A la mañana siguiente desperté antes de lo habitual, un pensamiento atravesó mi mente y me hizo volver a una realidad que nada me gustaba. Era el día en el que me había comprometido con la psiquiatra a entregarle por escrito mis inquietudes, metas, lo que me preocupaba y todas esas mierdas, que según ella me ayudaría a encontrar el equilibrio y a superar barreras, esas barreras que me impiden encontrar no sé qué isla de paz interior y no sé qué cojones más me dijo, a la postre que sería algo bueno y liberador, jodiendas de psiquiatras. Prefería que me diese mis pastillitas y me dejase tranquilo. Conoce que me expreso mejor por escrito y por eso me pone tarea extra.

Como no había manera de escapar del compromiso me senté en la mesa que coloqué frente a la ventana y comencé a escribir sin saber qué coño realmente quería expresar. El aire que penetraba por la ventana entreabierta de madera repintada de un viejo marrón oscuro no conseguía despertar mi pensamiento, eran otros los pensamientos que rondaban por mi cabeza y oscurecían el propósito para el que me había acomodado en la silla, encima de un viejo cojín, mis posaderas magulladas por la caída que sufrí varios días atrás al tropezar con Raúl, borracho por culpa de Sonia que le dio alcohol que robó del botiquín de la sala de curas.

Ángeles llamó a mi puerta y me pidió permiso para entrar en mi habitación con su habitual amabilidad. Mi consciencia salió hacia afuera y encerré mis pensamientos hasta nueva orden.

– ¿Qué tal hemos amanecido hoy don Alejandro? – Me preguntó sonriente mientras recogía ropa sucia esparcida por el suelo que daba ese toque acogedor de desorden y dejadez propio de los días impares.

Se agachó entre la mesa y la ventana para recoger un calcetín y echarlo en el interior del cesto para la ropa sucia que sujetaba con la mano izquierda y tuvo que colocar encima de la mesa para no caerlo.

– Vas a llegar tarde al desayuno, hoy hay churros – me dijo mientras miraba por la ventana.

– No deberían estar hablando con ese pasmarote, que poco me gusta, se lo diré a Manolo – dicho esto terminó de recoger con algo de prisa y se marchó.

Me levanté para asomarme al exterior. Vi a Sonia y Carolina hablando con el policía de la cabeza rapada y su inseparable chaqueta de cuero – “el pasmarote, curiosa palabra más propia de película de blanco y negro, ya en desuso como apelativo para un policía”- pensaba al ver la escena, parecía que quisieran ocultarse entre los árboles.

Tenía medio cuerpo fuera y muy visible. El pasmarote me vio, su rostro serio que tan poco me gustaba hizo que me pusiese nervioso, y grité sin pensar:

– ¡Contar ovejas rusas, eso es lo mejor, su pastor es más hijo de puta y van mejor para conciliar el sueño, eso lo sabe todo el mundo! – acabé decir la primera estupidez que salió por mi boca y escondí mi cara y mi bigote; con rapidez cerré la ventana.

Después del desayuno y entregar a la psiquiatra mi bella redacción, nos mandaron al taller para hacer cerámica todos excepto Sonia. Después de la última vez que rompió todos los botijos y vasijas que nuestra querida monitora de actividades chorras había sacado del horno la pusieron a limpiar mesas y sillas.

Solicité permiso para ir al excusado, el café y los churros removieron entrañas. Al salir por el pasillo en dirección al cuarto de aseos y desahogos vi entrar al policía rapado con su rostro chulesco y mirada poco amigable acompañado de su jefe el comisario, al que también pude reconocer, iban camino del despacho de la directora Mercedes.

La curiosidad pudo más que las gansas de soltar lastre y decidí dar paseos por los pasillos sin que me viesen para observar que tramaban. Mi curiosidad como de costumbre elegía entre mi catálogo de personalidades y así convertirme en espía cotilla por horas.

Me escondí tras una de las puertas de la sala lavandería. Al poco tiempo vi que Aurora se dirigió hacia el despacho de Mercedes.

Tras un rato de espera veo que los policías, uno a cada lado, acompañaron a Aurora hacia el exterior.

Les seguí con sigiloso, mordí la lengua mientras movía el bigote.

La introducen en un coche oscuro y el comisario al volante. Salieron, dirección a comisaria supuse. Pero antes de que eso ocurriese Aurora giró su cabeza hacia atrás y me vio en la puerta, mi cara de sorpresa, sin entender nada. Ella parecía visiblemente asustada. Me fijé en sus muñecas, no iba esposada, lo que en parte me tranquilizó. Sentía bastante aprecio por la cuidadora bondadosa y complaciente de ojos claros, que normalmente conseguía sacar una sonrisa a mi pétreo rostro habitual.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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