A la mañana siguiente me desperté temprano, serían las 11.30 de la mañana.

Me abro una cerveza fría para desayunar ante la atónita mirada de Alicia, que me observa desde el sofá donde se encuentra cómodamente recostada, en sus manos veo que sujeta un viejo libro de Nietzsche, El Anticristo. Estaba en la estantería junto con el resto de los pocos libros que pude rescatar de la casa familiar.  

Decido poner un poco de Jazz, suave melodía de John Coltrane, “In a Sentimental Mood”, aunque más propia de una velada nocturna, esta vez me lo pidió el cuerpo, mi cuerpo poco rumboso y desgarbado de mañana.

Sin pensármelo dos ni tres, cojo de la mano a Alicia y la hago bailar junto a mí, al verla sujetar todavía el libro del atormentado filósofo se lo arrebato de golpe inesperado y lo lanzo contra el sofá, a la vez que emito una carcajada más parecida a el graznido de un pajarraco con carraspera que al sonido natural de cualquier ser humano. Alicia ríe a carcajadas y de nuevo su rostro ilumina toda la habitación. Doy vueltas y más vueltas junto a ella, sujeto con suavidad sus caderas que se mueven con estilo, he de reconocer, mientras continúa sonando el resto del álbum del maestro del jazz. 

No alcanzaba mi memoria a recordar un momento así, de felicidad sin palabras. Música que nos lleva de un lado a otro del improvisado salón de baile, que saca lo mejor de nosotros mismos durante un tiempo que parece no tener fin.

Nuestro momento de goce se vio truncado por un fuerte golpe proveniente del piso vecino. Oímos gritos histéricos y luego sollozos de lo que parecía un niño, aunque en realidad sé que es mi vecino el joven japonés.

-¿Qué le ocurre al vecino? – Me pregunta Alicia, todavía sujeta mi mano en posición bailonga.

-No te preocupes de vez en cuando le dan rabietas, es un ser solitario que no sale nunca de su casa, todo lo hace a través de internet – le explico – nunca lo he visto ni tan siquiera asomar el hocico por la ventana – añado.

– Hikikomori – dice Alicia mirando hacia la pared.

Sin mediar más palabra se dirige hacia la puerta del japonés. Me asomo con disimulo dejando mi puerta casi cerrada, lo justo para asomar mi nariz. 

Llama varias veces golpeando la puerta del raro japonés hasta que abre, hecho que me extrañó, no pensé que fuese a hacerlo. Alicia entra como si estuviese en su casa y el japonés la mira con sus pequeños ojos, muy atento, sin pronunciar palabra alguna en japonés o español. 

Decido acercarme para escuchar tras la puerta, pero no consigo entender nada de lo que hablan. Tengo la feliz ocurrencia de volver a enganchar mi oreja izquierda a la caña de pescar con la finalidad de introducirla por debajo de la puerta, lo más lejos posible hacia el interior del piso de mi vecino el Hikikomori, para poder escuchar lo que hablan. Dicho y hecho en dos minutos, bueno quien dice dos dice tres. Pero la abertura inferior no da el juego suficiente y al final se queda atascada, no sale ni entra. 

-¡Coño sal ya so cabrona! 

Se abre la puerta justo cuando consigo sacar mi oreja del atoramiento. El japonés y Alicia me miran algo desconcertados al verme de rodillas mientras coloco la oreja en su sitio.  

-Jaime ahora vuelvo- me dice una sonriente Alicia, agarrada del hombro del silencioso japonés, lo acompaña hasta la salida del edificio. 

Me adentro de nuevo en mi apartamento y me asomo por el pequeño balcón del salón. Esto es increíble, no doy crédito a bajo interés, ha conseguido sacar al japonés a la calle algo que no había visto en todo el tiempo que llevo siendo su vecino, jamás lo vi salir, ni tan siquiera al portal. 

El pequeño japonés mira a todas partes con asombro, Alicia lo sujeta de la cintura y le señala con la mano a diferentes sitios, no sé qué demonios le debe estar contando, pero lo tiene muy entretenido, parece un ser que acaba de salir de su cascarón.

Al poco tiempo mi vecino de ojos rasgados muy sonriente se abraza a Alicia, para a continuación verlo sollozar. Mira hacia el sol, lo señala y comienza a reír.

Alicia alza la vista hacia el lugar en donde me encuentro, apoyado en la vieja y oxidada barandilla de hierro. Su sonrisa cautivadora, sus ojos azules, añadido a lo que acabo de ver con el oscuro japonés, que parece que le ha abierto la puerta hacia un mundo nuevo, me produce una sensación de enamoramiento o algo parecido, lo que revuelve mis oscuras entrañas.

En ese estado de tonto la baba me hallo cuando de repente miro hacia el otro lado de la calle y veo a los dos secuestradores corriendo en dirección hacia mi portal, uno de ellos se para y señala a Alicia.

Cojo mi chaqueta, la cartera, las llaves y salgo disparado para encontrarme con Alicia y llevármela lejos de allí lo antes posible.

Nos movemos a toda prisa en dirección contraria, me percato de que el japonés asustado corre junto a nosotros.

Recuerdo que la vieja furgoneta de José Luis mi tabernero favorito la suele aparcar cerca de donde nos encontramos y nunca suele tenerla cerrada. Siempre me dice que para qué la va a cerrar con llaves si es un cascajo que a nadie le va interesar robarla.

Nos acomodamos a toda prisa en la vieja furgoneta de reparto, el japonés se introduce en la parte trasera de carga, junto a unas cajas de bebidas vacías a las que abraza.

Me dispongo a conducir y me doy cuenta que las llaves no están puestas, mi cara es un poema de terror. Alicia mete sus manos debajo del volante y aquello arranca.

No pregunto, prefiero hundir el acelerador hasta el fondo y salir derrapando que casi volcamos.  

Veo por el espejo retrovisor a los dos sabuesos que nos persiguen corriendo y uno de ellos nos apunta con su arma. 

-¡Agachaos! – Grito, totalmente fuera de mí. 

Oigo disparos, miro a Alicia y está bien, lo cual me deja más tranquilo. 

-¿Cómo estás, Koji? – Se interesa Alicia por el estado de salud de nuestro pasajero.

-¿Koji Kabuto dónde dejaste a Mazinger Z que ahora nos vendría de perlas? – Le pregunto sin, obviamente, esperar respuesta mientras conduzco a toda prisa las cuatro latas con ruedas que manejo con algo de dificultad.

Oigo gritar y reír al pequeño hijo del Sol Naciente, debe ser lo más emocionante que le ha pasado en los últimos diez años de su vida, al menos.

-¿Y si llamamos a la policía y nos fiamos de ellos?

-Nada de policía Jaime- me dice Alicia después de besarme en la mejilla. 

Mientras conduzco nervioso pienso en algún lugar en el que podamos estar seguros en los próximos días, hasta que tracemos un plan de escape con más argumentos y garantías que hasta ahora. 


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