-Tenéis que encontrar a esa tal Valeria, suponiendo que todavía siga entre los vivos. Si así es, puede que sea nuestro objetivo – la voz firme detrás del espejo envía la orden a dos de los adjuntos que hacen las labores de investigación, normalmente desde un despacho bien iluminado, esta vez se ven obligados a salir y gastar zapatos.

Mientras Hugo al otro lado del cristal comienza a afeitarse con su maquinilla eléctrica, y canturrea una canción mientras mira con detenimiento el estado de su barba de tres días.

Suenan un par de golpes en la puerta de la habitación iluminada por la claridad del día que ya despuntó hacía una hora.

Jerónimo entra en la habitación de Reisman, sonriente como de costumbre, le coloca en uno de los percheros, junto al armario, toallas nuevas y cambia las sábanas por otras recién lavadas

– Vaya veo que hoy vienes más temprano que de costumbre amigo Jerónimo – Le habla Hugo distraído con sus faenas de corte de pelo – cuándo podré salir a dar otro paseo por el jardín? ¿Ya se han arreglado esas obras que no me dejan dar gratificantes paseos? He debido perder la cuenta, pero creo que llevo ya varias semanas en las que no me muevo de aquí.

– Sí, pronto acabarán los albañiles la entrada y los accesos a las escaleras, estas obras al final se acaban alargando más de lo previsto, ya sabe que es por su seguridad no se vaya a desgraciar al bajar – le contesta un dubitativo Jerónimo, mientras le termina de colocar las sábanas.

– Como me gusta el olor a limpio que desprende la ropa recién lavada, me recuerda a Ainhoa, que gran mujer, tuvimos nuestro romance hace ya muchos años, apenas recuerdo la fecha, pero lo que sí recuerdo era esa dedicación a veces rozando la obsesión por la limpieza y el orden de las cosas. Tenía un puesto de gran responsabilidad en una compañía que se dedicaba a la explotación de minas en África si no recuerdo mal.

Los ojos detrás del cristal espejo despiertan, y hace señas a uno de las sombras que se sienta junto a él

– ¿Jerónimo, conoces la historia de la niña que encendió el Sol?

– No señor Reismen, pero me gustaría escucharla, ya sabe que me fascinan sus relatos – le contesta un sonriente cuidador al tiempo que recoloca y quita el polvo de los libros que se amontonaban en la estantería junto a la ventana.

Hugo Reismen se acercó a la ventana de viejo marco de madera repintada, para contemplar el Sol y permaneció en silencio durante unos minutos, Jerónimo lo observaba con cierta expectación.

–  El Oscuro hizo que aquella mañana amaneciese fría y sin luz alguna. Eran demasiadas, ni el recuerdo sabía cuántas llevaban soportando.

– Todos los lugareños permanecían pálidos, asustados en sus cavernas, pobres de ánimos y temerosos bajo el oscuro manto del miedo.

– Cansada aquella niña de tanta oscuridad bañada en la tristeza, se elevó por encima de las gachas cabezas y todos pudieron contemplar cómo la luz de su interior, la única que el Oscuro Asmodeo no logró apagar, la hizo levantarse y caminar, para encender todas las lóbregas habitaciones, una tras una, una tras otra.

– Consiguió salir, atravesar aquella negrura, para prender la luz de la primera habitación, esa que guardaba el campo de verdes… hojas, flores y girasoles.

 

– Dio luz a la montaña que seguía a continuación su vista, la habitación posterior. Se encaminó a otra estancia de ese mundo para hacer visible el mar y prendió de nuevo el motor que hacía girar las olas para romper sobre las rocas.

– Abrió otra cámara, accedió con paso firme a su interior y subió por escarpados acantilados para contemplar el nuevo horizonte que había nacido.

–  Dio la espalda al mar y apartó las sombras, dejándolas a ambos lados del camino, las ató a las raíces de los árboles.

– Por todo ello se abrió nuevamente el camino que debían utilizar todas aquellas buenas gentes. Ya dejaron de temer, y anduvieron recogiendo todos los parabienes que sus campos ofrecieron.

– Esa niña siempre me recuerda a Ainhoa, su determinación para todo en la vida era digna de admiración, más propia de una reina que de una simple ciudadana del mundo, otro ser extraordinario que marcó aquellos años de mi vida… ¿Sabes que gracias a ella conozco las 56 maneras de estimular el sexo de los ángeles?

Jerónimo algo contrariado lo miraba fijamente al igual que las sombras tras el espejo.

– ¿Qué fue de ella? – Pregunta un curioso Jerónimo, ante las atentas miradas de sombras que se esconden detrás de un espejo y pantallas de ordenador.

 


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