Paulino Sobrado, su vida transcurría en dirección contraria a su apellido, apenas llegaba a fin de mes unos y a menos de la mitad otros. Con los pocos trabajos esporádicos que con suerte podía hacer, gracias a unos pocos amigos que se acordaban de él, iba sobreviviendo junto a su mujer Eladia.

Varios avisos tuvo por parte del director de la sucursal bancaria donde le gestionaban el préstamo hipotecario para ponerlo al día. Cuantas veces maldijo su suerte Paulino sabiendo que ya quedaba poco para terminar de amortizar el préstamo que no tuvo más remedio que solicitar para ayudar las maltrechas economías de sus dos hijos, todavía en paro y con muy pocas oportunidades de trabajo, culpa de la crisis económica que les arrastraba a esta situación desde hacía varios años.

Una buena mañana, viernes, de primeros de mayo, esperando a Manuel Cortes, un viejo amigo con el que se había citado días atrás para un posible trabajo de reformas se encontró con otro viejo amigo: Luis Benito.

– Hombre el bueno de Paulino, vente que te invito a un vino y me cuentas cómo te va – le dijo sonriente mientras le agarraba por el hombro.

– Te lo agradezco pero estoy esperando a Manuel Cortes para un trabajo que buena falta me hace – le contestó Paulino algo serio.

En ese momento pasa Joaquín para llevar los cupones de la ONCE a Rodrigo el dueño del bar al que Luis quería ir para invitar a Paulino, establecimiento a unos metros acera arriba de donde se encontraban.

– Solo puedo darte estos dos el 5 y el 7 – Luis le compró los dos cupones del viernes a Joaquín y uno de ellos se lo metió en el bolsillo de la chaqueta a Paulino.

Paulino después de hablar con Manuel, poco tiempo por la prisas, quedaron en verse al día siguiente para ver el lugar de la reforma, y marchó en dirección a su casa.

Paulino nunca llegó a su hogar, un infarto de corazón le quitó su vida. Eladia lloró durante días y días su muerte.

A Eladia, otro nublado día le llegó la comunicación del banco para desahuciarla. La pena ya no le permitía apenas respirar con normalidad mientras sostenía llorando el maldito papel que le comunicaba la fatal decisión de la entidad financiera.

Eladia al día siguiente recordaba a su marido y pensaba en sus hijos, las lágrimas recorrían de nuevo sus sonrojadas mejillas, sus piernas le temblaban y se sentó en la silla de la cocina, se sentía totalmente abatida. Tantos años luchando junto a su desaparecido esposo y para nada había servido… se veía en la calle sin nada.

En ese momento notó las caricias en su pierna derecha de un gato negro de largo pelo, ella dio un respingo asustada.

– De dónde sales tú – dijo ya más tranquila, intentó sujetarlo pero el gato escurridizo salió corriendo en dirección hacia el dormitorio.

Eladia extrañada caminó tras él pero no lo encontró.

A la mañana siguiente mientras Eladia desayunaba sentada en la silla de la cocina alzó la vista al escuchar un maullido. Se encaminó hasta el dormitorio lugar de donde procedían los maullidos que seguía oyendo. No encontraba gato alguno y al volver a la cocina para terminar su café vio de nuevo al gato que salió de la casa por el balcón. Eladia también salió al balcón no lo vio por ninguna parte, miró hacia abajo, era un tercer piso, pero ni rastro del felino.

Ya había transcurrido casi un mes desde el fallecimiento de Paulino. Eladia abrió la puerta era su hijo Juan el mayor venía a ayudarla recoger enseres.

– Mama no te preocupes ya nos apañaremos, saldremos adelante como siempre lo hemos hecho, es lo que papa nos diría – le dijo abrazando a su madre el hijo mayor.

– ¿Que vamos a hacer con la ropa de tu padre? – le preguntó a su hijo.

– La llevaré a una asociación que nos ha ayudado mucho, seguro que encuentran a alguien necesitado de ropa que le vendrá muy bien – le contestó su hijo mientras le sostenía las manos y miraba a los brillosos ojos de Eladia.

Juan abrió el armario donde colgaban las chaquetas y camisas de su padre, agarró por la perchas las chaquetas para descolgarlas y en ese momento el gato salió de dentro del armario y saltó hacia él maullando. Juan grita muy asustado y deja caer las tres chaquetas.

Juan desconcertado miró su madre, el gato salió corriendo y desapareció.

Eladia al recoger las chaquetas del suelo vio junto a una de ellas el cupón de la ONCE que Luis le regaló a su difunto marido.

El cupón iba a caducar al día siguiente. Juan se marchó con la ropa de su padre y justo en frente estaba Joaquín que iba en dirección a uno de los bares del barrio.

Juan aprovechó y le abordó para que comprobase el cupón.

Eladia muy triste seguía recogiendo ropa, algunas fotografías y recuerdos que colocaba en cajas de cartón para llevarlas a casa de su hijo.

La puerta sonó, unos golpes muy fuertes y voces de su hijo Juan. No conseguía entender lo que decía. Abrió y Juan la abrazó con fuerza llorando, la levanto un palmo del suelo.

–  ¡Nos ha tocado mamá ¡Somos ricos, nueve millones, nueve millones!

Lloraron durante muchos minutos abrazados y arrodillados, junto a la puerta de entrada de lo que seguiría siendo su hogar.

 


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