Cuando tomo consciencia de nuevo me veo en plena avenida, es la que sirve de vía principal como acceso a la ciudad. Es de noche y estoy caminado solo, me duele la cabeza, me toco la frente y está ensangrentada. Mi maletín, que cuelga de mi hombro derecho, está vacío y no tengo mi teléfono móvil. Noto una herida abierta en mi cabeza al tocar con mis dedos la zona magullada y malherida, he debido sufrir un fuerte golpe – ¿pero cómo? – Me pregunto.

Intento recordar lo ocurrido pero es inútil, no soy capaz, no entiendo que ha podido pasarme. Lo último que recuerdo es que estaba en casa de aquellos amigos con los que había vuelto a contactar después de muchos años por invitación de Emma, una vieja amiga de juventud. Estuvimos disfrutando de un buen arroz caldoso con setas y verduras además de unos gambones, todo regado por buenos vinos de la tierra de los que di buena cuenta.

Me invitaron porque me querían proponer una colaboración para una revista de una asociación a la que pertenecen con fines culturales, saben que tengo buenos contactos y facilidad con la palabra. El Word de mi portátil echaba humo últimamente.

He de reconocer que la presencia en aquella reunión de viejos amigos de Andrea, motivó aun más mi interés por asistir al convite. Andrea, días antes, contactó conmigo para adelantarme acontecimientos, y el día y la hora de la comida en casa de Emma. Luego estuvimos charlando de tiempos pasados y nuestros carnales encuentros, que de nuevo despertaron cierto rubor entre los dos, por lo desenfrenados que fueron en muchas ocasiones. Nuestras citas solían llevarnos a los ansiados caminos del parque de las caricias, besos y roces. Tórridos encuentros, en los que nuestra pasión nos cegaba de tal manera que podíamos acabar haciendo el amor en cualquier parte: un banco de madera bajo un árbol al caer la tarde, o detrás de cualquier arbusto, sin importarnos la presencia de otras personas o miradas indiscretas.

Camino sin rumbo, no sé a dónde ir, me siento en uno de los bancos que se disponen en el acerado de la avenida para pensar. Me pongo muy nervioso al ver que la sangre sigue bajando por mi frente de manera incontrolada. Decido volver a la casa de Emma pero allí no hay nadie, no oigo a sus perros, no oigo a nadie. Desconcertado bajo por los estrechos escalones para salir de nuevo a la calle.

¿Cómo es posible? – si lo último que recuerdo es estar charlando rodeado de viejos amigos, riendo y hablando de gratos recuerdos de antaño; y de repente me veo sólo, andando como un zombi ensangrentado… sin memoria…asustado, en la oscuridad de la noche, ni siquiera sé qué hora es. Nunca antes había experimentado aquella desagradable sensación, me sentí completamente desubicado y perdido.

Me encaminé hacia mi pequeño apartamento. No estaba muy lejos de donde me encontraba.

Intenté, no sin dificultad, lavar la herida de mi cabeza, tenía sangre seca que hizo que mi cabello se apelmazase, y dificultase las labores de limpieza y desinfección que pretendía en el lavabo de mi pequeño cuarto de baño. Decidí meterme en la ducha, con mucho cuidado puse mi cabeza debajo del chorro protegiéndome con mis manos para que el agua no cayese directamente, lo que me produjo un gran dolor las veces que no conseguí evitarlo.

Me vestí de nuevo muy lentamente con ropa cómoda, y me senté, todavía desconcertado y algo aturdido con un fuerte dolor de cabeza, en el sofá de la sala de estar.

Intento de nuevo recordar que pudo haber sucedido, dónde podía haber dejado mi teléfono móvil y mi ordenador portátil, pensé que lo más lógico sería que los encontrase en casa de Enma.

-Joder pero allí no hay nadie, dónde coño se habrán metido, si es una broma no tiene ni puta gracia.

-¿Y cómo cojones me habré hecho esta herida? No entiendo nada, por qué coño no puedo recordar nada, no me lo explico.

-No sé si debería ir a urgencias para coserme la herida, no soy capaz de ver si es grave o es simplemente una pequeña brecha en mi cabeza que sangra mucho – mientras todo esto formaba una vorágine de pensamientos en mi dolorida cabeza, me tumbé en el viejo sofá y me quedé dormido.

Suena el timbre y unos golpes en la puerta, me despierto sobresaltado, me incorporé algo mareado. Continuaba sintiendo el fuerte dolor de cabeza, lo que me trae a mi memoria el golpe que sufrí horas antes que no recordaba cómo me sucedió, y la herida de mi cabeza que aun sangraba, por lo que manchaba de sangre mis dedos al tocarla.

Abro la puerta, aparecen ante mí dos enchaquetados y cuatro policías de azul uniforme.

-¿Es usted Diego Marcial Gómez?

-Sí,  ¿qué ocurre? – les contesto tímidamente.

Uno de los policías de uniforme me da la vuelta, me coloca las esposas en mis muñecas sujetándolas por detrás de mi espalda, y me piden amablemente que les acompañase.

– Debe usted explicarnos muchas cosas, es el principal sospechoso de las muertes de cuatro personas que han sido brutalmente asesinadas – me dijo el más alto de aquellos dos hombres de chaqueta y corbata.


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