Inquieto me fui a dormir esa noche, todavía tenía en el cuerpo el sinsabor que me dejó el policía de malas pulgas, todo quedó en un momento incómodo. Recordé la cara de chulo y como me zarandeo sonriendo para luego irse cuando le avisaron al móvil de que debía acudir a alguna parte.

A nosotros nos tenían prohibido tener ningún aparato de telefonía ni nada que se le pareciese. Muchas veces me sentía como conejillo de indias encerrado, observado y medicado, en aquella casa en la que experimentaban nuevas terapias. Presumen de ser el mejor centro psiquiátrico del país, excesiva propaganda, aunque no podría hacer comparaciones por suerte para mí, no como otros que han pasado por varias casas de locos antes de venir a esta.

Decidí contar ovejas marroquíes para conciliar el sueño esa noche de inquietud y destemple mental. Suerte que contaba con una pastilla de Orfidal que amablemente Aurora me dio bajo cuerda.

A la mañana siguiente me encontré con más ánimos y decidí recoger la ropa sucia que normalmente acumulaba encima de la silla e hice un ovillo recogido con dos mangas, lo cual Ángeles agradeció.

Circulaba por mi cabeza el nombre de Margarita, nombre que subió hasta mí por los conductos de ventilación, procedente de la conversación que mantuvo Mercedes con aquellos hombres que no sé si serían policías o no.

No conocía a ninguna Margarita entre toda la jauría de locos que allí habitábamos, seguramente se ocultaba bajo nombre falso. No tenía nada mejor que hacer ese día y decidí indagar para averiguar quién podría ser, – mujer y joven – me dije.

Llegada la hora de comer sentados todos en el salón saboreando las exquisiteces que ese día nos merecimos, decidí poner en marcha mi vista panorámica para observar a todos. Lo habitual en mí solía ser que me dedicase a comer enfrascado en mis pensamientos, no empleaba mucho tiempo para fijarme en el resto de compañeros, a no ser que alguno tuviese alguna salida de tono que me llamase la atención, algo que ocurría con alguna frecuencia.

Mientras engullía con rapidez la sosa tortilla de patatas observaba a todos los comensales, no lograba ver a ninguna chica joven que pudiese encajar con la persona que había imaginado podía ser.

– Margarita, Margarita, nombre de bonita flor, ¿dónde estás, dónde estás? – canturreaba en voz baja y algún pequeño trozo de tortilla salía despedido hacia la mesa, a la vez que miraba de reojo a unos y a otros con cara de Poirot observador, para averiguar cómo resolver este caso.

Pude ver a Sonia como se introducía la cuchara en la nariz mientras sonreía a su compañero de mesa, el muy trastornado Raúl, que la ignoraba mientras daba cuenta de los pimientos fritos que acompañaban a la tortilla seca. Sonia no llevaba mucho tiempo internada, no encajaba con el perfil que había dibujado en mi mente.

Pilar, Pili Mojón la apodaban por aquí, de las más antiguas del lugar. Observé que introducía en un libro viejo que siempre llevaba un trozo de pimiento frito, lo usaría como separador para saber por qué página debía abrirlo la próxima vez que quisiese seguir leyendo.

Piedad, probablemente debía estar más calmada con sus problemas de ninfomanía, no recordaba ningún nuevo episodio desde hacía tiempo. Alguna nueva medicación le debían estar suministrando que le reprimía sus más bajos instintos. Hace poco me contaron que llegó a ser política asamblearia, me pude imaginar cual fue el motivo para que la echasen de su partido y dejase la política activa.

Después de comer, y tras nuestro merecido descanso, nos invitaron a todos los majaras residentes en tan bella casa para el cuidado de chavetas perdidas que saliésemos al jardín para disfrutar de un paseo bajo el sol, siempre bajo la atenta mirada de nuestros cuidadores y la siquiatra de turno.

Yo aproveché para continuar con mis labores detectivescas, me dirigí hacía una de las pocas encinas de amplio tronco que habitaban junto al resto de árboles del jardín bien cuidado. Con cierto disimulo, caminé de manera distraída con las manos tras la espalda, movía mi bigote. Decidí situar mi posición vigilante tras el amplio tronco, rocé, por no tener bien cogida la distancia, mi nariz con la áspera corteza de la encina, lo que me produjo un fuerte escozor. Tuve que reprimir las gruesas palabras que brotaban en la puerta de mi boca cerrada si quería pasar desapercibido.

Allí pasé el resto del tiempo observando a todos los paseantes para ver si alguna mujer podía ser Margarita la misteriosa.

El resto del día resultó de lo más infructuoso no vi a nadie que pudiese encajar con el perfil de joven mujer asustadiza y fuertemente medicada. Imagen que fabriqué en mi mente gracias a la conversación entre Mercedes y aquellos desconocidos que pude escuchar pegando la oreja a la rejilla de mi habitación.

En mis sueños más profundos me encontraba horas más tarde cuando oí un ruido en el pasillo que me despertó.

Miré mi reloj y comprobé la hora, más de las 4 de la mañana. Me levanté con cuidado de no caerme mientras despegaba el segundo ojo. Me coloqué sin darme cuenta mis zapatillas al revés, la izquierda en el pie derecho y la derecha en el pie izquierdo.

Salí fuera de mi habitación muy sigiloso y con los ojos ya bien abiertos. Vi a Carolina, su figura es inconfundible. La luz de la luna que penetraba por las ventanas del pasillo consiguieron ofrecerme mejor visibilidad.

Me pareció ver que Carolina llevaba algo en su mano derecha, parecía un punzón u otra cosa con mango – ¿de dónde lo habría sacado? – me pregunté. La verdad es ya nada me sorprendía en esta casa de chiflados. Andaba de puntillas intentando no hacer ruido y se dirigió hacia su habitación, cerró con cuidado la puerta, no me vio, mejor, prefería no estar metido en más líos.

Ya en la cama de nuevo intenté conciliar el sueño sin darle más vueltas al asunto de la mujer y su extraño comportamiento, otro más en esta casa de locos.

De repente un susurro sonó, una voz de ultratumba que te hacía estremecer y un frío penetraba en el interior de tu cuerpo bajo las mantas. Me tapé la cara con las sábanas y así conseguí huir de aquella espantosa voz rota.

 

 


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