Fran esa mañana temprano se agacha para ajustarse los cordones. No se percata de unos fugaces ojos rojos que aparecen por unos instantes dentro del espejo. De pronto nota calor en su cuello justo debajo de su oreja izquierda.

Al poco tiempo se siente muy relajado, una sensación de felicidad artificial muy parecida a la experimentada en su época juvenil cuando se administraba por venas de sus brazos aquellos polvos asiáticos.

Marchó en dirección a sus oficinas, cuatro calles más abajo, era afortunado de tener cerca su trabajo.

En un descanso para refrescarse la cara y descargar líquidos se da cuenta que una mancha rojiza aparece en su cuello.

Llamó a su ex mujer, no le cogió el teléfono. La maldice en silencio.

A la mañana siguiente mientras se afeita puede observar como la mancha en su cuello es aún más rojiza, y va adquiriendo lo que parece la forma de unos labios.

Cada día la marca roja se iba pareciendo cada vez más a un tatuaje en forma de labios carnosos de rojo carmín

Sexto día. Sábado por la mañana.

– Hoy es el día, los niños se vendrán de excursión – piensa sonriendo.

Suena el claxon de un coche abajo, sabe que es su «suegra», trae a David y Laura, sus dos hijos.

Al asomarse por su balcón una luz rojiza, fugaz y muy intensa emana del vidrio de una de las puertas que cierran la balconada. No se da cuenta que aquellos labios perfectos y carnosos tatuados en su cuello están totalmente iluminados.

Un haz de luz roja intensa se reflejó y cegó a Fran. Pierde el equilibrio y cae al pavimento muriendo en acto.

La policía que investigó el suceso encontró en su portátil y entre papeles un minucioso plan para secuestrar a sus hijos, y acabar con sus vidas. Un desquiciado propósito de hacer sufrir a su exmujer por haberle abandonado y rehacer su vida con un hombre mejor que él.

 


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