Mi querida María Teresa:

 

Me convierto en salchichón cada vez que te veo, no me atrevo ni a mirarte cuando pasas junto a mí, riéndote de las idioteces, qué a buen seguro, te estarán contando tus pedorras amigas.

 

El otro día, junto a la plaza, estando yo muy ocupado colocándomela bien en el calzoncillo, pasaste a unos metros de mí, ibas con la mirada perdida, yo traté de encontrarla, incluso pregunté a los muchachos del vecindario si la vieron. Caminabas con garbo… y Clark Gable. Sostenías con toda tu gracia el bolso que te regaló tu madre, ese que compró en el mercadillo. Lo sé, porque fui yo quién se lo vendí; sí, soy el vendedor ambulante parlante del final del pasillo principal. Ese que vende artículos de cuero, verbos de metal, adjetivos de raso verde y preposiciones deshonestas.

Has parado miles de veces delante de mi tenderete. Te gusta mucho mirar todo lo que allí vendo, miras con mucha atención y con gran curiosidad, acaricias el género con sumo cuidado con esas preciosas manos. Yo te observo sin que te des cuenta, me quedo embelesado viendo como el sol ilumina tu preciosa melena morena, como tus dientes reflejan la luz, al ver que algo de lo que yo te ofrezco te gusta; pero, ¡so hija de la gran puta! Cómprame algo de una puta vez, que ya me tienes hasta los putos mondongos de ver cómo te paras un rato, todo lo manoseas, te ríes, y te vas al de enfrente a comprarle bragas y sujetadores, de esos que te dan tres por dos.

 

Muy atentamente se despide hasta nuestro próximo, que espero más provechoso, encuentro del domingo que viene.

 

Serapio Garbajuelo Sandío.

 

 

Señor Serapio:

 

Todavía me pregunto por qué ahora estoy contestando a sus groseras palabras. Pero es que aún no entiendo muy bien qué es lo que pretende, escribiéndome de esa manera. La verdad es que mis amigas al leer su carta me han dicho que le ignore, mal bicho, pero yo he tenido un deseo irrefrenable de contestar a su, cuando menos, atrevido lenguaje. Es por esto que le escribo estas líneas, tan sólo para decirle que mi novio a partir de ahora comprará todas mis bragas y sujetadores. Por lo tanto, ya no verá mi pelo al sol junto a su mugriento tenderete, so negrucio de uñas sucias y mal arregladas.

 

Se despide atentamente,

Mª Teresa Campos Serafines.

 

 


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