
El aviso del Sol (II)
Uncategorized / 19 junio, 2020 / Mario GrageraEsa mañana la enfermera Petra, mujer algo rolliza de carillos siempre sonrojados y sonrisa fácil, había dejado encima de la pequeña repisa de madera junto a la ventana una pequeña maceta con jazmines.
Hugo contemplaba a los pájaros a través de la ventana, que previamente había abierto para así oírlos con mayor nitidez y respirar el aire que penetraba del exterior, que se mezclaba con el suave olor de los jazmines dispuestos a su izquierda.
– Buenos días Señor Reismen me ha dicho su cuidador que ha dormido algo mejor – el doctor Uribe hace acto de presencia, como casi todas las mañanas a la misma hora gira visita a su paciente predilecto, según palabras repetidas.
– ¿Le gusta el olor que desprenden los jazmines mi buen doctor? – le pregunta al experto en siquiatría un distraído paciente.
– Sí, es un olor agradable – contesta el médico.
– Esta fragancia siempre me trae a la memoria a la bella Valeria, la bailarina, que debía tener las piernas más estilosas y bellas de toda la ciudad que la vio nacer. Aquellas largas y bien formadas piernas giraban en el aire formando dibujos que creaban un mágico clima de gracia natural y elegancia. Todos sus movimientos, hasta los más sencillos, me cautivaban.
– Hábleme de ella, mi estimado Hugo, hoy no tengo ninguna prisa – le dijo un sonriente doctor, mientras se sentaba cerca de Hugo en una vieja silla de madera con respaldo acolchado.
Con una leve sonrisa y mirada perdida Hugo comienza a hablar. – En el patio que daba acceso a pequeño salón de baile, rodeado de espejos, los jazmines te daban la bienvenida con su olorosa amabilidad.
– En aquella época, siempre que mis quehaceres me lo permitían, intentaba encontrar tiempo para pasar a recogerla e ir a nuestro humilde hogar, un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, muy acogedor, que Valeria había decorado con esmero y buen gusto.
– Allí pasamos juntos muy buenos momentos de goce y felicidad, ya fuese en nuestras íntimas reuniones o bien con amigos, invitados casi siempre por ella que era mucho más sociable.
– Me encantaba verla bailar a mi alrededor cuando alguna melodía de las que sonaban en la vieja radio de madera heredada, que fue lo único que aporté como elemento decorativo. Rara vez no acabamos retozando en cualquier parte de la casa después de que sus bailes despertasen mis básicos sentidos.
– Ahora me viene a la mente la mañana de nuestra ruptura, por desgracia la memoria no me ha guardado en un profundo cajón este mal recuerdo – permanece en silencio por breve espacio de tiempo.
– Prisas para un viaje, por un familiar muy enfermo, su hermano Cecilio – continúa.
– Tuvimos una fuerte discusión por no permitirle acompañarle y así ayudarla a sujetar su pesar. Esta desavenencia hizo que mi estúpida vehemencia me pasara de nuevo factura.
– Luego nunca más supe de ella después de su partida, y para colmo de mi desanimo tampoco nunca supe de la existencia de un hermano.
Sombras que observan tras el espejo, sombras que hablan, una voz grave de nuevo entre otras:
– Podría tratarse de ella, es extraño salir así de su vida, y con la excusa de un falso hermano enfermo.
– Comunícale a Uribe que le haga hablar más de esa mujer, que precise más sobre ella y la vida juntos, puede que nos de alguna otra pista para saber si fue o no la que andamos buscando, nuestra Mater Eternal.
Otra voz que habla en voz baja, a través de un micrófono, le transmite al pequeño auricular que tiene en su oreja izquierda el doctor el siguiente mensaje:
-Uribe consigue que siga hablando de ella, puede que nos de alguna pista, que nos hable de su forma de ser, su carácter, sus costumbres, amistades, si observó algún comportamiento extraño…
Uribe desde el otro lado del cristal-espejo hizo una señal con la mano.
– Señor Reismen, cuénteme más acerca de Valeria. Centrémonos en lo bueno, en las bonitas vivencias. ¿Cómo era ella? Supongo que bella e interesante, tanto como captar todas sus atenciones, por lo que me cuenta.
– Valeria era un torbellino, todo su ser iluminaba cualquier estancia o lugar. Era todo energía, siempre alegre, risueña, sociable, cariñosa, muy amiga de sus amigos, lo que me conducía a veces a celos estúpidos e incómodos difíciles de evitar.
– ¿Nunca vio algo raro en su comportamiento? – Le interrumpe el doctor.
– ¿Raro?- le responde Hugo con otra pregunta, extrañado. – ¿A qué llama usted raro mi buen doctor?
-Bueno algo fuera de lo normal, ausencias injustificadas por poner un ejemplo…
– Nada que yo recuerde, era muy normal en sus rutinas, en su día a día. Por eso me extrañó que desapareciese de aquella manera, no era propio de ella ese comportamiento.
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