
Amnesia II
Relatos Cortos / 12 febrero, 2019 / Mario GrageraMe tienen retenido en una sala, sigo esposado, sentado en una silla ante una mesa que me separa de otra silla frente a mí. Un cristal espejo en una de las paredes, de esos que sabes que sirven para ser observado desde la habitación contigua y tú no puedes verlos. Paredes grises, olor a humedad, mi herida abierta sigue sangrando tímidamente, me duele; y mis temores me atenazan. Mi cabeza sigue dando vueltas sin parar, busco un hilo del que poder tirar para hallar la madeja de explicaciones.
Cada minuto que transcurre me va conduciendo a un estado de ansiedad y nerviosismo extremo al que no estoy acostumbrado. Yo vivía muy tranquilo hasta el momento. Después que mi última ruptura hacia meses con Marta. Varios intentos infructuosos para arreglar nuestra relación no sirvieron de nada, al final decidimos amistosamente que cada uno siguiese su camino.

Me había centrado en mi trabajo, mis escritos y mis proyectos, mi vida giraba de manera lenta, tranquila y en paz. Ahora me veo acusado de las muertes de unas personas a las que hacía años que no veía en algunos casos y otros en meses. Caso de Enma, con la que coincidí meses atrás en una reunión que tuvo lugar en el Ayuntamiento, para tratar unos temas de financiación de un proyecto de construcción de una fábrica de componentes tecnológicos con fines poco claros, para una firma norteamericana muy importante de la que poco sabíamos. A mí me envió mi periódico para cubrir la noticia.
Ahora me dicen que están muertos, viejos conocidos y amigos, que contactaron conmigo para una sencilla colaboración en una revista cultural que ellos, según me dijeron, patrocinaban y ayudaban a salir de nuevo a flote, porque antes estaba mal gestionada y casi a punto de desaparecer.
Mi cabeza no para ni un instante, me estoy mareando y el dolor me está martilleando en mi cráneo, es un dolor agudo que va y viene. Vuelvo al sitio de partida en mi memoria, al momento justo en que tomo conciencia, y me veo solo, andando por la avenida, errante, aturdido, sangrando, con el maletín vacío, sin mi portátil y sin mi teléfono móvil.
La puerta se abre de repente lo que me hace salir de mi ensimismamiento, consecuencia de los pensamientos que viajan a toda velocidad por mi atribulada mente.
Se sienta frente a mí una señora con el pelo recogido por un moño en lo alto de su cabeza, un lápiz lo sujeta. Debe tener unos cuarenta y pocos, es atractiva y su mirada fría comienza a escudriñarme mientras coloca una carpeta marrón encima de la mesa. Lleva una chaqueta ceñida gris, camisa color granate y pantalones del mismo color que la chaqueta.
-Hola Diego, no te importará dadas las circunstancias que te tutee, quiero ser clara e ir al grano. Si nos ayudas y colaboras todo será más fácil, te dejaremos descansar y pediremos que te curen esa herida.
-Mi nombre es Lidia Garmendia, soy subinspectora de policía y me han encargado este caso, voy a enseñarte las fotos de los cadáveres y quiero que me cuentes todo lo que ocurrió, porque es realmente sorprendente. Hay muchas incógnitas que me gustaría resolver lo antes posible – continuó diciendo la policía que me estaba interrogando.
Al ver aquellas fotos me quedo mudo y petrificado, no podía dar crédito a lo que estaba viendo, apenas puedo distinguir el rostro de aquellas personas, con las que horas antes había estado charlando y compartiendo una buena comida. Hago un terrible esfuerzo por poder mantener la mirada en aquellas horribles fotografías que me mostraba la seria policía, que esperaba respuestas, respuestas que ya sabía de antemano que no podría darle y eso supondría problemas para mí. Estaba en un auténtico atolladero del que no sabía cómo salir.
-Como puedes comprobar han sido brutalmente agredidas: desgarros de la piel en la cara, y demás partes de los cuerpos, producidos por mordiscos, golpes, heridas de arma blanca por todas partes, has hecho una obra de arte macabro, ¿no te parece Diego?
-Oiga le juro por lo que usted más respete que yo no he podido hacer tal barbaridad, yo no soy así. No recuerdo nada de lo ocurrido, mi último recuerdo es estar con ellos charlando, recordando viejos tiempos disfrutando de una buena comida y bebiendo vino, pero no como para perder el juicio y atacarles como un animal rabioso, yo no soy así busquen en otra dirección se lo ruego – le dije tartamudeando, muy nervioso, a punto de llorar ante tal situación de impotencia.
-Creo que necesita un buen abogado señor Marcial, todos los indicios apuntan hacia su persona como principal sospechoso de estos crímenes, tan salvajes. Voy a dejarle solo y espero que recapacite y comience a recordar porque hemos hablado con todos los vecinos, y nadie vio salir ni entrar en el domicilio donde se han cometido los hechos a ninguna persona, excepto a los fallecidos y a usted – me dijo cambiando el tono familiar del principio.
Sé que lo hace a propósito, al marcharse de la sala de interrogatorios, me deja la carpeta abierta con las fotos de los cadáveres mutilados y salvajemente agredidos para que me derrumbe y confiese. Estoy totalmente abatido, y sumergido en la más absoluta frustración por no poder recordar nada, por no poder saber que fue lo que realmente ocurrió.

Yo jamás he sido una persona violenta, tuve mis peleas de juventud de mi época universitaria, tan solo recuerdo un par a principio de los años noventa. Es cierto que en una de ellas a un chico que me golpeó con una botella de cerveza en la cabeza y en mi barbilla le di varias patadas en su cabeza, al verlo luego en el suelo, mientras uno de mis amigos lo sujetaba del cuello y le atizaba de lo lindo. Yo me sorprendí al tener aquella salvaje reacción. Todos llevamos un demonio dentro que puede despertar en cualquier momento ante determinadas situaciones que despiertan el odio.
Dejo de pensar en todo aquello y me viene a la mente el nombre de mi asesor fiscal para que me consiga un buen abogado, Pablo, mi asesor, está más en contacto con ese mundo y sé que me ayudará.
Miro a todas partes desesperado, sigo allí esposado, nervioso – ¡por favor necesito hacer una llamada!- Grito con la esperanza de que al otro lado del espejo alguien me oiga.
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