
FILOSOFIA Y CIENCIA III
Uncategorized / 17 octubre, 2018 / Mario GrageraCAPÍTULO 3
Son las 9:30 de la mañana.
-A mi despacho, ahora – el comisario Castejón haciendo señales con sus dedos hacia adentro.
En el despacho del comisario Castejón se reúnen el inspector Adolfo Márquez y la oficial Lidia Garmendia.
-¿Qué tenemos del caso de los universitarios?
-Nada de nada, eran chicos normales que hacían vida normal, es lo que hemos podido averiguar después de haber investigado por la red y hablado con familiares y amigos. Le contestó Lidia.
-Los dos varones eran hijos de inmigrantes, nacidos aquí y totalmente integrados en la sociedad. La joven estudiante era hija de una familia acomodada, vivía en la zona centro con sus padres, al igual que los otros dos jóvenes – añadió el inspector Márquez.
-¿De dónde proceden los padres de los dos varones? Preguntó el comisario mientras leía el expediente.
-Son de origen marroquí, pero llevan casi toda su vida en la ciudad, tienen pequeños negocios de productos de primera necesidad – contestó la oficial anticipándose a su superior.
-¿Sabemos algo de la autopsia? – Les preguntó de nuevo al comisario viendo que en el informe del caso no aparecía dato alguno al respecto.
-Todavía nada – dijo el inspector Márquez.
-Pues habrá que darle caña al asunto, no podemos esperar tanto, hagan lo que tengan que hacer me da igual el cómo – les ordenó el comisario, con el rostro más serio y alzando la voz.
Ya conocían el mal carácter del comisario cuando estaba contrariado, por lo que se levantaron y salieron a toda prisa del despacho de su jefe.
Leandro comenzó sus clases, en su trabajo era donde se encontraba más feliz y tranquilo, se las preparaba con mucho tesón y no dejaba detalle al azar. Su pasión por la filosofía le vino desde muy joven de su época del instituto. Admirador profundo y estudioso de las obras de Kant y Descartes. Por otra parte siempre le daba vueltas a las ideas confrontadas de Hobbes y Rousseau. Había escrito varios ensayos al respecto, publicados por la editorial de la Universidad.
Cada curso académico, siguiendo con la tradición, les ofrecía un debate a sus alumnos: Era el hombre bueno por naturaleza y la sociedad lo acababa corrompiendo o por el contrario “el hombre era un lobo para el hombre”. Quién tenía razón Jean-Jacques Rousseau o Thomas Hobbes.
Aquella mañana al poco tiempo de comenzar su primera clase no pudo contenerse, y sintió la imperiosa necesidad. Les expuso los motivos de uno y otro filosofo a sus alumnos, para que expresasen sus pensamientos en voz alta. Decidió que sería lo mejor con la finalidad de que olvidasen, en la medida de lo posible, lo ocurrido con la muerte de sus compañeros.
En todas sus clases intervinieron con gran animosidad e incluso hubo algunas intervenciones bastante brillantes, con unas exposiciones muy bien razonadas por parte de los más aplicados, lo que complació en gran medida al profesor.
Salió bastante satisfecho de su despacho, dando por terminada su jornada laboral, pero la poner un pie en la calle su serenidad de iba desvaneciendo, la inquietud se apoderaba de su cuerpo y marchaba con torpeza por las calles en dirección a su domicilio.
Hasta que no alcanzó con la vista la puerta de su edificio no consiguió tranquilizarse, en ese momento su mirada se cruzó con la de un sacerdote que estaba apoyado en la esquina, unos metros más allá del portal de entrada a su vivienda. El sacerdote con sotana negra hasta los tobillos llevaba un inusual sombrero negro de ala ancha, sus manos entrelazadas portaban un rosario, y le hizo lo que parecía una señal tocándose el sombrero.
Leandro apartó la vista, y mirando al suelo entró a toda prisa en el portal, en dirección al ascensor que le conduciría hasta su hogar, donde le esperaba Mara, su mujer, la persona con la que levaba compartiendo su vida durante más de veinticinco años.
-¿Qué te pasa cariño? Te veo nervioso- le dijo su mujer al verlo como se quitaba la bufanda de tal manera que casi se ahoga el mismo.
-Nada mujer no me pasa nada – le contestó mientras se quitaba los zapatos a la pata coja.
En cuanto acomodó sus doloridos pies con sus zapatillas de andar por casa, se acercó a la ventana para ver si el sacerdote de amplio sombrero negro seguía en la esquina, no pudo verlo, miró hacia todas direcciones. Decidió abrir la puerta y salir al pequeño balcón de su domicilio para ver con mayor amplitud toda la calle, pero no consiguió ver de nuevo al misterioso cura.
Minutos después, en el cuarto de baño, no quería que su mujer lo oyese, hizo una llamada.
-Es que ahora es necesario que me vigiléis, acaso no os fiáis de mí, después de tantos años leal a la causa – Podéis estar tranquilos, y otra cosa ¡mi casa es tan sagrada como la iglesia del Santo Jerónimo!
-Tranquilo, no te están vigilando, no sé a qué te refieres, claro que estamos seguros de tus actos, eres uno de nuestros mejores mensajeros y consejeros – le contestó la persona que estaba al otro lado del teléfono.
Leandro le explicó la presencia de aquel sacerdote que parecía vigilarle y que luego desapareció. Le tranquilizaron desde el otro lado de la línea telefónica, le aseguraron de que no sabían quién podía ser y que harían averiguaciones.
-Sois los más indicados, en este caso, para saber quién puede ser. Igual son figuraciones mías y estaba simplemente esperando a otra persona, en fin, lo dejo en vuestras piadosas manos, Dios nos proveerá – con voz más calmada, así le habló Leandro despidiéndose.
Mientras tomaba un vino sentado en la mesa del salón, pensaba que debía de todas formas estar más atento y ser precavido.
“Que poco me gusta tener que estar continuamente mirando hacia atrás”- pensaba mientras le daba un sorbo al crianza, demasiado frío para su gusto.
SUSCRÍBETE A MI BLOG