Luis Pablo quiso salir a dar un paseo, pero la lluvia ácida producida por los que gobernaban su calle le quemaba por dentro.
Lo intentó en más ocasiones.
Lo intentó tantas veces que acabó con sus carnes quemadas.
El doctor que habitaba en su mente le aconsejó que sanase sus heridas permaneciendo durante el tiempo suficiente bajo las letras que en su hogar disponía en sus tantas estanterías.
Después de un buen tiempo entre letras y lecturas consiguió endurecer su piel, sus mejores pensamientos fortalecer.
Un buen día, sin mucho pensar, decidió salir de casa, volver a la calle, y pudo disfrutar de un soleado día que tan solo él pudo disfrutar.
Alzó su vista para contemplar un azul muy intenso, lienzo de nubes pintadas, las más curiosas formas que se mecían por una brisa invisible que tan solo él percibía a su paso, por caricias en su rostro.
Realmente todo aquello compuso un puzzle de piezas sonrientes…

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