Se la encontró en una habitación con poca luz, tenía una pistola pequeña, un revolver de seis balas en su mano derecha.

 —Deja el arma en el suelo solo quiero que hablemos por favor. ¿Entiendes lo que te digo?

 En esos momentos se acercó a Reyes, con pasos lentos, y se detuvo frente a él, a unos metros. El inspector apuntó a la mujer con firmeza, intentando templar los nervios. De nuevo le pidió que dejase su arma, le recorrió un sudor frío por su frente. La extranjera lo miraba fijamente con una extraña mueca en su rostro. Exhibía una rara sonrisa mientras movía sus ojos a izquierda y derecha.

 Ella también apuntaba con su arma a la cabeza de Reyes. El inspector comenzó a temblar, no quería tener que disparar, pero sentía que su vida estaba en peligro. De repente, como si la mujer fuese estrábica, uno de sus ojos lo movió a su izquierda y el otro se mantuvo en el centro. Sonrió.

Bajó la pistola y luego lentamente la levantó, apoyó el cañón del pequeño revolver sobre su sien y acto seguido apretó el gatillo. Cayó al suelo y al poco tiempo un charco de sangre apareció bajo su cabeza.