Pues miren ustedes, sí, hoy ha venido a mi despacho un señor con intenciones de comprarme un libro. Con la mayor precisión de que ahora dispongo, después de buche de vino y manzana fría, doy paso a narrarles tan elocuente diálogo:

– Buenas tardes ¿aquí es donde el libro el armario de Oscar?

– No, el diario de Óscar – le digo sonriente (me hizo gracia el hombre, llevaba sombrero de paja, anchos pantalones de pana, de cara                  regordeta y colorada, enseñaba dientes amarillos).

– ¡Ah pues entonces yo no sé! Sino es el armario mire «pos» me habré «condundío» de portal. A mi «ma» dicho la parienta que es el armario           por la radio – me dijo con voz del ofuscado.

– ¿Armario por la radio? – Le pregunté contrariado.

– ¿Pero usted qué es lo que anda buscando buen hombre? – Sigo con mi interrogatorio ya más confundido.

– Qué resulta que la “mujé” ha “escuchao” lo de que aquí venden una “novelda” de misterio, de esas que a ella le gustan mucho, porque ella si    lee mire “usté”, yo por contradicción no leo “na” desde que iba a clase de doña Purita en el “bachigerato”.

– Eso no puede ser buen hombre, algo en los periódicos leerá y eso ya es leer – le contesto con la redundancia, mostrando la amabilidad que      no me caracteriza.

– ¡Qué va! Yo los periódicos viejos que cojo del bar “pa” lo único que lo uso es “pa tapá” “bujeros” en el “pajá” y “asín” no me se metan bichos       y  también “pa” que no me pisen la cocina cuando friego que “aluego” se me enfada la parienta – me dice ya riendo y en tono jovial. Se le         pasó la ofuscación con el poco de comunicación.

– ¿Bueno, pues su mujer como se llama? Que se lo dedico ahora mismo – le pregunto agarrando un libro para dar por finalizado tan jugoso           diálogo de besugos.

– María Engracia del Sotorreño, y se quedaron tan a gusto su “mare” y su “pare” – me dijo ya sentado frente a mí – póngale algo bonito de mi      parte ¡qué “pa” eso lo pago yo! ¡Nos ha “jodío” el romano con el “zacho” y la burra vieja! Voceaba la vez que daba golpes en la mesa.

Con el último golpe se me cayó el bolígrafo y las gafas se me quedaron justo en la punta de la nariz, cuando comenzaba la firma; rayón y borrón más tarde se lo entregué. Contento marchó el paisano por donde vino. Me asomé por la ventana y lo vi entrar en el bar de enfrente, justo el que hace esquina.

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Grandes las palabras de Jesús Quintero

Jesús Quintero: "Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida".

Publiée par Spanish Revolution sur Lundi 16 avril 2018


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