
Vanidades sin esquinas VII
Relatos Cortos / 13 diciembre, 2019 / Mario GrageraAntonio Palacios el periodista, cada vez más intrigado por lo sucedido, decide entrevistarse con varias personas, funcionarios del Ayuntamiento. Personas con las que coincidió en un trabajo que realizó para el consistorio hace años. Los pocos que más se relacionaban con Romero Villafaina, debido a las exigencias de sus tareas, coinciden en que nunca lo vieron salir del edificio el día que desapareció. Tampoco se extrañaron, Romero iba mucho por libre. Normalmente solía salir tarde desde que su mujer falleció y no le esperaba nadie en casa; aunque otros muchos días se ausentaba sin decir a donde iba.
Gonzalo Murillo, uno de los administrativos que solía trabajar codo con codo con Villafaina, es el que más tiempo pasó con el desaparecido ese día.
– Me dices que subió a la planta superior, que quería averiguar si allí estaban archivados unos documentos antiguos – repite Antonio lo que le acaba de contar Murillo.
-Sí, subió y yo pensé que no encontraba lo que andaba buscando, por eso la tardanza no me extrañó.
Antonio sube hasta la habitación de la planta superior, donde estuvo Romero buscando papeles. Observa a su alrededor, la escasa luz de una lámpara colgada del alto techo de la dependencia tiene con casi todas sus bombillas fundidas, lo que no le facilita encontrar alguna pista. No ve nada más que viejos archivadores acumulados de cualquier manera, cuadros viejos apilados en el suelo y otros en las paredes, incluso encuentra una vieja trompeta en una estantería. Se encamina hacia la puerta que está en el otro extremo. Está cerrada con llave. Al parecer nadie sabe donde están esas llaves para abrirla, llevaba cerrada muchos años. Recuerda lo que le dijo acerca de ella Ángel Gerardo, un veterano policía municipal.
-“Eso fue una pequeña biblioteca y otras sirvió para otras más que no recuerdo, cuentan que allí pasó algo malo que se encontraron a alguien muerto en extrañas circunstancias, un misterio. Pero aquello produjo que se le etiquetara a aquella sala con como la del mal fario. Nadie quiso saber nada de ella durante años y años, después de lo ocurrido”.
Antonio continua insistiendo en intentar abrirla, ha encontrado un manojo de llaves en una caja depositada en una de las viejas estantería metálicas. Ninguna de las llaves abre la oxidada cerradura.
Apoya la oreja en la puerta y al cabo de unos segundos puede apreciar el susurro de un aire frio que sale por debajo de la puerta, nota como se le introduce por los bajos de sus pantalones y le recorre todo el cuerpo. Los escalofríos hacen temblar durante unos minutos a Antonio, que decide bajar hasta la planta baja y alejarse de tan siniestro lugar.
– “Las llaves no aparecen, o alguien las guardó muy bien, pero supongo que la policía la abriría en su momento para asegurarse de no encontrar a Romero en su interior”. – Antonio decide ir de nuevo a reunirse con el viejo policía a preguntar.
Ángel Gerardo le cuenta, que el jefe de la nacional y otro policía sí entraron, o eso le contaron los compañeros, pero que allí no había nada. – No sé cómo se hicieron de las llaves para abrir, pero para mí que allí no entró nadie, la gente tiene miedo a entrar en esa habitación, y estos de la nacional que van de chulitos son unos cobardes je,je,je – le dice con la mirada fija en un viejo cuadro mientras se toma un café.
Antonio habla con Anselmo, un policía con el que tiene buena amistad debido a un percance que sufrió hace años, cuando le robaron el coche una madrugada.
– Sí, nos dijo Severino, el jefe, que Gracián, el alcalde, estuvo mirando en esa habitación el día que desapareció Romero – le contestó a la pregunta que Antonio le hizo a través del teléfono una vez llegó a su casa.
– Gracias amigo, le preguntaré de todas formas a Gracián cuando vuelva a verle, dale recuerdos a tu mujer – dijo esto y apoyó el auricular del teléfono en su base, mientras pensaba que todo aquello resultaba un tanto extraño.
Al día siguiente la noticia dejó a todos los empleados del Ayuntamiento totalmente desconcertados y a muchos muy preocupados. Gracián llevaba desaparecido toda la noche. Su mujer, que había llamado al Ayuntamiento para preguntar si alguien podía saber el paradero de su marido, no encontró respuesta alguna, nadie lo había visto ni sabía nada.
Pasaron los días y la policía no encontró rastro alguno del alcalde.
SUSCRÍBETE A MI BLOG