Después de entrar, por error, en una vivienda particular de gran puerta, casa de ricos seguramente, consigo llegar a la otra casa de Doña Administración, la de la Seguridad Social y sus tesoros.

-Aquí por lo que veo no hay arco seguridad, está la cosa malamente – le cuestiono al guardia de seguridad haciendo varias muecas.

-Está en una nave en el Polígono Industrial, nos lo hemos embargado – contesta mientras se rasca la oreja con su porra negra. ¿Qué desea? – Ofrece una mayor amabilidad que la de su compañero de profesión del otro edificio de Doña Administración, al que tuve que soportar anteriormente, conteniendo las ganas de pegarle los cataplines a su ombligo de un buen puntapié.

-Vengo a buscar quitas a mi deuda con esta Administración. ¿A dónde debo acudir mi buen guarda habas? – Le pregunto casi sonriente.

No entiendo el por qué, pero cambia su actitud y muy serio me dice: Debe usted coger el tiquete para eso, en aquella máquina de citas que junto a ese mostrador – me dice señalando con su porra a una pantalla no muy grande que al girarme pude ver perfectamente. Justo delante hay varios señores de piel oscura y que hablan raro, supongo están buscando su cita.

Pasados varios minutos, a mí se me hacen dos eternidades y media, los señores extranjeros que hablan muy alto entre ellos, como si estuviesen enfadados, no parece que se estén enterando de adónde deben  ir para solucionar el trámite. Yo amablemente les pido que me dejen solicitar mi cita que tengo algo de prisa, ellos no me hacen ni caso, algo que me sienta como si me pisasen el juanete 40 elefantes juntos. Aprieto dientes y puños.

-¿Señores por favor me dejan pedir mi cita? No tardo nada – les digo en un tono más elevado, sin obtener más respuesta que voces entre ellos y ni una sola mirada.

Varios intentos más tarde, sin obtener la respuesta que espero con la mínima cortesía y educación, mi paciencia se acaba y mi cólera se dispara.

Me quito el cinturón de cuero de 1986 que sujeta mi pantalón marrón de pana arrugado, y me lio a cinturonazos con el primero que me pilla a mano izquierda y más cercano. Es justo en ese instante, cuando pienso que el guarda uniformado de seguridad sacará su porra, y querrá incrustármela en todo mi costillar. Pero para mi sorpresa veo que está tirado en el suelo agarrando del cuello a otro sujeto vociferante, que previamente le había quitado su cachiporra, por lo que deduzco de la algo desagradable conversación que mantienen entre ellos voz en grito.

Otras personas que esperaban sentados, se levantan y acuden al rescate del vigilante de uniforme, alguna tropieza y cae justo encima de mi cabeza, es una señora de mediana edad y talla XXXL. Mi gran mollera golpea el suelo de madera varias veces como si una pelota de tenis fuese.

-¡Me cago en todos los ajos de la huerta y la burra tuerta! – Grito un poco alterado, esa es la verdad.

Al poco tiempo, aparecen varios policías que consiguen separar el enjambre humano que allí se está formando. Todo el gentío poco a poco se va tranquilizando con la llegada del cuerpo policial, menos yo, que sigo más cabreado que un perro con hambruna al que le quitan su hueso.

Una amable policía al verme, me intenta tranquilizar y me ayuda con mi cita para que suba a la primera planta, para hablar con el siguiente burócrata numerario de doña Administración para ver mis deudas y soluciones.

Todavía con los nervios de la trifulca intento subir los escalones de dos en dos, y acabo con mis morros en uno de los peldaños de mármol. Así llegó a la mesa que me tocaba con la nariz roja como pimiento morrón.

-Buenos días, vengo por lo de mi deuda, les quería pedir, si son ustedes tan amables, que me hiciesen una quita del 25% y luego me aplacen ustedes el resto. Yo me comprometo ante ustedes y ante el Todo Podeoroso a cumplir con cada uno de los pagos, que se me aplace en 78 veces si fuese posible…¿Por cierto de cuanto es la deuda que tengo con esta Doña Administración?

El señor siervo de Doña Administración apenas se fija en mí, con la nariz entre papeles, levanta la vista y aporrea las teclas de su ordenador.

-Tiene usted una deuda importante de 780 euros, si paga usted 500 ahora le aplazamos el resto, y no sufrirá usted embargo alguno de sus cuentas bancarias o sus bienes – me dice muy serio colocándose sus gafas. Me fijo en su aspecto, con esa cara de rancio gafudo, barba blanca larga y pelos locos.

 

 

 

Toda esta explicación me parece una broma, espero las carcajadas del lacayo de Doña Administración, pero al comprobar de nuevo la cara de seriedad que mostraba el numerario de Doña Administración, no percibo que fuese un chiste malo.

– Aquí tiene usted el cuadro de amortización de la deuda aplazada con los vencimientos que le serán girados por la cuenta bancaria, en el momento que incumpla uno solo de ellos, o cualquier otra de sus obligaciones de pago con esta Administración, automáticamente le será anulado este fraccionamiento de su deuda y se recalculará de nuevo en su totalidad más intereses. ¿Ha comprendido usted? – Me da un papel que sale de su máquina de escupir papeles, con lo que se supone me ha explicado. Yo permanezco con cara de atontado, «no sé que me ha querido decir»- esto pienso a la par que me hurgo la nariz con uno de los bolígrafos que había en un porta lapices de la mesa del burócrata.

 

 

-¿Se le ofrece alguna cosa más? Me pregunta como si fuese el pescadero de la esquina, cerca de mi casa. Yo continúo sin entender un carajo, y me marcho escaleras abajo con la misma cara de primo, con el bolígrafo colgando de mi nariz aun dolorida.

Al llegar al aparcamiento unos guardia civiles están precintando mi R-4 del mismo año que mi cinturón, el 86. Me dicen que está siendo embargado por orden de Doña Administración a cuenta de unas deudas.

 

Nota del autor.- Cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia. ¿O no?

 

 

http://www.expansion.com/economia/2018/05/18/5afea22e46163f724d8b458b.html

 


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