CAPÍTULO 8

Aquella fría mañana de noviembre Lidia habló con sus superiores de su hallazgo. El inspector y el comisario pudieron ver la fotografía del sospechoso, el joven con rasgos árabes que vigilaba a Garmendia.

-Puede que tengamos algo Lidia, pero sigamos investigando las demás líneas que tenemos en marcha – dijo el comisario, mientras continuaba observando la fotografía en su ordenador.

-Señor deberíamos averiguar dónde se encuentra el lugar en los que aparecen los jóvenes, parece un piso ocupa. Seguro que se trata de una zona de reunión habitual -le dijo Garmendia al comisario Castejón, mientras Márquez asentía con la cabeza al escucharla.

-Si encontramos el sitio, puede que hallemos alguna pista de que nos ayude a averiguar en qué andaban metidos los chicos fallecidos – añadió el inspector Márquez.

-De acuerdo, que vean las fotos los demás compañeros a ver si dan con algo que nos ayude a determinar el lugar de esas reuniones – dijo el comisario – ahora he de marcharme que tengo yo otra reunión menos divertida en el Ayuntamiento – añadió, mientras cogía su abrigo del perchero tras la puerta de su despacho.

Lidia también se sentó en su mesa, delante de la pantalla de su ordenador, para observar con detenimiento aquellas fotografías de los jóvenes. Necesitaba encontrar más pistas, quería ser ella la que consiguiese averiguar de qué lugar se trataba. “Si no veo nada volveré a hablar con familiares y vecinos, para que me ayuden a encontrar ese sitio” – pensó mientras encendía su ordenador.

Al cabo de unas horas de ver una tras otra las fotografías que aparecían en las redes sociales de los tres jóvenes fallecidos en extrañas circunstancias, y no conseguir ver nada que le indicase alguna posible dirección a la que dirigirse, decidió marcharse de la comisaria para hacer preguntas. Se dirigió al establecimiento donde se ubicaba el negocio del padre de Abdou, uno de los chicos muertos de origen marroquí. Le pillaba más cerca y la última vez que habló con él lo notó más colaborador y memos arisco que los padres del otro joven.

Garmendia entró en la pequeña tienda, el bazar donde se encuentra todo tipo de utensilios para el hogar. El dueño del negocio y padre de Abdou estaba colocando tazas y vasos en uno de los estantes de su establecimiento.

-Buenos días Señor Bakri, soy la oficial de policía Garmendia, estuvimos el otro día hablando de su hijo ¿me recuerda? – le preguntó la policía al hombre ocupado en reponer productos de su estantería – necesito que me conceda unos minutos, por favor señor Bakri.

La oficial Garmendia le enseñó una fotografía del lugar de reunión de los jóvenes y le preguntó si sabría decirle la dirección de aquel piso en la que aparentemente se reunía con frecuencia su hijo con sus amigos o conocidos.

                   

En otra parte de la ciudad en clase de Don Leandro, en la vieja Universidad. El profesor vuelve a lanzar otro debate a sus alumnos.

-Mis queridos alumnos, entremos de nuevo en otra controversia; ahora que está tan en entredicho la justicia en este país.

-En los textos de la Republica de Platón se plantea el siguiente razonamiento a través de los interlocutores a los que da vida el sabio ateniense en su obra.

-“ Polemarco habla sobre la idea de <hacer bien a los amigos y mal a los enemigos>, pero Sócrates le explicaría que podemos considerar en un momento dado, a alguien un amigo y hacerle justicia, pero en otro tiempo esa justicia podría estar en nuestra contra al ya no ser amigos, ya que es visto que el enemigo engaña a una persona haciéndose pasar como amigo, a su vez, expone el filósofo, la justicia es una perfección humana que no puede, mediante su acción, convertir a los hombres en injustos, porque si una persona hace “justicia” y crea mal a un enemigo, nos exponemos a volverlo injusto; de modo que la justicia daría origen a la injusticia”.

– En conclusión, el hombre justo no puede hacer mal a otro – al decir estas palabras, que acababa de leer en el libro de Platón que sujetaba con sus manos, permaneció unos minutos en silencio, mientras todos sus alumnos lo miraban algo desconcertados, esperando a que les dijese que debían hacer a continuación.

El profesor volvió la mirada hacia la pizarra, y comenzó a escribir varias frases que sintetizaban lo expuesto en su lectura y comentarios, con la finalidad de provocar el dialogo entre sus alumnos.

Se generó un buen debate con posiciones encontradas, lo que comenzó a dejar muy satisfecho a Leandro, pues era lo que perseguía.

Después de más de media hora de un acalorado debate entre sus alumnos, el profesor hizo una síntesis de lo expuesto y les habló a grandes rasgos lo que verían al día siguiente, que guardaba relación con el tema que les había tenido ocupados.

Dio por finalizada la clase y se sentó en su sillón, dejando el libro de la Republica de Platón encima de su mesa. En ese momento se dio cuenta de que había una nota escrita en un papel que sobresalía, estaba en el interior de la obra del filósofo ateniense.

La sacó con cuidado, lo que parecía una especie de pergamino antiguo, era un pequeño papel de color sepia, escrito con pluma como se escribía en la antigüedad.

Esperó a que todos los alumnos se hubiesen marchado del aula, y se colocó de nuevo sus gafas. Su cara palideció y una terrible angustia invadió todo su ser, justo a continuación de leer lo que aquel pequeño papel tenía escrito.

Leandro tu vida corre peligro


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