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La vieja lastimosa
Relatos Cortos / 4 abril, 2018 / Mario GrageraEsa tarde de jueves nublado, apunto de lloviznar, como venía haciendo días atrás, justo salía de mi oficina y cavilaba con mis impuestos.
- “Este trimestre voy a ver cómo me las arreglo para lidiar con estos de Hacienda”.
Continuaba caminando con mis pensamientos, me dirigía hacía mi coche, me adentré en el pequeño parque cerca del casco viejo y seguía en mi abstracción con la sonrisa del irónico.
- “Cómo puedo hacer mis cuentas de la mejor manera para que mi contribución a la sociedad del bienestar sea lo más transparente, real y legal, consecuencia todo esto de mi actividad empresarial”.
Mi mente se envolvió de un estado de ensimismamiento, ya había atravesado el parque y callejeaba por las antiguas y angostas calles del centro, de acerados tan estrechos que apenas uno puede caminar por ellas, aquello me sacó de mi letargo.
- “Algún día me tuerzo el tobillo y me caigo de cabeza, como le pasó a mi amigo Alfredito” – recordé caminado casi de puntillas, cerca del parking.
Me encontré con una señora de avanzada edad, pude intuir, a la vista de su figura algo encorvada, traje oscuro, olor a naftalina, de arrugadas manos que me sujetaron del brazo cuando la rebasaba a paso ligero, como si de una carrera de marcha se tratase. La mujer me pidió amablemente que le dijese el precio de unos sujetadores que bien expuestos estaban tras un escaparte de una pequeña tienda de lencería, la única que quedaba en la zona centro de la ciudad. Ya apenas había tiendas de ropa, como antaño, en las estrechas calles del centro, antigua zona de compras y comercios.
- Hijo es que perdí mis gafas hoy, y no veo las etiquetas con el valor apuntado en ellas.
Me hablaba con la mirada un poco ausente, atusándose su pelo gris y de moño redondo; yo, que sí llevaba mis pequeñas gafas guardadas en el bolsillo de mi chaqueta, pude ver el precio de varios de los sujetadores que la vieja me indicaba, tenía claro que no los quería para ella, eran demasiado atrevidos y pequeños, si tenía en cuenta el tamaño de sus pechos, tuve que fijarme en ellos al ver lo que me señalaba tras el grueso cristal. Le dije el precio de varios sujetadores, aparte del primero que me indicó apuntando con su arrugado y algo retorcido dedo índice.
- Me podría usted acompañar adentro de esta tienda es que no lo tengo claro y debo mira más cosas amable caballero – me dijo con una media sonrisa, que enseñó unos sucios dientes amarillentos y descolocados, pero con voz dulce, la que me hizo sentir algo de tristeza a la vez que pena.
Esa dulce voz trajo a mi memoria los recuerdos de mi madre cuando nos levantaba los sábados por la mañana, con una gran sonrisa, y nos enseñaba una bolsa de papel marrón aceitosa, llena de churros recién hechos, que le compraba a la regordeta y de mofletes sonrojados señora Salustiana, la churrera de la esquina.
- Señora – le dije volviendo a mi presente – tengo prisa he quedado con gente y me están esperando – le mentí para desembarazarme de aquella situación la cual me estaba incomodando un poco.
La señora siguió insistiendo, me miraba con cara lastimosa como un pequeño perro (como el caniche negro que teníamos mis hermanos y yo de pequeños, que esperaba que no lo abandonasemos a su suerte en la calle). Se salió con la suya y me estuvo entreteniendo, preguntando de un lado a otro, dentro de la pequeña tienda; hasta que después de marearme durante un buen rato, me dio las gracias sin comprar nada y salió de manera apresurada de la tienda casi sin despedirse de la dueña.
Después de unos segundos yo sí me despedí con amabilidad y tranquilidad, no con menos cara de circunstancias que la dueña de la pequeña tienda de lencería. Salí con algo de prisa en dirección al coche pensado el recorrido más rápido que debía escoger, teniendo en cuenta la hora y el tráfico. Cuando fui a pagar el tiempo de estacionamiento dentro del parking me di cuenta que mi cartera había desaparecido, ya no estaba en el bolsillo del interior de mi chaqueta, llevaba más de cien y algo de suelto que me había sobrado de algunas compras del día anterior.
- ¡Puta vieja, ladrona, cabrona e hija de puta!
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