– “Ya tenemos el ensayo 4889/Y.

– ¿Ha sido tratado y verificado?

– Sí, por Paradeigmo* número dos.

– Perfecto, suminístrela”.

Las voces de dos personas las oigo cerca, dando vueltas en mi cabeza antes de caer en otro profundo sueño…

 

 

XXXXX

 

Despierto de nuevo muy aturdido, mi corazón va más rápido de lo normal. Me levanto, estaba tumbado en el suelo, no recuerdo el por qué.

Parece que me encuentro bien, al poco me voy sintiendo mejor. Me encuentro con más energía de lo habitual.

Camino por los pasillos vacíos y silenciosos de la nave, algunos de ellos solo están iluminados por las luces de emergencia.

Oigo un ruido a lo lejos, un golpe seco que llega hasta mí. Voy en dirección hacia donde creo que se produjo.

Acabo en la sala 17 está totalmente iluminada. Es otra de esas estancias de descanso con varias mesas y sillas, y una librería con apenas treinta o cuarenta libros, principalmente novelas de autores clásicos. Cojo uno de aquellos libros, El hombre delgado de Dashell Hammet, recuerdo que ya estuve antes hojeándolo era el siguiente que quería leer. Vago por la habitación manoseando las páginas de  la novela. La estancia en lugar de ser de paneles blancos está pintada de un color anaranjado, decían que era relajante, a mí no me lo parecía.

Vuelvo a oír otro golpe, pero esta vez más cerca, me detengo en medio de la sala. Alguien más está por alguna parte debo encontrar a mis compañeros. De repente me viene el recuerdo de Sonia, me pregunto dónde estará.

Dejo el libro en su lugar y permanezco pensativo mirando al suelo, todo aquello es muy extraño, desconcertado camino en círculos pensativo. Miro hacia una de las esquinas y me acerco, veo una mancha roja en el suelo, parece sangre, me arrodillo y la toco con la punta de mi dedo índice, está caliente.

Justo en ese instante, cuando me incorporo, oigo una fuerte respiración tras de mí.

Me giro y veo al teniente Francisco, me lanza una de las sillas, no me da tiempo a apartarme y me golpea con violencia, caigo al suelo, pero me levanto con rapidez. Me doy cuenta que mi agilidad parece que se ha multiplicado por tres.

– ¡Pero qué coño hace, soy Mauro mi teniente! – Le grito alterado. Veo los ojos del teniente Francisco, están totalmente en blanco, su rostro pétreo no muestra ningún signo de que me haya reconocido. Se abalanza sobre mí y esquivo lo que seguro era un puñetazo en todo mi rostro.

Me giro sobre mí mismo y le lanzo una patada en su costado izquierdo y lo hago tambalearse no recuerdo haber aprendido el noble arte marcial del kung fu. Sin pensármelo dos veces me acerco a él y le doy dos golpes en su rostro, Mi oponente inesperado cae al suelo, pero se levanta como un felino muy cabreado y me golpea en la cabeza con gran fuerza, sus puños parecen martillos, el fuerte dolor me aturde durante unos instantes, me golpeo contra la pared.

Mi cólera va en aumento no entiendo que ocurre, pero tengo claro que debo defenderme Me acerco a él y esquivo otro de sus derechazos le doy un fuerte puñetazo en su vientre, luego en su barbilla al agacharse que lo lanza hacia una de las mesas.

Durante unos minutos que me parecieron horas estuvimos intercambiando golpes, unos al aire y otros encontraban partes de los cuerpos de ambos. Mi agilidad y destreza me asombraban, me movía con la rapidez propia de alguien que dominaba aquella danza brutal.

Finalmente, Francisco destroza una de las sillas contra el suelo, y coge una de sus patas metálicas, corre hacia a mí con la intención de clavarme el arma improvisada.

Consigo esquivar su embestida, salto dando un giro y le doy una fuerte patada en toda su cabeza, consiguiendo que pierda el equilibrio y caiga. No doy tiempo a que se recupere y vuelvo a golpearle en la cara con todas mis fuerzas, no sabría enumerar el número de puñetazos y patadas que pudo recibir, el caso es que lo dejé inconsciente y pude respirar.

Conseguí unas correas en el departamento de al lado y até fuertemente al loco teniente para cuando despertase estaría totalmente inmovilizado.

Me senté en una de las pequeñas sillas que permanecía de pie para recuperar el aire mis pulsaciones aún continuaban a toda velocidad, como los cilindros de un potente motor.

Por la única ventana que daba al exterior penetró una potente luz blanca que impacta en mi cara, como un rayo de luz espeso, intenso. Pierdo la consciencia…

 

 

*Paradeigmo: para saber de qué se trata hay que leer el diario de Óscar ———-:) 🙂 🙂

 

 

 

 

 

 

 


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