Arturo consiguió levantarse de la cama no sin dificultades, su espalda en muchas ocasiones era traicionada por sus piernas. Se atusó el poco pelo blanco que cubría su cabeza y se plantó frente al espejo.

 

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Salieron del instituto a toda prisa aquel grupo de amigos, todos reían la última broma pesada, gracietas de Arturo, la desconsolada chica sentada en las escaleras llorando tenía otra opinión.

Acabaron en el parque después de comprar varias litronas y frutos secos con los que ensuciar el estanque de los patos al escupir sus cáscaras, intentando acertar a alguno de los animales que procuraban esconderse de aquellos ataques.

Arturo, agraciado con una bonita sonrisa y grandes ojos azules, era muy del gusto de las muchas muchachas de su pueblo. Pica flor de manual, no se comprometía con ninguna de ellas acababa aburrido y saltaba a la siguiente.

Marchó a la ciudad en busca de otro futuro – “ya llegará eso de la familia, hipoteca, coche, hijos… ¡qué vértigo! Mejor disfrutar y vivir a tope: música, colegas, todo lo que huela a pura diversión” – pensaba a menudo.

Con la cuarentena se vio atrapado en un trabajo que venía realizando durante varios años. Trabajo que poco o nada le agradaba, pero las circunstancias mandaban, había que pagar facturas y un alquiler.

Poco acostumbrado a las relaciones no aguantaba más de varios meses. Se le avinagró su carácter; metas e ilusiones bajo llave ,en el baúl de los objetos olvidados.

 

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Mirándose al espejo escucha nuevamente la voz que le habla en su mente.

  • Estás bien… Lo mejor está por llegar.
  • ¿Quién eres? Llevas demasiado tempo aquí y todavía no conozco tu nombre – Arturo pregunta frente al espejo contemplando su serio y arrugado rostro.
  • Me conocen por el Demonio del Tiempo amigo Arturo, aguardo tu marcha…

 

 


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