CAPÍTULO 10

 

Lidia la oficial de policía volvió al piso ocupa donde encontraron al joven que se le escapó de nuevo. Sabía que ocultaba algo relacionado con la muerte de los tres universitarios, estaba cada vez más segura que había alguna relación entre el fugado y los tres fallecidos.

En el frio piso con paredes desconchadas y poco iluminado no había ni agua corriente ni electricidad. Sacó una pequeña linterna del bolsillo de su abrigo.

Una por una recorrió todas las habitaciones escudriñando cada rincón con paciencia.

A parte de restos de bolsas de plástico, colillas de tabaco liado y algún que otro trozo de papel, no encontraba por el suelo otra cosa.

Al cabo de hora y media, Lidia estaba ya aburrida de dar vueltas y vueltas por el frio piso, comprobando los pocos muebles que allí había, apenas una vieja cómoda de madera y dos mesas, una con un pequeño cajón que no guardaba nada en su interior, la otra estaba tan destartalada que al tocarla se le cayó una de sus patas y acabó en el suelo, lo que hizo que se sobresaltase. Al agacharse para intentar recomponer aquella vieja mesa vio un trozo de papel en el que antes no se había fijado, era de una ferretería. Parecía una factura en la que se podía ver el nombre y dirección del negocio, y parte de los artículos que se habían comprado. Pudo leer: alambre, alicates y poco más.

Salió del lugar en dirección a la ferretería, estaba en un barrio no demasiado lejos del centro.

-Muy buenas caballero – le dijo amablemente Lidia al joven que estaba tras el mostrador de la ferretería – y añadió – ¿conoce usted a este hombre? – Enseñando una fotografía que tenía en su teléfono móvil.

-Pues creo que sí ha venido varia veces en las últimas semanas – le contestó mientras observaba la fotografía – pero ¿qué es lo que quiere? Yo no quiero líos señora.

-Tranquilo soy policía, estamos investigando un caso y necesito su colaboración – le contestó Garmendia enseñando su placa – ¿Sabría decirme si tiene datos de su nombre, dirección o lo que tenga, le hizo facturas no?

-Espere que mire en el ordenador- después de un breve espacio de tiempo el dependiente le facilitó los datos que tenía del joven sospechoso.

Y cuando estaba a punto de marcharse, el joven dependiente le dijo a Lidia – espere, hace poco me llamó para preguntarme si tenía un disolvente de una marca en concreto, tengo aquí el número todavía.

Llamó a comisaría para dar todos los datos, y sus sospechas si hicieron realidad, el nombre y la dirección que había dado en la ferretería eran falsos, pero tenía un número de teléfono y ese fue el error del fugado. Estaba registrado a nombre de Mazen Mukthar, la dirección no estaba muy lejos de donde se encontraba la ferretería.

En otra parte de la ciudad, la fría oscuridad del invierno llenaba todas las callejuelas que forman la encrucijada donde se levantaba el vetusto edificio de la Universidad. Leandro asistía a una reunión con el rector y el resto de sus compañeros de profesión, con el fin de evaluar el trimestre para acabar con otros asuntos de poco interés para el profesor de filosofía, más pendiente de su reloj que de lo que allí se hablaba. No quería que se le hiciese muy tarde, quería estar lo más pronto posible en su hogar, junto a Mara, su mujer.

Al fin acabó la reunión, se despidió con prisas de sus compañeros y del rector, para encaminarse con paso ligero hasta la puerta de salida en dirección a su casa.

Leandro caminaba deprisa por las oscuras y estrechas calles en dirección a su casa, no podía evitar mirar hacia atrás para comprobar que nadie le estuviese siguiendo.

Llegó al fin a su domicilio.

-Leandro estoy preocupado- le dijo su mujer al verlo entrar por la puerta – han estado aquí, se presentaron sin avisar, al principio pensé que habían quedado contigo, pero en realidad querían hablar conmigo.

-¿Quiénes, mi amor, que querían? Le contestó, un aun más preocupado profesor.

-Eran Federico Grandes y otra persona que se presentó como el hermano Serafín.Estuvieron muy serios, me preguntaron que si sabía de tus visitas a la policía y qué les habías contado. El tal serafín estuvo todo el tiempo en silencio, y me miraba de una manera que no me gustaba, me puso muy nerviosa, yo no sé nada y no les dije nada – entre sollozos le preguntó a su marido qué estaba ocurriendo.

-No pasa nada mi vida, será un mal entendido, solo fui a la policía para otra entrevista rutinaria por el caso de los chicos fallecidos, no te preocupes – le dijo mientras la abrazaba y miraba al techo con gesto de preocupación intentando disimularlo.

Leandro esperó a que Mara se fuese al cuarto de baño, sabía que se daría una ducha de agua bien caliente para relajarse, mientras él la esperaría con una infusión que le prepararía para que le ayudase a relajarse aun más.

Aprovechó ese momento para llamar por teléfono desde el salón a su mentor, Federico Grandes, pero no se lo cogía, era raro no era demasiado tarde y le causó extrañeza – “a qué venía ese interrogatorio” – pensaba llamando de nuevo y con la misma suerte.

Garmendia, Márquez y cuatro policías uniformados llegaron al edificio donde se encontraba registrado el teléfono móvil del sospechoso huidizo. Llevaban una orden de registro. Llamaron varias veces a la puerta, no se oía a nadie en su interior.

-¡Abra, policía! – Gritó un nervioso Márquez – procedan yo soy el responsable, venga rápido, hay que entrar.

Forzaron la puerta y entraron en el piso donde debía vivir el joven sospechoso.

Revisaron el salón y las habitaciones, no encontraron nada raro. Hasta que dieron con otra habitación oculta tras un viejo armario en el salón. Estaba cerrada con llaves, forzaron la puerta. La sorpresa fue que encontraron, lo que parecían explosivos y detonadores, además de cables, herramientas, varias mochilas vacías y un ordenador portátil.

 

 


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