
URRACAS RESIGNADAS 13
Uncategorized / 20 mayo, 2022 / Mario GrageraApreté los dientes, subí el bigote, me miré al espejo, mi cara de idiota ya no me sorprendía lo más mínimo. La inquietud me hace bailar, el temblor que recorre mi cuerpo muestra una imagen dentro del espejo de hombre flan con bigote al alza.
Sujeté con firmeza el pequeño teléfono, y lo apreté tanto a mi oreja que debía estar dejando una marca rojiza – “interesante para el médico si la viniese a ver” – pensé.
– ¿Sigue usted ahí señor Alejandro? – me preguntó en tono amable y conciliador, el gallego que tenía al otro lado de la línea telefónica.
– Sí, por aquí sigo, dígame… le escucho – contesté. Intentaba no se me notase el miedo que me hacía bailar en ese momento de cintura para abajo.
– Necesito saber el lugar donde esconden a la chica, a la joven Margarita, usted parece saberlo. Si me ayuda en esta pequeña aventura puedo hacer que recupere su libertad; tengo amigos influyentes y dinero para convencer al que haga falta, para que muevan la burocracia a nuestro favor amigo Alejandro, ¿qué le parece?
– Me deja usted pensarlo me pone usted en situación comprometida, si me meto en líos y me vuelven a pillar haciendo lo que no debo… no tengo ganas de alguna posible represalia y lo que es seguro más inaguantables monsergas de médicos y familia – intenté ganar tiempo es lo primero que se me ocurrió.
– De acuerdo, mañana a esta misma hora le volveré a llamar procure estar pendiente del teléfono – dicho esto colgó.
Me quedé muy pensativo sentado en la cama con la mirada totalmente perdida en la pared que tenía frente a mí. Aún sujetaba el teléfono entre mis manos. Salí de mi ensimismamiento y escondí el pequeño aparato negro de nuevo bajo el cochón.
Sería verdad que este hombre podría manejar los suficientes hilos como para que conseguir que me pueda liberar de este encierro, salir de esta puta casa de majaras…
No recordaba exactamente la habitación donde habitaba la joven Margarita, debería volver a ese lugar y tomar buena nota, pero cómo hacerlo sin ser visto y no tenía las llaves de la puerta que daba acceso al otro ala de la casa. No había aceptado el encargo y ya estaba mi cabeza jugando a los espías.
Antes de que me recluyesen aquí, por recomendaciones de médicos, toda clase de sicólogos y siquiatras que me estuvieron tratando y con el beneplácito de gran parte de mi familia para la que le suponía un considerable estorbo, pude leer información acerca de este lugar. Me lo vendían como un centro innovador con toda clase de nuevas terapias, actividades para reconducir nuestras quebradas mentes. Un manicomio fuera de lo normal.
A veces tenía la sensación de estar pasando unas vacaciones en un hotel rural, pero dentro de mí reside ese espíritu rebelde que quiere ser libre y tomar sus propias decisiones.
La idea de escapar lejos y vivir de nuevo mi propia vida sin tener todo el día encima a personas que te dicen los que tienes o no que hacer me excitaba.
Dormí algo inquieto aquella noche.
Después del desayuno y rutinas en talleres nos permitieron pasear por el exterior siempre bajo la atenta mirada del cuidador de turno.
Últimamente estaba tan enfrascado en todo este misterio que mantenía mi cabeza demasiado ordenada. Pensé que sería bueno disimular un poco no sea que me vigilasen más de la cuenta algo que no me convenía – “más cuervo que cuerdo” – pensamiento espontáneo como muchos que asaltan mi mente.
Cuando me crucé con Casimiro, un interno que normalmente no hablaba con nadie, lo miré y le dije: – Hello my dear asshole, dickhead, have a nice day – la “magnífica” clase de inglés del día anterior me hizo recordar el año que pasé perdido por las calles de Londres, año del cual solo recuerdo medio el otro se borró de mi memoria.
Vi a Carolina que por un instante se quedó quieta mirándome y a continuación movió su cabeza y siguió bailando la música que suena en su interior, me di la vuelta para seguir insultando en inglés al primero que me encontrase y vi a Sonia lanzando piedras a los pies de Raúl y alguno que pasaba por su lado cuando el cuidador no la veía, al percatarse de mi cercana presencia por un momento su vista quedó fija en mí o eso me parecía.
Saqué la extraña conclusión de que estas dos mujeres de alguna manera debían tener las alineaciones mentales quebradas por el mismo ángulo.
Al llegar la hora acordada ya en mi habitación sonó el teléfono y lo cogí de debajo del colchón lo más rápido que pude para que nadie lo oyese.
– Buenas noches don Alejandro ¿qué ha decidido? – la tranquila voz con ese acento gallego que aún me seguía poniendo nervioso me pregunta lo inevitable.
– Acepto su propuesta – le contesté con la voz baja pero firme.
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