Ya no miro más hacia atrás, corro todo lo que mi escasa forma física me permite. Mi compañera de fatigas, que ha pasado del estado de secuestrada a liberada, por supuesto corre más que yo, huye como el Diablo Cojuelo, figura que viene a mi memoria, encerrado como estuvo en una vasija de cristal.

Oigo disparos, saltan astillas del tronco de un árbol que acabo de rebasar, hecho que me impresiona sobremanera, me hace sentir un miedo como nunca antes.

La liberada, que corre más que yo, de repente se para, la veo sonreír, hecho que me extraña, yo la rebaso y le digo que continúe a toda prisa. Sigo corriendo como un loco hasta que tropiezo con una pequeña piedra incrustada en el césped bien cuidado del parque, lo que me hace caer de bruces y rodar unos metros hasta que mi espalda golpea con el tronco de otro árbol bien colocado para parar mi marcha.

–  ¡Me cago en San Bernarda y todos sus hijos bastardos! – Bonita exclamación que me sirve para desahogo de mi ira y frustración por torpe y falto de agilidad. Un fuerte pitido me atraviesa la cabeza, noto que mi oreja no está donde debería, la busco muy nervioso, no me puedo ir de allí sin ella.

– ¡Cago en la madre que la pario! ¿Dónde coño ha ido a parar?- Me agacho y me levanto en varias ocasiones, miro a todas partes, giro sobre mí mismo, casi me mareo. Finalmente encuentro mi oreja encima de unas flores, si de otro momento se tratase le  habría hecho una foto a tan bella estampa, me la coloco a toda prisa.

Aun algo aturdido por el golpe me levanto de nuevo y veo al tirador tirado, a continuación se coloca a cuatro patas, observo como mueve su cabeza de un lado a otro, debe estar buscando algo, ¿será su pistola?

La mujer de ojos azules, mi compañera de aventura, se gira hacia mí, se acerca y me coge de la mano para que la acompañe con paso rápido.

–  ¿Dónde está el otro mortadelo?  – le pregunto por el otro secuestrador, el que también nos seguía sin apuntarnos con pistola alguna.

Me señala con su brazo extendido a un árbol, perplejo contemplo al otro secuestrador subido a lo alto de uno de los árboles que está a varios metros del lugar en el que nos encontramos, sentado en una rama intenta sujetarse para no caer, no entiendo nada. Decido dar media vuelta y acelero el paso para marchar junto con la bella de ojos azules, lo más lejos posible de aquel barrio de ricos.

Tenemos la suerte de encontrar un taxi que acaba de dejar a una señora muy engalanada, repintada de traje gris y bolso oscuro que sujeta muy firme, pensará que somos dos mangantes. Veo mi imagen reflejada en uno de los cristales del vehículo, mis pantalones manchados de barro, me quito una pequeña rama enredada en mi cabellera y me adentro en la parte de atrás del taxi. Mi compañera de fatigas decide acomodarse en el asiento del copiloto, abre la ventana y saca el codo.

–  Llévenos a la plaza del mercado lo más rápido posible, gracias – le digo de inmediato al taxista. Sigo nervioso por la presencia cercana de los dos secuestradores.

La marcha transcurre con normalidad y a medida que nos alejamos de aquel barrio me voy encontrando más calmado, no estoy acostumbrado a estos trajines.

La copiloto se da la vuelta, me mira durante unos segundos sonriendo, sus azules ojos parecen más brillantes.

– Me llamo Alicia Kyteler – me dice – te debo mucho hoy – añade. Permanece mirando sonriendo, me cautiva cada vez más su belleza, debo tener cara de autentico idiota descolocado en ese momento.

– Acelere señor taxista que tengo mucha hambre – le grita al conductor que apenas pestañea.

Llegamos a la plaza y nos dirigimos al bar de mi amigo José Luis.

Mientras mi amiga Alicia engulle de dos en dos las croquetas recién hechas que nos había servido el dueño del bar con más solera que mugre, yo la observo con detenimiento, parece que lleva días sin probar bocado, me siento contento al verla disfrutar.

-Tu apellido no es de este barrio, ¿de dónde procede? – le pregunto entre bocado y bocado, mientras agarro mi cerveza fría.

– Es de origen irlandés – me responde sin apartar sus ojos de las croquetas.

Cuando la veo sonreír parece que su cara se ilumina y rejuvenece, es una rara sensación, no sabría calcular su edad y no me atrevo a preguntársela. Inconvenientes de la vieja escuela, la de familia conservadora y rancia que te mete esas ideas de buena educación y saber estar.

Su largo cabello, algo rizado y alborotado, se le cae al comer con esas ganas que me alegran el alma. En un inconsciente gesto intento apartarlo para que no acabe comiendo pelo con croquetas, ella me sonríe con sus profundos ojos azules que me tienen totalmente desarmado, mi dedos acarician suavemente su rostro y ella coge mi mano para a continuación chupar con mucha parsimonia como si de un ritual se tratase mis dedos índice, medio y anular. Yo me quedo sin palabras y tengo la sensación de que mis pantalones se han caído al suelo, hecho que hace agarre el cinturón, para asegurarme de que no estoy enseñando los gayumbos al resto de la clientela.

-No quiero pecar de aguafiestas, pero creo que aquí no estamos del todo seguros, no sea que me relacionen tus dos secuestradores con este establecimiento, pues aquí tuve un breve contacto con ellos – le digo apartando con suavidad mis dedos de sus carnosos labios.

-Vale, y ¿dónde pretendes esconderme mi caballero salvador? – pregunta con esa sonrisa que no desaparece de su rostro y a mí cada vez me va alimentado de una alegría que ahuyenta mi atormentado espíritu.

– Pues dudo mucho que conozcan el lugar en donde vivo – lo primero que se me ocurre y le digo con algo de timidez, impropia en mí.

-Pues allá que vamos, necesito estirar mi espalda, una buena ducha y una cama mullida,  sino  es molestia que abuse de tu generosa hospitalidad, como podrás imaginar llevaba mucho tiempo en posturas poco saludables.

-“Vaya día de locos” – pensé. Supongo que más tranquilamente averiguaré por que la tenían secuestrada y me vaya desvelando todo este misterio. Me tiene completamente fascinado esta mujer y la historia que esconde tras esos ojos azules.


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