
FILOSOFIA Y CIENCIA II
Relatos Cortos / 11 octubre, 2018 / Mario GrageraCAPÍTULO 2
El inspector Adolfo Márquez y la oficial Lidia Garmendia se encargaron del caso de los alumnos que se encontraron muertos, de manera misteriosa, en la clase del profesor Don Leandro García Marquina.
Estando ya al tanto de lo sucedido y con la poca información de que disponían en ese momento fueron al lugar de los hechos, horas más tarde de que se llevaran los cuerpos para hacerles la autopsia correspondiente, tal y como marca le protocolo en estos casos.
Llamaron al profesor para hacerle algunas preguntas.
-Buenas tardes señor García- le dijo ofreciéndole la mano el inspector Márquez.
-Pueden Llamarme Leandro Joaquín, así me bautizaron, es mi nombre – les contestó un tanto nervioso el excéntrico profesor.
Se sentaron en uno de los bancos de madera que estaban dispuestos a ambos lados de uno de los pasillos que sirven de acceso a las distintas aulas.
-¿No observó nada raro en el comportamiento de estos chicos, algo fuera de lo normal durante la clase?- Le preguntó el inspector, para no perder el tiempo con más preámbulos de cortesía.
-No nada, todo transcurría con total normalidad, hasta que di por terminada mi clase y todos marcharon excepto ellos, que estaban con sus cuerpos inertes apoyados encima de la mesa, como si echasen una siesta. Una siesta eterna, ¡Dios Santo! – dijo por último persignándose delante de su rostro.
-Bueno de momento no le molestamos más, tome mi tarjeta por si más tarde recuerda algo que pueda ayudarnos en la investigación – le dijo el inspector – e intente estar localizable por si volvemos a necesitar de su colaboración – añadió con una media sonrisa.
-Sí, sí, sí, pueden contar con toda mi extensa colaboración para todo lo que sea preciso en su trabajo de investigación, claro, claro, faltaría más, ha sido un placer y ahora debo marchar que tengo clases que preparar, ustedes me perdonen – dicho esto, salió a toda prisa tropezando con los pies de los dos policías que seguían sentados en el banco de madera.
-Debemos averiguar todo lo posible de estos chicos, vete a las oficinas y que miren en redes sociales toda la información que pueda rescatar, luego habrá que preguntar a familiares y amigos que nos cuenten que tipo de vida llevaban, lugares que frecuentaban, si andaban con drogas u otro tipo de líos, en fin las pesquisas de rutina, en marcha Lidia – dijo el inspector levantándose despacio aguantando el dolor de su maltrecha rodilla izquierda, consecuencia de su artritis.
El profesor Leandro cuando terminó sus clases y de preparar las siguientes como solía hacer todos los días de trabajo, salió de su pequeño despacho y se dirigió con el paso presuroso fuera de la facultad. Llegó a la puerta de la Iglesia de los Jerónimos y entró. Se sentó en uno de los asientos de delante, frente al púlpito, se persignó varia veces de manera compulsiva mirando al Cristo crucificado. Luego se arrodilló en el asiento que había justo detrás de donde antes había estado sentado durante unos minutos.
Un sacerdote apareció por uno de los accesos laterales del interior de la pequeña iglesia que conducen a una pequeña sala abovedada, sepulcro donde se encuentra los restos de varios santos bajo las antiguas piedras talladas. Se sentó junto a él y hablaron en voz baja durante unos minutos, Leandro parecía bastante nervioso, no paraba de gesticular con las manos. Todo esto es lo que pudo observar desde la puerta de la iglesia la oficial Garmendia, que cuando volvía de la comisaria en dirección a su casa vio al profesor con un extraño andar entrando a toda prisa, casi tropezando con la puerta de la iglesia, y decidió seguirlo.
Lo habían investigado en la oficina, y no tenía ni tan siquiera una multa de tráfico, “hoja en blanco” como lo solían denominar coloquialmente los compañeros de profesión, para describir que era una persona honrada a los ojos de la justicia. Sabía que era un poco excéntrico, un “rarillo”, conclusiones a las que le llevaron las preguntas que pudo hacer a otros compañeros de profesión y alumnos, aunque todos coincidieron en calificarlo como un buen profesor, muy trabajador. “Un hombre entregado a su causa en cuerpo y alma”, le llegó a comentar el rector de la Universidad en una breve charla que mantuvo con él.
Al cabo de un rato un nervioso Leandro se levantó de su asiento, dejando solo al cura con el charlaba acaloradamente, y se dirigió hacia la puerta para salir de la iglesia cuando se topo con la oficial de policía.
La oficial de policía Garmendia había decidido esperarle para hablar con él, con el propósito de encontrar cualquier detalle que el profesor pudiese recordar, y ayudase a arrojar alguna pista para resolver el extraño caso del fallecimiento, hasta ese momento, inexplicable de los tres jóvenes, a los que en esos momentos los estarían examinado los forenses para averiguar la causa de la muerte.
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