CAPÍTULO 6

-Mis queridos alumnos, hoy me gustaría que tratásemos el tema de la política, Avancemos unos cuantos siglos en el tiempo, y pasemos de los filósofos atenienses para adentrarnos en la teoría política de René Descartes, para muchos el padre de la filosofía moderna.

-En los dos escritos que les mandé leer la semana pasada, espero hayan encontrado aspectos relacionados con las opiniones del sabio en cuanto a la política y los políticos,

-¿Algún valiente que quiera intervenir y aportarnos alguna opinión o conclusión sobre lo leído acerca de este tema?- Preguntó el profesor sin obtener respuesta alguna.

-Si alguno se hubiese molestado en profundizar un poco, hubiese podido apoyarse en las conclusiones del libro de Antonio Negri, acerca del pensamiento político del filósofo francés. Pero ya veo que el fin de semana ustedes lo habrán dedicado al futbol o la música petarda. Sepan ustedes que condenados estamos si no aprendemos de los sabios del pasado. Condenados a ser representados por nefastas políticas, hechas por no menos nefastos políticos que inundan el tablero que lo forman los que gobiernan y los que se oponen. Ambas partes que no se ponen de acuerdo ni para pagar un café.

-Como veo que no me convencen de lo contrario, hagan ustedes el favor de leer lo que les recomendé. Jacinto venga usted para acá con su tablet y búsqueme el libro de Antonio Negri en internet, busque usted esta página web por favor, nos servirá para continuar con la clase.

Un contrariado Leandro, con ceño fruncido, se sentó en su sillón junto a su mesa, esperando que su alumno encontrase en internet lo que le había solicitado. Mientras, el resto de los jóvenes, leían en silencio los escritos de Descartes.

De repente alzó la vista hacia el fondo del aula, notó una mirada que le taladraba la mente, sintió calor y un dolor agudo en su cabeza. Pudo ver con total claridad la figura del sacerdote del sombrero y sotana oscura hasta los tobillos, le sonreía mientras sostenía un rosario entre sus manos.

-¿Qué quiere? Déjeme en paz, o llamaré a las autoridades, no creo que usted pertenezca a la Iglesia ¡Impostor, aléjese de mí! – dijo a voces levantándose de su asiento en un brinco inconsciente.

Todos los alumnos sobresaltados, al ver a un alterado profesor, miraron hacia  donde dirigía el vocerío su profesor.

El sacerdote había desaparecido, no vieron a nadie. Algunos alumnos reían con disimulo y otros sorprendidos intentaban comprender lo sucedido.

El profesor se sentó muy nervioso, su corazón estaba latiendo a toda velocidad, le temblaban las manos. Jacinto lo observaba también algo nervioso sin saber qué hacer ni qué decir, le sujetó con suavidad el brazo a su profesor para intentar calmarlo sin conseguirlo.

El alterado profesor saltó de nuevo de su sillón, y salió del aula a toda prisa. Buscaba su teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta, recordó lo que su mentor le encomendó si volviese a ver al extraño sacerdote. Necesitaba una prueba de que no era un fantasma, o figuraciones suyas. Debía encontrarlo por los pasillos, no debía andar lejos para hacer una foto y averiguar de quién se trataba.

Corría Leandro por los fríos pasillos, buscando la puerta principal, la que accedía al exterior. Esperaba poder darle caza antes de que el misterioso sacerdote se perdiese por las calles de la ciudad.

 

 

Algunos alumnos lo siguieron con la suficiente distancia para que el nervioso profesor no se percatase.

Leandro tropezó varias veces en su persecución con otros alumnos que se iba encontrado por los pasillos, y algún que otro profesor de la facultad que lo miraba extrañado.

Salió a la puerta principal y lo vio, se alejaba tranquilamente.

-Alto, párese usted, ¿qué es lo que quiere de mí? ¿Por qué me está espiando?

Justo acabó de vociferar esto desde la puerta, el sacerdote se giró sonriéndole y tocándose el sombrero. Leandro que llevaba su teléfono en la mano todo el tiempo pudo hacer una fotografía.

Se sentó en los fríos escalones de piedra que daban acceso al pasillo principal, e intentó enviar la fotografía que acababa de hacer al móvil de su hermano mayor de la Orden. Aun muy nervioso, Leandro dejó caer su teléfono sin querer contra los escalones. Rápidamente lo recogió y suspiró al ver que no le había pasado nada a su “infernal aparato de comunicación”, como solía denominarlo cuando era incapaz de usarlo correctamente.

Ya más calmado consiguió enviar la foto y un mensaje en el que escribió: este es el misterioso sacerdote que hoy ha aparecido en una de mis clases, estoy realmente asustado, me siento acosado y espiado.

Algunos de sus alumnos lo estaban observando con el debido disimulo entre risas y bromas.

El profesor de filosofía se incorporó y se encaminó hacia su pequeño despacho con paso lento, intentando no pensar demasiado en lo ocurrido. A ver qué clase me toca ahora y si lo tengo todo preparado – se dijo en voz baja mientras abría la puerta de su despacho.

Sentado en su sillón resopló varias veces y comenzó a repasar sus papeles. Habían transcurrido unos veinte minutos, cuando oyó el sonido que le advertía de un aviso de mensaje le había llegado a su teléfono móvil.

Su cara palideció y una gran inquietud penetró en todo su ser.

El mensaje le revelaba lo siguiente:

“La foto estaba un poco lejana y borrosa, pero con la ayuda del hermano Serafín que, como sabes, es bastante habilidoso con esto de la informática ha podido ofrecernos otra versión de la foto más nítida”.

“Hemos podido reconocer al sujeto, y sabemos que forma parte de la orden  Discordians Luciferi et cultores chaos, más conocidos como los Discordianos de Satán”.


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