Llegué algo tarde, después de trabajar, acabando relatos, escritos pendientes que no me llenaban de orgullo pero pagaban algunas facturas. “Serán los últimos” – pienso algo abatido y nervioso, ante un incierto futuro que me estaba apretando los huevos.

 

Vuelvo a ver el mensaje en mi teléfono, es Verónica, me está esperando en casa, hoy toca es viernes. Abro la puerta y dejo las llaves en el cenicero de la mesa de entrada.

 

Hace más de un año que salimos juntos o tenemos algo parecido a una relación amorosa. Desde aquella primera cita tras la fiesta de Raúl donde nos presentaron. Ya ni recuerdo a qué se debía esa triste feria de panolis engominados que celebraban yo no sé qué, el caso es que al final me convencieron, a sabiendas que soy poco amigo de reuniones sociales. Decidí ir por la sencilla razón que necesitaba beber y desconectar no había tenido un buen día, por suerte allí estaba ella y la conocí.

 

Verónica estaba esperando sonriente, me ofreció una copa de vino. Coloqué mis brazos sobre sus hombros y besé sus carnosos labios. Jugamos mi lengua y la suya, rico sabor, sabrosa su mojada esencia, lo que me hace que disfrutarla aún más. Sabor a vino, me embriaga. Mis manos acarician su precioso culo, perfecta forma de pera. La oigo gemir y eso aumenta irremediablemente mi excitación.

 

Desabrocho los dos botones de su minifalda vaquera e introduzco las manos para bajarle las bragas, la tumbo sobre la mesa de la cocina y desnudo mi cintura. La penetro con fuerza. Oigo como me susurrar al oído – fóllame, fóllame, así, así, ¡ooooh!- No puedo dejar de mover mi pelvis de manera frenética, hasta que por fin la oigo gemir, exhausta, un orgasmo que llegó por la fuerza de aquel enérgico ritmo.

 

 

 

Se atusó su cabello rizado con una sonrisa de mujer fatal, dio un largo trago y dejó la copa de vino en la encimera de mármol gris, para luego besar mis labios, oliendo la madurez del vino beso su cuello, mientras arrimo mi pecho a sus calientes pezones aún hinchados.

 

-Te quiero – Le digo en voz baja, acariciando su rostro iluminado por la tenue luz de la lámpara, campana de hojalata gris que cuelga del techo de la cocina.

-Yo también puto cabrón – me contesta y a continuación muerde suavemente mi labio inferior.

 

Dormimos plácidamente,  después de sexo y vino todo parece mejorar en esos momentos. Otra cosa bien diferente es al amanecer y abres los ojos, la resaca que te estruja la cabeza y te persigue cuando vas al baño recién levantado a intentar situarte frete al inodoro.

 


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