Un crack en esto del fútbol
Biografias / 30 noviembre, 2023 / Mario Gragera
LEONARDO SAMUEL GUNICHO PALADÍN
Cuentan en su pueblo natal que ya nada más dar sus primeras boqueadas, Leonardo, tenía gran fuerza en sus extremidades inferiores. Su madre afirmó que al nacer le propinó una fuerte patada al médico que la asistía al parto, introduciéndole en la nariz el dedo gordo de su pie izquierdo. Ya se adivinaba una zurda mágica.
En su pueblo natal, Santiago del Estero, los niveles de pobreza eran muy acusados por los acusicas del pueblo. Leonardo nació en familia pobre como no podía ser de otra manera, es por eso que sus padres no pudieron comprarle juguetes ni ropa decente, también por este motivo solo tenía unas chanclas para sus pies y un pantalón de tirantes raído, que apenas le tapaba el culo, y como parte superior vestía una sucia camiseta marrón anteriormente blanca.
Él, de muy chiquito, vio jugar a los grandes futbolistas de la época en el aparato de televisión del único bar del pueblo, aquello lo dejó boquiabierto hasta los treinta y ocho años.
Comenzó a darle patadas a todo lo que a su paso encontraba, latas, botellas, ratas muertas, perros y gatos. Hasta que un buen día, en la escuela, pudo ver un balón de verdad, lo trajo Don Gabriel el cura y profesor de matemáticas, que pudo comprarlo con el dinero recaudado con la rifa de los “veranos americanos” como lo bautizó Lozano, un borrachín argentino que fue a parar, aun sin saber cómo explicarlo, a aquella despoblada zona. Despoblada también era su barba, de cuatro pelos canosos siempre llenos de mugre y salsa picante.
Se organizaron partidos de fútbol entre los muchachuelos del colegio y ya destacó prontamente Leonardo en el manejo de la pelota con ambas piernas. Poseía una habilidad innata para llevarla pegada la pie, al principio usaba esparadrapo que le robó al médico, luego ya no le hizo falta.
En el verano de la primavera que se jugaba la primera liga infantil, consiguió la cifra de 56 goles (76 de ellos de penalti, pero le anulaban muchos por tirarle a la cabeza del portero con muy mala intención y buena puntería). Aquello hizo que se fijasen en él algunos alcahuetes y chismosos del pueblo lo que le llevó, poco tiempo después, a trasladarse con su familia a la ciudad de Córdoba, para fichar por el Unión Chiflauta de Córdoba, equipo en el que jugó hasta cumplir los quince años.
Un famoso ojeador, llamado Abderico Romero, consiguió que Leonardo al año siguiente fichase por Boca Junior. Ayudó a este hecho que Leonardo, previa sugerencia de don Abderico, le invitase durante treinta días a tererés cargados con mucho alcohol y prostitutas, a las que allí llamaban putas.
A la edad de dieciocho años destacó en su primer partido con Boca Junior. Consigue un gol desde el medio campo nada más sacar de centro, luego, a los cinco minutos fue expulsado por darle una patada en la cabeza a la vez que le mordía el pie derecho a un contrario en la disputa de un balón. Aquel partido marcó el devenir de su carrera en el mundo profesional del balompié. Boca Junior ganó uno a cero el partido, gracias al gol de Leonardo y conquistó la copa Mangurrianes. Leonardo fue sacado a hombros de los vestuarios por sus compañeros y un señor con joroba que pasaba por allí.
Fueron tres temporadas plagadas de éxitos, lo que le condujo a Leonardo a dar el salto al fútbol europeo, fichando por el prestigioso equipo bielorruso FC Bate Borisov.
Consiguieron en su primera temporada ganar un partido de Champion League. Leonardo tuvo una aportación muy importante y decisiva en el juego del equipo.
Al siguiente partido Leonardo se lesionó de gravedad, lo que le mantuvo apartado de los terrenos de juego y de las terrazas de los bares durante más de seis meses. Esta lesión no terminó de sanar bien, ya que no se hacía caso de los servicios médicos del club. A escondidas iba a ver a un curandero colombiano que vivía cerca de su casa en el centro de Borisov.
Después de su quinta campaña en el equipo bielorruso fue fichado por el FC Barcelona en el verano del 2003. Perteneció a la plantilla durante cuatro meses y medio, hasta que fue echado del club “por conducta inapropiada y poco ejemplarizante”, según la prensa de la Ciudad Condal. No logró ser la figura destacada que todos esperaban. Hoy en día se sigue arrastrando por los campos de fútbol de la segunda división peruana. Por las tardes enseña punto de cruz y encaje de bolillos a los muchachos de su barrio de chabolas. Noble oficio que aprendió en casa de Doña Antonia Cucurella Raposet, la mujer que le ofreció casa y mantel mientras jugó en Barcelona.
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