiando su expresión, la sonrisa desapareció de su rostro.

-¿Entonces no le entregó ningún formulario o algo parecido con sus datos?

-Ya le digo que no lo he vuelto a ver, y esos datos, de tenerlos, serían confidenciales no se los podría proporcionar. Si me disculpa tengo una reunión – se levantó evitando mirarme y se apresuró hasta una sala al fondo de las oficinas, una gran puerta de madera tallada color rojiza se cerró tras ella al adentrase en la sala de reuniones. 

No me dio tiempo a despedirme amablemente; salgo hacia la puerta del banco. El vehículo oscuro estaba justo frente a la gran puerta del Banco Central, aparcado en doble fila, y los dos sujetos que lo ocupan me miran sin pestañear.

Me aparto de sus miradas, doy pasos hacia atrás. Soy todo manos mientras busco en los bolsillos de mi chaqueta mi teléfono móvil. Me  pongo tan nervioso que casi lo caigo; en un ejercicio de habilidad lo atrapo en el aire. Llamo a Garmendia en un estado de ansiedad que llega hasta mis cejas.  


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