San Servando del Verguerdenes

a 11 de agosto de 1966

 

Mi queridísimo Julián:

 

En la época estival tú sabes que a mí me va el vals. Es por esto que cuando cae la noche, no encuentro la pareja que hallé en ti. Tu graciosa manera de mover tus caderas, cadenciosa a la par que silenciosa. La figura que formábamos, que parecíamos unos viajantes en una nube que se resbalaba por el salón de aquel baile, que ahora recuerdo con total nitidez. Era la primavera de 1963, el baile de inauguración del casino del pueblo, que bello fue aquel día y sobre todo la noche.

 

Julián te añoro mucho, no tengo más palabras, excepto pedirte que vuelvas a conquistar el corazón que un día dejaste palpitando hasta este momento, esperando que vuelva tu serena sonrisa a calmarlo y mimarlo.

 

Siempre tuya, y no te olvida, Adelaida.

 

 

 

Barbate 28 de agosto de 1966

 

Mi añorada Adelaida:

 

Espero poder terminar pronto la faena que tengo entre manos, yo calculo que para dentro de unos meses me soltarán, ya sabes cómo está el negocio del tabaco y las bebidas caras.

 

Yo también recuerdo mucho aquel baile, de cómo me dejaste los juanetes con aquellos tacones que todavía no manejabas bien. Por poco dejas sin pies a todo el salón. Todavía me entra la risa cuando me acuerdo de Raulito que tiró del lazo que sujetaba tu vestido, y acabaste rodando por entre las mesas medio tapando las vergüenzas toda despeinada con el rímel corrido, y aquella colilla de cigarro que prendía en tu pelo. Pobre chica, decían todos cuando saliste corriendo avergonzada y llorosa, que sofoco tan grande. Cómo nos reímos los mozos del pueblo. Por cierto, menuda mierda nos cogimos todos a tu salud.

A cada rato, recordando aquella escena, nos descojonábamos de la risa, oye.

 

Eloísa, o Adelaida, que no sé por qué cojones te cambiaste el nombre después de aquello. Si total fue un rato malo y nada más, mujer. Peor si fue cuando te cogieron aquellos forasteros, pensando que eras una golfa, y te terminaron por quitar la ropa, aprovechando la oscuridad del Parque de las Margaritas. Te dejaron toda espatarrada llena de barros hasta en las uñas, aquello la verdad es que no estuvo muy fino. Al terminar de reírnos, cuando se nos contó, la verdad es que fuimos rápidos a socorrerte. Recuerdo la torpeza de Manolo, que con la borrachera que llevaba el pobre hombre, tuvo la mala suerte de tropezar con uno de tus zapatos de tacón, que estaban por allí tirados, y se cayó de cabeza encima del costillar de tu frágil cuerpo, acabó rompiéndote tres costillas. He de reconocer que al principio también nos estuvimos descojonando un rato, hasta que vimos que apenas te movías, y decidimos llamar a don Pancracio el veterinario. Sabíamos que vivía cerca, por eso te sacamos de allí, metiéndote en el saco que llevaba Jacinto, que tuvo que hacer el sacrificio de vaciarlo y verter todo el estiércol que llevaba para el nuevo huerto que se había hecho detrás de su cortijo. Ese estiércol era muy bueno y le costó mucho conseguirlo, pero claro, no éramos capaces de llevarte de otra manera porque te desparramabas entre los brazos de los borrachos. Tú, la verdad, es que estabas completamente inconsciente, no te movías ni un centímetro, el bestia de Juanón te quería tirar por el barranco, pensando que estabas muerta.

 

Bueno que rato más agradable he pasado escribiendo esta carta, que ha traído recuerdos muy gratos de antaño.

 

Cuando salga de la cárcel prometo ir a verte, de verdad.

 

Se despide con cariño Julián Salcedo Chimeno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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