Ya después de la larga espera, anuncian mi cita en una pantalla en lo alto de la pared frente a donde permanecía sentado. El guarda uniformado de porra en ristre y cara de pocos amigos, que me vigilaba constantemente, me dice muy serio: Debe usted subir a la tercera planta, puede usted coger el ascensor- y eso es lo que haría. Me introduzco en el elevador de la casa de Doña Administración, con los nervios y las prisas, en lugar de tocar el botón que debía llevarme a la tercera planta, le doy al del segundo. Salgo despistado del ascensor y atravieso una puerta de cristal donde hay un montón de señores y señoras con sus ordenadores colocados en sus mesas grises. Pregunto durante varios minutos si estaba allí mi mesa, enseñando el tiquete como si estuviese en la cola de la frutería. Todo el mundo parecía ignorarme, con las miradas perdidas en sus pantallas de ordenador. Un rato después, me doy cuenta que en la pared había un cartel que ponía segunda planta. Es en la tercera- les decía sonriente- perdonen ustedes las molestias señores funcionarios… de mierda – añadí farfullando en voz baja.

 

De nuevo en el ascensor pulso el botón de la cuarta planta, al subir a esta planta, aprieto el de la primera de nuevo por error, cuando llego abajo pulso el puñetero botón de la tercera planta, mientras me sujeto la mano derecha con la izquierda para que mi dedo tembloroso atine con certeza ¡Me cago en todos los ratones “coloraos” así “pue” ser que le dé al puto botón del tercero coño! – Exclamo con vehemencia.

 

Después de sentarme dos veces en la mesa equivocada, llego a mi destino. Al fin me siento en la mesa del lacayo de Doña Administración, que me lo encuentro con las gafas a media nariz y revisando documentación. Me presento y le doy mi tiquete, le enseño la carta que me enviaron, en la que me dicen que les pague la cantidad que les adeudo. Oiga señor Oki – imaginé que debía ser su nombre al verlo en una placa pegada en un aparato blanco delante de mí, que había en su mesa (me extrañó en un principio, no tenía cara de chino). ¿Podrían hacerme una quita si pago la mitad y un tercio me lo aplazan y el resto me lo quitan? – yo seguía con mi discurso que traía muy bien aprendido de casa frente al espejo.

 

 

Me entrega un formulario en el que leo: Solicitud de Aplazamiento de Deudas, y me dice sin apartar la vista de la pantalla de su computadora: Cumpliméntelo y entréguelo en registro que está en la segunda planta, en ese momento yo cojo el papel y le hago varias observaciones al respecto: ¿Donde pone cuantos plazos? ¿Puedo poner 350 veces? Y ¿dónde está el apartado que pueda poner una quita de la deuda del 25%? Bueno si se puede poner más sería un alivio don Oki.

 

El señor funcionario me mira seriamente y a continuación coge el papel de solicitud de aplazamiento de la deuda y lo cumplimenta con lo que debían ser todos mis datos requeridos, me lo entrega y me indica que coja el ascensor hasta la segunda planta. ¿Cuánto ha puesto usted de quita? – Le pregunto mientras me levanto, el serio lacayo de Doña Administración, con la vista en sus papeles, me hace señas con la mano para que ahueque el ala.

 

 

Aprieto el botón del ascensor y marcho a la quinta planta, luego de nuevo a la tercera, en esas estoy cuando acceden dentro del minúsculo ascensor otras dos personas que van a la primera, después consigo llegar a la segunda. Pregunto por el registro cuando me acerco a una mesa en la que, por suerte para mí, puedo leer REGISTRO. Una placa pegada en el frontal de la mesa mostrador lo ponía a la vista del más cegato con letras bien grandes. Allí encuentro a la chica que atiende amablemente el puesto de registro de documentos que se registran. Para luego mandarlo al departamento correspondiente, y uno espera con mucha paciencia que seas contestado cuando “eso”, que pasa por allí y nadie sabe, hace que te resuelvan, ajustado al tiempo y forma que ellos reglamentan. Algo así entendí, al preguntar a aquella jovenzuela cuando obtendría respuesta, ella, con la mueca torcida, me pone un sello en mi copia y me la da. A la siguiente pregunta en relación a si el otro funcionario de Doña Administración ha puesto alguna quita de mi deuda, ella contesta sonriente: Que pase el siguiente por favor.

 

Bajo hasta la planta principal en dirección a la salida, esta vez el ascensor me obedece. Cuando justo voy a salir recuerdo que uno de los bolsillos de mis pantalones de pana marrón arrugada tenía otra carta de Doña Administración, con otras deudas. Le pregunto al señor uniformado de porra alocada y me dice que eso se corresponde con Doña Administración de la Tesorería de la Seguridad Social, y me indica el lugar al que debo dirigirme con la poca amabilidad que se le espera. Le presto la debida atención mientras me hurgo en la nariz con un bolígrafo que hurté de la mesa al primer lacayo de Doña Administración que me atendió. Después de varias indicaciones y repeticiones, por fin me entero de la ubicación del edificio a la que debo dirigirme. De nuevo ando más perdido que un burro en cuadra ajena, por lo que no sé que me voy a encontrar para resolver otras deudas con la Doña de la Tesorería. En mi estúpido optimismo, espero que sean más atentos y comprensivos los palafreneros del carro de la Doña Tesorería y otras Seguridades Sociales, esto cavilo al paso rápido, camino de mi nueva aventura en otro Palacio de Gobierno y sus cuentas.

Continuará…


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