Amaneció y otro día más, no sabe si es lunes o jueves, tampoco importa ya.

Otro día más… cansada, que no derrotada, le faltan horas al reloj para poder verse las manos.

En su laberinto mental sigue dando vueltas para encontrar las respuestas que no llegan fácilmente. Abre una puerta y se cierra otra.

Laberinto intrincado, caminos en los que muchas veces encuentra piedras que otros le colocan sin que las llegue a ver para que se tropiece y caiga. De nuevo se levanta, mira hacia atrás pero no ve nadie, ya de nada sirve jurar en arameo hasta que su cansada voz se apague, agotada de gritar al cielo cuando la desesperación invade todo su ser.

El aire le falta cuando no halla el apoyo de su familia, simplemente ese que cualquier madre e hija necesita.

Pero este día fue diferente a los demás, no por casualidad, las casualidades son obras de Él actuando de incógnito como dijo Albert Einstein. Algo que recordaría más tarde por haberlo leído en algún libro de los muchos que atesora en estanterías y muebles.

Esta vez tropieza, mientras camina sumida en mil pensamientos que le angustian, con un hombre vestido con abrigo antiguo hasta las rodillas, color oscuro, lleva colocado en su cabeza un curioso sombrero con la copa chafada, una roja flor en la solapa derecha de su gastado sobretodo. Llamó la atención a Sara el sonrojado rostro del extraño forastero, una sonrisa que asomaba entre la abundante barba que lucía bien peinada y unos ojos brillantes, azules, que penetraban sin querer en la mente de la azarosa mujer, rubia de manos inquietas.

Este extraño se disculpa amablemente y le pregunta por una dirección. Sara puso en funcionamiento su cabeza y no podía averiguar mirando su callejero mental que calle era la que buscaba el señor de sombrero.

Creo que está por aquí le indica el hombre mirando hacia arriba, una de las dos calles que suben en dirección al centro del pueblo. Le transmite una inusitada confianza y la buena de Sara le acompaña calle arriba en busca del lugar que el amable forastero está buscando.

Atraviesan al arco de piedras romano, que sirve de acceso a la plaza del Ayuntamiento.

Sara camina con cuidado de no tropezar por el antiguo adoquinado pavimento, suelo formado por rectangulares piedras grises, algunas salientes que provocan más de una caída entre los transeúntes despistados.

Justo pasaron por debajo del arco de grandes piedras lo que a continuación pudieron contemplar no pertenecía al normal escenario por ella conocida.

En lugar de plaza porticada y Ayuntamiento al fondo, se encuentran entre nubes de distintas formas y tamaños, varios soles que circulan lentamente alrededor de ellos bajo un cielo de azul intenso. Sara siente de repente abrazos y besos invisibles, calor humano que le transporta a su infancia.

Sin ver nada y confiada se sentó en un pequeño banco de piedra, al colocar su mano derecha sobre el resto de su inesperado asiento toca un pequeño libro de color granate, tapa de piel y hojas rosadas.

Perdida la noción del tiempo despierta por haberse quedado dormida, su acompañante había desaparecido. Ante sus ojos la imagen de la plaza tal y como siempre había sido. Se incorpora desorientada había estado tumbada en el frío suelo de adoquines, varios vecinos ayudan a que se levante.

 

 

– Se ha mareado dadle tiempo y aire – escucha algo aturdida.

– Llamad a los sanitarios – oye la voz de otra persona.

– ¿Te encuentras mejor? – Le pregunta el siguiente.

Sara tranquiliza a sus paisanos tras un rato de explicaciones sobre su situación y consigue que la dejen marchar a su casa con el libro que encontró.

Al llegar a su hogar comprueba que la casa está limpia y ordenada como nunca. Su hija, que la había abandonado meses antes por una estúpida relación sin sentido con un mal hombre, había regresado a casa, le pide perdón, abraza y besa varias veces las mejillas sonrosadas de su madre.

Pasados unos minutos su hermana mayor llama por teléfono y le explica con detalles que los problemas económicos de la familia ya están solucionados. Había aparecido un buen comprador para todas las propiedades de la familia que iban a ser embargadas por los bancos y así poder hacer posible satisfacer todas las deudas pendientes. Muchos meses de angustia y desesperación se evaporan. Nota una extraña sensación de calor interior, como si por todos los poros de su piel eliminase esos malos pensamientos que tantas horas de sueño le habían robado. Por fin podría relajarse y no tener que trabajar tantas horas.

Sin darle muchas vueltas a su cabeza buscando explicaciones imposibles de encontrar llora de felicidad, se abraza de nuevo a su hija con la mirada puesta en el libro que encontró, estaba en la mesa del salón, se había abierto por una de sus páginas. Al acercarse a la mesa redonda donde estaba el pequeño libro sus verdes ojos directamente fueron a parar a una frase escrita: “Llámame como quieras, estoy siempre en tu interior. Mucho trabajaste por el prójimo y el bien ha venido a tu casa a verte”.

Días después con tiempo para ella, Sara, está sentada sobre el césped en su jardín, entretenida y feliz.

 

 

 


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