En el año 2070 la Comunidad Mundial sacó una orden, la Orden XXIII, por la que se prohibía componer música nueva. Todo aquel que la incumpliese se exponía a pena de cárcel revisable inmediata.

Fue consecuencia de las revueltas de estudiantes en años anteriores, y principalmente la que se produjo en el 2068, que se sucedieron por todo el planeta. Aquellas revueltas comenzaron debido al hartazgo de buena parte de la juventud por la censura cada vez más estricta y represiva que se aplicaba contra las letras de las canciones. Apenas se podían escribir letras que tuviesen alguna crítica contra el sistema, una simple frase podía ser objeto de censura y fuertes multas económica, si así lo decidía cualquier inspector del Consejo Mundial del Nuevo Orden (CMNO).

Buena parte de los movimientos estudiantiles salieron a protestar, hartos de ver como el CMNO lo único que pretendía era acallar conciencias, y aborregar aun más al resto de la población. A los estudiantes se les unieron muchos seguidores de la extrema izquierda y todos los que aprovechaban el caos para conseguir otros oscuros propósitos, como suele ocurrir en estas dramáticas situaciones.

Se consiguió que rápidamente se extendiese por todo el planeta un fuerte movimiento, que acabó en lo que primero fueron grandes disturbios en las capitales del mundo, hasta convertirse una guerra. Una guerra que se saldó con miles de muertos por todas partes.

El Poder se impuso por la fuerza, cientos de miles de militares de la vieja organización OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) se encargaron de ello.Organización que despertó con gran virulencia, restablecieron el orden. Su orden.

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Amadeo esa noche no sabía que ponerse, abrió su armario escudriñando su ropa. Le esperaba la “fiesta de la amistad”.

Cada cuatro años se les permitía pasarlo bien en una sala del barrio, en la que si se podía escuchar música hecha con antiguas canciones, esos remix, previamente supervisados por los inspectores, eran todo un regalo para los oídos de los más jóvenes. El joven y espigado Amadeo decidió ponerse cuatro canciones que ocultaba en la parte de abajo de su armario, entre su ropa interior. Las había compuesto él, gracias a un pequeño dispositivo que contenía, entre su software, una aplicación para componer de manera rápida música de su creación. Quería mostrársela a sus amigos y que ellos pudiesen disfrutar de algo fresco y distinto. No era demasiado consciente, debido al atrevimiento propio de su rebeldía juvenil, del riesgo que corría si lo descubrían.

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En 1974 la vida transcurría relativamente tranquila en la pequeña ciudad de Moncloa de San Andrés. Ciudad entre valles y un pequeño río afluente del Ebrial, que abastecía a embalses y su vez a varias poblaciones.

En Octubre, después de salir del colegio, los muchachos solían ir a tirar piedras al embalse de oscuras aguas frías. Esa tarde la bruma atraía la atención de los imberbes lanzadores de cantos rodados y a veces ramas caídas de los viejos árboles, que todavía quedaban en la ladera cerca del embalse.

Raulito, como lo llamaban sus profesores, acabó guanteando la cara de Ramiro, el Mugallo, apodo que le venía de su padre y su abuelo. Según contaban las ancianas “hilbaneras”  que cosían en la calle, las tardes de buen tiempo, Mugallo, lo apodaron a su abuelo por ser hombre poco racional y vehemente, dado a peleas y líos de borrachos de bar. – «Mu gallo» de peleas eres tú – le decían continuamente sus socios de barra ante tanto altercado provocado por el abuelo de Ramiro. Por herencia, a su padre y luego a él, quedaron con el apodo.

Raulito y el Mugallo cayeron al agua, enzarzados por una tonta disputa, una rama de viejo pino tuvo la culpa. Ambos la cogieron del suelo a la par, y ninguno quiso soltarla, ante tanto tonto forcejeo resbalaron. Por estar demasiado cerca de la orilla acabaron mojados y de barro hasta las cejas.

Raulito acabó en casa de sus abuelos, debido a que ese viernes sus padres se marcharon de visita a la capital para ver a un familiar enfermo, eso le contaron al muchacho.

Don Francisco, su abuelo, maestro jubilado de grandes gafas de pasta negra y cara más arrugada de una pasa, al verlo con barro entre los ojos y la ropa empapada y mugrienta le propinó un fuerte golpe en la cabeza con sus huesudos nudillos – un “caponazo”- como todos llamaban al castigo por el que tuvo más fama entre sus alumnos que por sus buenas enseñanzas. Estuvo más de dos horas en silencio y dolorido el arrapiezo.

Siempre que esto le ocurría su consciente temblequeaba y su imaginación volaba hasta sus mundos. Esos mundos que él inventaba en los que siempre era el héroe. 

Dolorido mientras merendaba un trozo de pan con queso viejo, imaginó que era el ayudante real:

-Señor rey debemos ir  a ver de urgencia al Ministro de Asuntos de los Niños y los Colegios –  le decía muy serio, como solo los hombres fuertes e importante saben decirlo.

-Pues no se hable más, si el tema así de importante debe ser – le contestó su majestad emperejilado con su corona y capa llena de adornos dorados.

Raulito está vez contaba con su quinto poder: convencer por la nariz saber torcer.

Estando ante el ministro, se encamino y se detuvo frente a él, muy serio. De un rápido movimiento, propio de un adiestrado y hábil hombre de grandes poderes, le retorció la nariz hasta oír un leve crujir. Consiguió con ello que el ministro, sin pestañear, escribiera en varios pergaminos de marrón color órdenes para que en todas las escuelas hubiese calefacción y ningún niño pasase más frío nunca en todo el reino.

Raulito acabó dormido en el sofá de sus abuelos hasta que se lo llevaron a la cama.

Lo curioso de esta historia es que el lunes, matemáticas a primera hora, Raulito, sentado en segunda fila al lado de Carlos su compañero de pupitre, antes de que Don Ramón, el maestro con más ganas de jubilarse que de sujetar la tiza contra la pizarra, comenzase con las explicaciones, vio como unos hombres entraron en el aula portando radiadores nuevos para sustituir a las inservibles y viejas estufas de leña. Llevaban varios días con un frío de esos que los mocos los tienes que cortar con las tijeras. 


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