Esta buena mañana de miércoles optimista me levanto. Me llamo Don Autónomo y me estoy engalanando para ir a ver a Doña Administración del Estado y Sus-Liendres.

Me pongo guapo porque me ha dicho mi amigo «Mandicho» que es mejor ir bien arreglado para esto de echar cuentas y pedir favores a la Doña.

A resultas que he tenido algunos problemas de tesorería últimamente, voy a ver si me perdonasen la deuda de momento. Que no digo yo de no pagarla, miren ustedes, que honrado soy como el que más, y no me gusta dejar de pagar lo que me corresponda o correspondiese.

Así pues, me dirijo al lugar donde me emplazan en su última misiva, en la que me invitan amablemente que me pase por la casa de la dueña. Es residencia de invierno y no tanto de verano que por esas fechas, sobre todo más bien entrado el Agosto, es cuando los trabajadores de esa casa paran menos y trabajan poco. Todo para ver a Doña Administración, mujer seria y recia, de buen corte me contaron, espero que justa, dialogante y comprensiva.

Ya aparqué mi vehículo en el Parking Municipal a 3 € la hora, no me puedo quejar, ni aún hoy.

Me dispongo a entrar en casa de Doña Administración. Paso por la puerta principal y me encuentro un arco de seguridad, a continuación un señor con uniforme me dice que deje todas mis pertenencias en una bandeja. Siendo de desconfiada naturaleza, yo me niego con mucha educación, subiendo mi ceja derecha y media sonrisa buscando una complicidad que no encontré. Sí la porra del guardia de seguridad justo en mi nariz. Nariz subida hacia arriba y pareciéndome a un cochino de raza Jensen, capté el argumentario del señor uniformado. No tuve más opciones que acceder, y suelto en la bandeja mis llaves de casa, las del coche, el tabaco de liar, un poco de laurel, unas pastillas para el dolor de cabeza, un bote de bicarbonato casi vacío, unos cordones de repuesto y un calcetín usado que se me olvidó echar en la lavadora el pasado martes.

Con cara de pocos amigos o de haber perdido al mus, me pregunta el señor de uniforme marrón y porra juguetona: ¿Tiene usted cita previa?

¿Previa a qué mi buen hombre? – Le contesto con otra pregunta, y ofreciendo la poca amabilidad que me quedaba; pequeño reducto de cortesía escondida muy dentro de mi, por entonces, algo enojado ser.

Vaya usted a aquella pantalla y saque su tiquete, que le dará la hora y la mesa establecida en su cita previa. Ponga sus datos cuando se los vaya solicitando es muy sencillo – aquella explicación del vigilante de seguridad me dejo un poco perplejo, debió notarlo al ver mi cara con las cejas hacia arribas, mordido mi labio inferior y el dedo índice de mi mano derecha colocado en uno de mis orificios nasales.

Me acerco dubitativo a la pantalla de la máquina de citas, que no me daría con ninguna chica guapa. Después de buen rato sin encontrar botones que tocar, desconocía el mundo táctil informático, un educado señor de pelo cano, que pasaba por allí, me hace el arreglo y ya tengo mi cita con Doña Administración. Me siento en una silla color oscura de piel gastada; compruebo que la hora de mi encuentro con la Señora vestida de Seguridad Social o Haciendas llegaría pasadas varias horas. Yo, ignorante en ese instante, no sabría hasta mi primer encuentro con el lacayo de Doña Administración, de que paño sería el traje que me encontraría. 

Continuará…


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