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Urracas resignadas 3
Relatos Cortos / 9 febrero, 2022 / Mario Gragera
Amaneció un nuevo día y yo le acompañé. Aún algo somnoliento me incorporé y busqué las zapatillas de paño a cuadros para mis pies, como es de costumbre en mí nunca sé dónde las dejo la noche antes, y más teniendo en cuenta el episodio nocturno que a todos nos dejó desconcertados.
Me agaché de tal manera, intentando averiguar si se escondían bajo la cama, y caí de bruces golpeándome la cabeza contra el suelo. Mi desquiciado aullido se debió oír hasta en el pueblo, que está a dieciséis kilómetros y luego mi natural enfado.
Lancé, sin pensar, por la ventana un pequeño tiesto, donde planté un geranio que nunca llegó a crecer.
-¡Cabrón! – voz que procede de debajo de mi ventana. Agustín con el puño en alto y palo-pipa en boca me lanza una mirada asesina, al cabo de un rato lo vi jugando al fútbol con la pequeña maceta de barro, era curioso verle regatear a una paloma que pasaba por allí, supongo que buscando las lentejas y guisantes que se esparcieron, las usaba para ayudar a crecer el geranio que nunca lo logró; o lo mismo buscaba un billete de lotería premiado.
Entretenido estaba, viendo los habilidosos regates del bueno de Agustín, cuando vi llegar un vehículo grande de estos de alta gama, abrieron la verja de hierro, la ornamentada entrada a esta casona de majaretas. La curiosidad hizo que bajase hasta la puerta de entrada al edificio, todavía faltaba tiempo para que nos diesen el magnífico desayuno de todos los días.
Salí hasta poder esconderme tras una encina que domina el espacio de los limoneros. Mercedes, nuestra patrona, está junto con Laura Yepes una de las psiquiatras, la más veterana, esperando a que el chófer abriese la puerta trasera del vehículo, alguien importante debía ser, expectante observé la anómala situación.
Del interior del vehículo salió una mujer de anchas caderas, pelo oscuro liso, ojos más negros aún, que mostraban mirada aviesa. Llevaba chaqueta oscura y falda a juego, medias marrones y zapatos oscuros de tacón bajo.
Mercedes se apresuró a darle la mano sonriente y a continuación la psiquiatra, muy seria correspondió la señora de rostro estirado y anchas caderas, me fijo en el poco pecho que se divisaba desde mi posición tras el gran tronco que me ocultaba hasta la nariz.
– Cara de bruja y mal hecha es la hija de puta – dije en voz baja y reí a carcajadas, huecas como las de un chimpancé travieso. Luego las risotadas mudas me produjeron una fuerte tos, lo que me obligó a esconderme con rapidez para no ser descubierto tras el árbol. Mercedes miró hacia atrás al oírme justo cuando acompañaba a la señora doña importante para adentrase en la gran casa de cura para trastornados.
Subí de nuevo a mi habitación para afeitarme. Eliminé todo el pelo de la barba y decidí dejarme bigote. Mientras pasaba el peine por mi nuevo bigote hacia abajo aporrearon mi puerta, aviso para bajar a desayunar.
-Voy, voy – contesté alzando la voz para asegurarme que me había escuchado y así no insistiesen, odiaba aquellos porrazos en las puertas.
Me dirigí tranquilo hacia el salón comedor, movía mis labios como si besase el aire otra de mis múltiples manías adquiridas con el paso del tiempo y el aburrimiento, me detuve detrás de Salustiano en silencio y le removí el pelo por la parte de atrás, éste soltó una carcajada ostentosa, parecía a un grajo con carraspera, era lo que esperaba.
Sonia estaba sentada no muy lejos de Salustiano, y se colocó dos servilletas en los oídos, no le gustaba la extraña risa de su compañero. Decía que le producía una cierta grima. Siempre pensé que lo que realmente le causaba era temor, se asustaba, le evocaría algún desagradable recuerdo de infancia supongo.
Mientras tanto la señora de amplias caderas y Mercedes, la directora de nuestra jaula para chiflados, estaban en su despacho tratando o tramando vete tú saber, nada bueno seguro. Todos los allí presentes a esas horas ya sabían de la presencia de esta señora. Luego supimos era la Directora General de Sanidad de la Comunidad.
– Estas hijas de mala madre estarán preparando alguna jodienda para meternos más pastillas con las que dejarnos como zombies, analfabetos funcionales, engendros trastornados babeantes o cabezas planas – Dijo Agustín en voz alta mirando por la ventana. Me sorprendió aquel razonamiento, no era frecuente oírle hablar más de dos palabras y media de otra como mucho, y menos de esa manera para que todos lo escuchásemos. Solía ser bastante reservado y solitario el fumador de palos.
Poco a poco los ánimos de la asamblea de majaras fueron subiendo de tono, la crispación iba en aumento a la vez que la las voces eran cada vez más numerosas. Aurora la nueva cuidadora, que hacía una sustitución, intentaba calmar los ánimos a los más exaltados sin éxito alguno.
Manuel y Enrique al escuchar el disloque acudieron de inmediato para poner orden pero ya era demasiado tarde. Agustín subido a una mesa seguía arengando a la tropa sublevada. Yo que suelo aprovechar los momentos de caos decidí robar la botella de ron que Hugo, otro de los enfermeros, esconde en un mueble de la cocina, en esos momentos vacía; decidí beber de la botella tan rápido como era capaz para que no me descubriesen.
Sonia se escondió en uno de los cuartos de aseos y se subió encima del inodoro a bailar, pude verla al pasar justo por delante de la puerta estaba abierta. Bebí el último sorbo y vacié la botella, la escondí en la papelera junto al lavabo y le hice señas a Sonia para que guardase silencio.
Salí del cuarto de aseo y me dirigí de nuevo al salón. Vi a unos corriendo y gritando de un lado a otro de la sala, otros pegando al pobre de Manuel que acaba rodando por el suelo tras ser zancadilleado. Enrique gritaba pidiendo auxilio, subido a sus lomos Raúl, otro de los más chiflados, mordiéndole la oreja. Aquello era digno de ser grabado para hacer una buena película de Berlanga.
Mercedes muy nerviosa acudió a dónde nos encontrábamos y la señora de anchas caderas y cara de bruja estreñida justo detrás de ella, muy sorprendida ante tan caótica escena fuera de control.
Carolina comenzó a bailar alrededor de ellas con una amplia sonrisa.
Un fuerte ruido se oyó en el cuarto de aseo me asomé a curiosear algo ebrio debido al buen ron que pude degustar minutos antes y no pude contener mis carcajadas, el váter estaba caído hacia un lado y Sonia aún se sujetaba a él, tumbada en el suelo lo había desencajado de su sitio.
Salgo hacia el salón sin parar de reír.
Agustín agarró por sorpresa a la señora directora generala y se la llevó a rastras gritando a todos.
– ¡No nos vas a envenenar y a putear más! ¡Estamos hartos de politicuchas de medio tinte que nos traen buenas palabras y malas acciones!
Nadie pudo hacer nada ante tanto descontrol y desaparecieron por la oscuridad del largo pasillo de la casona.
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