Capítulo 9 de novela en construcción.

Escribir me sirve, a veces, para que oscuros deseos se conviertan en una historia distinta a la realidad. Héroes anónimos movidos por extrañas fuerzas.

PATRIC FLEURY

El viernes 11 de marzo Patric se levantó temprano como era habitual en él. Tenía todo preparado paras sus clases, siempre fue un chico muy responsable con todo lo relacionado con sus estudios.

Ese viernes no iba a ser como los anteriores y eso le gustaba. Había conseguido el permiso pertinente de sus profesores para que le dejasen salir dos horas antes, y así poder acudir al centro, a la Biblioteca del Instituto Cervantes. Estaba haciendo un trabajo sobre el Quijote para completar nota en lengua española. Cada vez se interesaba más por la lengua del país vecino. Recordaba las charlas con su abuelo, que emigró de África y le contó muchas historias de su paso por España. Los meses que pasó en su juventud trabajando en duras faenas agrícolas, en el Sur de la Península Ibérica, y pesar del duro trabajo, le habló en muchas ocasiones, cuando él era pequeño, de los buenos momentos vividos en el país vecino, con sus gentes, su buena comida, la alegría de sus fiestas.

Salió del instituto a lomos de su vieja bicicleta para dirigirse a la Rue Quentin-Bauchart en la zona centro de París, lugar donde se encontraba la biblioteca. Calle estrecha con coches aparcados a ambos lados, edificios no muy antiguos, pero de fachadas con el suficiente lustre para no romper el entorno de la ciudad.

Patric se sumergió entre los pasillos de la biblioteca, buscaba por los estantes donde le había indicado la amable bibliotecaria y cogió varios libros que le podían ayudar a terminar su trabajo. A estas alturas de curso se le estaba haciendo un poco pesado, y deseaba acabarlo lo antes posible para conseguir una buena nota. Las dos horas, hasta el cierre de la biblioteca, las pasó muy concentrado tomando notas en su libreta de todo aquello que pudiese servirle. En un momento de descanso miró por las ventanas y recordó que había quedado para comer con los amigos, cerca de allí en una de las terrazas de las muchas que abundan en el Bulevar Voltaire. Se introdujo las manos en sus bolsillos para comprobar que tenía el dinero suficiente, no se le había olvidado en casa. Sus padres le había dado algo de dinero que añadió al dinero que tenía guardado con las ganancias obtenidas al deshacerse de algunos viejos videojuegos que consiguió vender por internet. Si alguien le estuviese observando en ese momento, contemplaría a un joven de color sonriente, con la mirada perdida en la luz que penetraba por las ventanas de la biblioteca. Su alegre rostro era consecuencia de comprobar el pequeño tesoro que guardaba en sus bolsillos. No quería escatimar esa tarde y esa noche con los amigos, quería pasarlo bien después de tanto trabajo y estudios. Esa iba a ser una noche de amigos sin pensar en el dinero como le solía ocurrir otras muchas veces, que se tenía que marchar a casa porque estaba con los bolsillos casi vacíos, y no le gustaba que le tuviesen que invitar sus amigos. Tenía la esperanza de poder ver a la guapa y rubia Adrienne, le gustaba mucho esa chica, aunque pensaba que estaba aun lejos de sus posibilidades. La conocía por amigos en común, se la presentaron hacía menos de un mes otra de esas noches de amigos y copas por los bares de moda. Ella era de familia acomodada, no como él, eso le hacía sentirse en desventaja con respecto a otros chicos de su edad que sabía que la cortejaban. Ella era muy atractiva y simpática por lo poco que pudo conocer aquella noche. Por otra parte, pensó que no debía dejar que todo eso le impidiese poder conquistarla: “yo no soy menos que nadie y soy bastante bien parecido”. Con ese pensamiento una sonrisa apareció en su rostro.

 

 

A Patric le gustaban las cosas sencillas, no le gustaba meterse en líos, prefería pasar desapercibido, siempre fue un poco tímido. Pero esa tarde con los amigos si encontraba a Adrienne intentaría invitarla a una cerveza y pasar a la acción.

Salió cinco minutos antes de la hora de cierre de la biblioteca. Llamó a varios de sus amigos para, en principio, comer algo y luego lo que la tarde fuese pidiendo. A su amigo Luis le preguntó por la chica de sus pensamientos, si podría quedar con ella. Louis era amigo de varias personas, que a su vez, lo eran de aquella chica. Louis le dijo, después de varias bromas, que haría lo posible para que tuviese un encuentro “fortuito”.

Patric montó en su bicicleta con su rostro iluminado, estaba muy contento. Se aproximó a las terrazas del Boulevar Voltaire y dejó atada a su candado la bici en una de las zonas habilitadas para ello, Buscó una mesa libre y esperó la llegada de sus amigos. No tardaron en aparecer, el primero que lo hizo fue Manuel, chico de origen venezolano, sus abuelos emigraron hace muchos años hasta París en busca de un mejor futuro. A su llegada, hizo algo parecido a una reverencia , y a continuación hicieron el saludo de manos que ya habían ensayado otras veces y luego rieron durante unos instantes para acabar dándose un abrazo.

Pues vengo de la biblioteca, tío que rollo, más de dos horas tomando notas, estoy con las neuronas quemadas – le dijo un sonriente Patric a Manuel.

¿Neuronas? ¿Los negros tenéis de eso? Le preguntaba, sin esperar respuesta y a carcajada limpia el dicharachero amigo.

Patric lanzó a la cara de su impertinente amigo varias servilletas de papel en forma de bola, y luego le dio un golpe suave con el puño cerrado en el hombro, sonriendo.

Al poco rato, fueron apareciendo el resto de los amigos, se sentaron todos en la mesa y no tardaron en pedir unas cervezas y algo para picar.

Transcurrieron varias horas, una larga sobremesa contando unos y otros anécdotas de lo más divertidas. “Las horas pasan con rapidez cuando se está a gusto y feliz con los amigos”- pensaba Patric, viendo como poco a poco iba oscureciendo y las luces de las farolas comenzaban a iluminarse, a la vez que continuaba oyendo y sonriendo con cada una de las ocurrencias de sus amigos. Manuel no paraba de decir barbaridades y de paso llevarse alguna que otra colleja por parte de alguno de sus amigos. Todo aquel momento de algarabía y felicidad terminó de repente, en el momento que oyeron disparos, gente corriendo y gritando.

Frente a ellos un chico había parado su Audi A3 blanco para llamar por teléfono. Se salió del coche, y de pie junto a su vehículo, hacía una llamada por el móvil. El joven se desplomó de repente en el suelo, ante la mirada de asombro y pánico de Patric y sus amigos. Una ráfaga se oyó muy cerca. Gritos, mesas al suelo, gente corriendo con el terror en sus caras.

 

Los amigos de Patric corrieron hasta el interior del bar. Patric permaneció inmóvil sentado en la mesa de la terraza en la que unos minutos antes había estado riendo sin parar con las historietas de sus amigos. Su mirada estaba ausente, seguía teniendo la misma postura, sentado agarrando su vaso de cerveza, como una estatua.

Todos sus amigos, al percatarse de la situación, le gritaron desde el interior del bar para que corriese hacia ellos, y se pusiese a salvo dentro del bar, antes de que el dueño cerrase las puertas. No entendían que le estaba ocurriendo a su amigo.

De repente vieron como se levantó de su asiento con tranquilidad, sin prisas, se aproximó al Audi del joven asesinado y se introdujo en el vehículo. Arrancó y salió a toda velocidad revolucionando el motor.

Sus amigos fueron testigos de cómo Patric, lo primero que hizo con gran destreza, fue esquivar mesas y sillas que había por la vía y arrolló a uno de los terroristas que le apuntaba con su kalashnikov. Antes que pudiese disparar, el sorprendido portador del arma fue brutalmente atropellado, su cuerpo fue despedido varios metros en dirección opuesta, y quedó inerte en suelo, en una extraña postura, debía tener las piernas partidas. Luego se supo que se trataba de Abduillah al Adib, de origen sirio afincado en Bélgica hace años.

Dio marcha atrás a toda velocidad, hizo un trompo. Se oyó de nuevo el rugido del motor y el chirriar de los neumáticos. Patric continuó sorteando sillas, mesas y todo lo que a su paso se le presentaba. Tan pronto circulaba por la calle, como por los anchos acerados; vio a uno de los terroristas que apuntaba a dos jóvenes muchachas que se escondía bajo una mesa, estaban aterrorizadas esperando su sentencia de muerte, pero no fue eso lo que ocurrió. Un fuerte golpe, un grito, una ráfaga de disparos al aire, y el que iba a ser su verdugo ya no estaba, había desaparecido de sus vistas.

 

 

Los pocos testigos que pudieron ver lo sucedido se escondían dentro de los cafés y bares. Algunos perdiendo el miedo ante su curiosidad, pudieron ver a dos jóvenes mujeres que aterrorizadas se escondían bajo la mesa de la terraza, en la que minutos antes habían estado tranquilamente disfrutando de dos cafés y una buena charla entre amigas. Contemplaron atónitos al terrorista que se acercó a toda prisa apuntando a las dos jóvenes, en ese momento, cuando se disponía a dispararles sin piedad, la ametralladora se le encasquilló, lo que dio el tiempo justo para ser arrollado por un Audi A3 blanco, que lanzó el cuerpo del terrorista como si fuese un maniquí a varios metros de distancia del lugar en que se produjo el fuerte impacto. El terrorista muerto se llamaba Muhammad al Julani, también de origen sirio y afincado en Bélgica.

 

 

 

 

 

Este segundo impacto ocasionó daños en la aleta derecha del vehículo y en la rueda, que quedó totalmente bloqueada, impidiendo que el joven Patric pudiese continuar con su endiablada marcha. Patric se desmayó y su cabeza se golpeó contra el volante.

Una media hora después una ambulancia de los servicios médicos acudió al lugar de los hechos. Consiguieron reanimarlo. Patric no tenía ninguna herida de gravedad, algún que otro golpe en su despejada frente. Patric no recordaba nada de lo que había sucedido.

 


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