Tan solo tuve que oler aquel libro para ser absorbido por la esencia de sus letras, que me transportaron de inmediato a una perfecta historia.
Años después esa historia se repitió, pude vivirla en mi mundo real: Nos conocimos en una habitación llena de gente, aburrida fiesta donde el «más de lo mismo» era el cóctel del día.
Un cruce inusitado de miradas, un brillo, una sonrisa dibujada entre sonrojadas mejillas atrajeron toda mi atención, y casi sin darme cuenta, me encontré junto a ella, mis pies caminaron sin preguntarme. Hablamos durante mil horas hasta que descubrimos nuestro particular oasis fuera de aquellos muros.
Ella debió ser la que me concedió la inmortalidad. Su recuerdo imborrable mantiene esa infinita ilusión por volver a verla en este o en otros mundos…
Basado en el relato número 6 de Rumbo a relatos

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