
Vanidades sin esquinas VIII
Relatos Cortos / 19 diciembre, 2019 / Mario GrageraAntonio, mientras toma el café de mañana, hojea el periódico del día. Su mujer recién levantada se sienta frente a él en la vieja mesa de cocina color verde pálido, de desgastado brillo, imitando a madera sin conseguirlo. La mesa cojea al sentarse Dolores, y la taza de café tiembla derramándose algo del café con leche encima de la tostada de mermelada que Antonio se había preparado con esmero.
– Han encontrado de cadáver de Gracián. Ha aparecido en un camino que solía frecuentar cuando salía a dar unos de sus paseos. Según parece ha debido ser un infarto de corazón.
-Pobre mujer, su esposa debe estar totalmente consternada, no me pongo en su lugar – dijo Dolores al enterarse de la triste noticia.
Antonio acabó su café y salió de su casa tranquilamente, cuando apenas llevaba unos minutos caminando le abordó de nuevo el brillante mercedes negro. En su interior, esta vez, solo se encontró con la mujer de cabello gris recogido, manos huesudas, elegante como siempre y rostro serio, frío, perturbador.
-Estimado Antonio Palacios por favor acompáñenos a dar un agradable paseo – se dirige en estos términos al periodista con el rostro serio y mirada al frente, sin esperar respuesta de un nervioso Antonio, que se acomoda lo mejor que puede en el espacioso interior trasero del ostentoso vehículo.
-Nos gustaría que trabajase durante un tiempo para nuestra organización, será recompensado generosamente, de eso no se preocupe.
Pasan unos minutos que parecen horas para Antonio, que tiene su mirada perdida entre los cordones de sus zapatos marrones. Sabe que no debe negarse a la proposición que le están ofreciendo, no por lo que pueda ganar económicamente, sino debido al temor que le infunde la organización que debe haber detrás de la oscura mirada y no menos oscuras intenciones de la señora que le acompaña.
– ¿Qué debo hacer? Deme usted todos los detalles de mi nueva ocupación.
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La policía espera los resultados que le puedan dar los forenses con respecto a la muerte del alcalde. A Severino, que conocía muy bien las costumbres de su amigo Gracián, no le encajaba la hora en la que se supone que falleció. No era ni el día ni la hora habitual para dar un paseo por aquellos casi helados caminos.
La mujer del fallecido todavía seguía en comisaria hablando con varios policías, intentado averiguar que motivó a Gracián para irse, sin decir nada, a caminar por los fríos parajes a las afueras de la ciudad. Nadie lo vio entrar ni salir de su despacho el día que desapareció.
Severino ese día lo acompañó hasta el ayuntamiento y desde entonces nunca más supo de él. Al jefe de la policía no le encajaba todo aquello, por lo que ordenó registrar a fondo el despacho del alcalde y su casa, esperando encontrar algún indicio que le condujese a dar con algo que justificase lo que para él era un comportamiento extraño.
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Antonio volvió a su casa, tenía mucho en lo que pensar. Se acomodó junto a la mesa de su pequeño despacho y comenzó a planificar su plan de trabajo. La poderosa y no menos misteriosa organización que lo había reclutado sabía que él podría rascar más sobre la superficie de todo el misterio que envolvía el caso de la desaparición de Villafaina.
Debía hablar con Sara, la hermana de la fallecida mujer de Romero Villafaina. La internaron en un centro para perturbados mentales, así se lo especificaron, justo a los pocos días de fallecer su hermana. Al parecer no la dejaban ver a nadie. El médico responsable de su tratamiento argumentaba siempre que era en beneficio de su maltrecha salud mental.
La organización pensó que Antonio, al ser persona respetada y conocida en la ciudad, podría conseguir hablar con ella. Necesitaban conocer el paradero de su hermano Julio, un brillante y joven ingeniero que emigró a Alemania. Julio no era el realmente el objetivo, sino unos documentos muy importantes que atesoraba hasta que Villafaina, que sospechaban lo chantajeaba, se debió apoderar de ellos. Debían encontrar aquellos documentos a toda costa.No le revelaron el contenido de esos papeles.
Otros muchos papeles le dieron a Antonio dentro de un maletín de piel color negro con una pequeña llave que lo abría. Por lo que pudo leer entre tanto papeleo, Julio despareció hace años, lo último que se sabe es que viajó desde Düsseldorf, donde residía, hasta Madrid en el verano de hace dos años. Julio trabajaba para una importante empresa de ingeniería ubicada a las afueras de la ciudad alemana que, entre otras cosas, diseñaban y fabricaban piezas para motores de todo tipo.
-“En resumidas cuentas, hasta el momento lo único que tengo claro es que las personas que podrían saber el lugar donde se esconden estos documentos han desaparecido” – piensa el periodista ahora ocupado con tareas de investigación. Todo lo que tenía ante sus ojos despertaba aun más su curiosidad, sin sospechar que se adentraba en un lóbrego laberinto que podría poner en riesgo su propia vida.
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