Otra mañana de frío intenso, Antonio toma su café caliente mientras observa desde la ventana del salón un gran automóvil negro estacionado en doble fila, no llega a distinguir la marca y modelo del lujoso vehículo.

Da un sorbo a su taza de café cargado y en ese momento suena el teléfono.

– Nuestro querido y estimado journalist, ¿ha conseguido averiguar algo más sobre el asunto que nos ocupa? – Reconoce la voz al otro lado del teléfono, es la delgada y discreta señora de pelo blanco. En tono amable y voz baja apremia al periodista, con la finalidad de conseguir resultados con la mayor inmediatez.

– Sigo investigando, no lo dejo, permanezcan tranquilos. Es posible que tenga algo pero todavía no es algo totalmente concluyente. Les mantendré informados, no se preocupen, en cuanto tenga algo relevante no tardaré en comunicarme con ustedes – Antonio, algo nervioso, intenta ganar tiempo. Se siente espiado y acosado por personas que ostentan mucho poder, sabe que pueden llegar a ser muy peligrosos y que harán todo lo necesario para conseguir sus propósitos. Desconoce que puede pasar en un futuro inmediato, aunque consiga encontrar lo que buscan.

Dolores se acerca por detrás asustando por un instante a su marido, que da un respingo, poco falta para que derrame el café, deposita la taza en la mesa del salón para evitar males mayores por manos temblorosas. Ella le abraza por detrás, mientras él sujeta sus manos frías y húmedas, ha estado minutos antes lavando los platos sucios de la cena del día anterior.

 

 

Antonio se da media vuelta, abraza con ternura a Dolores y la besa con suavidad, sus ojos delatan miedo, teme por la seguridad de ambos, y Dolores lo siente, sabe que algo no va bien, percibe su inquietud, pero tan solo le mira a los ojos, bien lo conoce. Se mantiene en silencio y abraza con fuerza a su marido.

Antonio necesita salir a la calle, para no pensar en todo aquello que le angustia, decide acercarse al Ayuntamiento y solucionar un tema de tasas pendientes de pago, así se mantendrá con la cabeza ocupada y dejará de pensar en peligros inciertos y futuros.

Cuando llega a las oficinas del consistorio, en los que debe gestionar su papeleo, saluda amablemente a Mercedes Gil la funcionaría del organismo recaudatorio y le comenta su caso para darle solución de la manera más sencilla y rápida. Antonio no era hombre al que le agradase ir dejando deudas, no se sentía cómodo debiendo dinero, algo que le enseñó su padre y lo tenía muy interiorizado.

Mientras Mercedes busca las fichas con los cargos pendientes para ser abonados en ventanilla, oye a una de las mujeres del servicio de limpieza que viene hacia él junto a una de sus compañeras.

– Pues chica ya lo que me faltaba, he estado intentado quitar una gracia que han dejado en la puerta de la habitación esa de arriba que ya no se usa, esa que siempre está cerrada con llave…

– ¡Ah sí! Yo ya por ahí voy poco, no me da tiempo. Lo limpio de tarde en tarde esa es la verdad – le contesta su compañera de labores.

– Pues en una esquina en la parte de arriba de la vieja puerta hay un círculo con no sé que más dibujado, que está hecho a propósito con alguna navaja o algo parecido, menuda gracia, ya me cago yo en los muertos del cabrito que haya sido, que ganas de joder y hacer daño – dice enfadada Luisa la limpiadora de la empresa Gladis, empresa que regenta y dirige La Pardilla como la apodaban todos, ex mujer de Nicomedes el dueño del bar cerca del Ayuntamiento. La Pardilla tenía buena relación con el desaparecido Villafaina, se rumoreaba que incluso hubo lio de faldas entre ellos. Antonio conocía el rumor, lo había oído varias veces en conversaciones de bares sin preguntar.

Antonio acabó sus gestiones y subió con discreción a la parte de arriba del Ayuntamiento, hasta llegar a la puerta de la habitación abandonada, la que nunca se abría.

Suerte que llevaba su pequeña linterna en el bolsillo de la chaqueta, no quería encender luces y que lo descubriesen fisgando por allí.

Alumbró varias zonas de la puerta, hasta que en la parte superior izquierda, en una esquina junto a las bisagras, puede ver con asombro que había tallado un círculo perfecto con engranajes y un rayo que los atravesaba, es el mismo distintivo que vio en la chaqueta del ingeniero desaparecido, y el mismo que apareció en el parabrisas y cristal de su automóvil.

Aquello parecía una señal, algo o alguien le estaba indicando el camino… debía entrar en aquella habitación, debía conseguir las llaves.

– Me apuesto todo mi dinero y el poco o mucho prestigio que me queda a que es en esta habitación donde debe estar escondida la caja fuerte, en la que Villafaina ocultó los planos que buscan con tanto empeño los de la peligrosa y misteriosa organización – dice en voz baja Antonio, para terminar de convencerse de su teoría.

 


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